28 marzo 2020

“Insieme, senza paura”

Este es el eslogan con que el pueblo italiano está enfrentando su desgracia: “Juntos, sin miedo”... Visto, de pasada, este parecería un mensaje contradictorio e inclusive paradójico, imaginen ustedes estar juntos cuando lo deseable sería, en estos momentos, que todo el mundo debería encontrase aislado. Pero el mensaje no es realmente una invitación a juntarse, sino más bien una exhortación al apoyo mutuo, constituye una invitación a la solidaridad, a que hagamos colectivamente el sensato esfuerzo de construir un cerco que pueda romper con la vulnerabilidad a que nos ha sometido esta invisible e inesperada pandemia que hoy está azotando al mundo.

Son ya más de 60.000 contagiados solo en Italia donde las cifras superan las 5.000 víctimas (sería el único país con más muertos que China, si la información proporcionada por el país asiático es verdadera); y pensar que todo este colosal contagio ha sucedido en tan solo cuatro semanas, en un país del primer mundo... No hay que olvidar que Italia puede ser considerado como un país “preparado” para este tipo de emergencias; al fin y al cabo, solo son 75 años desde que enfrentó los efectos directos y las secuelas de la Gran Guerra.

Es interesante revisar el efecto que han tenido
las pandemias para la humanidad. Estamos enfrentados a virulentos (nunca mejor definidos) contagios de carácter global; y lo irónico es que estas desgracias se han transmitido, en gran parte, por culpa de factores estimulados por la sociedad de consumo y por el avance de la tecnología. En su tiempo, estas formas de contagio colectivo solo sucedían en regiones, digamos que en áreas constituidas por pocos países, afectando quizá a un par de continentes; hoy, mientras tanto, debido a la existencia de medios modernos, rápidos y, sobre todo, masivos de transporte, la posibilidad de contagio aumenta exponencialmente. Y, claro, los resultados son obviamente inesperados, profundamente dramáticos!

Cuenta Tucídides que ya en el 430 a.C. se habría desatado una mortal epidemia en Grecia que habría costado 150.000 vidas (entre ellas, la de Pericles), la plaga se habría iniciado en Etiopía. Más tarde, alrededor del 1350, vale decir unos 150 años antes del descubrimiento de América, la peste negra habría matado hasta un tercio de la población europea, unos 30 millones de personas; y se calcula que habría terminado con la vida de otros 40 a 60 millones entre Asia y África. Científicos e historiadores parecen no haberse puesto de acuerdo en si la transmitieron las ratas o algún otro tipo de roedor que no se ha determinado. Una de sus principales manifestaciones externas era la aparición de enormes ampollas pestilentes (casi del tamaño de un huevo) en los ganglios linfáticos de las víctimas, esto es en la ingle, las axilas, el cuello y detrás de las orejas.

Poco más tarde apareció una nueva epidemia de similares características. La llamaron peste bubónica, no porque sus víctimas mostraran también bubas o bubones, sino porque esas horribles pústulas, una o dos, solo aparecían en las ingles de los infectados (“bubón” es una palabra de origen griego que quiere decir ingle). La peste bubónica también mató a mucha gente, pero no tuvo ni la velocidad de contagio ni el índice de propagación que tuvo la anterior. La peste bubónica era transmitida (y lo es todavía) por pulgas que parasitan a las ratas que, durante estas pestes, deambulaban moribundas por calles y plazas. Hay quienes piensan que estas dos últimas plagas fueron episodios distintos de la misma ocurrencia.

Nadie sabe cuál fue el daño real que produjo en el siglo XVI otra epidemia, la viruela, un virus existente en el ganado euroasiático (“vacuna” es un término que fue acuñado más tarde, y que está emparentado con la palabra vaca): la viruela por poco extermina a los indefensos pueblos aborígenes recién conquistados en América (quizá 50 de los 300 millones de víctimas que habría cobrado en total). Lo que sí se sabe, es que durante la Primera Guerra Mundial, una gran epidemia asoló Europa y exterminó a otros 50 millones de personas. Como suele suceder en estos casos, la ironía quiso que la llamaran “fiebre española”, todo debido a que, habiendo sido España un país neutral en la guerra, había procesado información no solo relacionada con su extraña difusión y vertiginoso contagio, sino también respecto a su existencia.

Con el paso del tiempo, han ido apareciendo otras pandemias devastadoras en el planeta (Ébola, SIDA y SARS son algunos ejemplos); sin embargo, mucho ha ayudado el formidable avance que han tenido tanto la ciencia como la medicina. Mas, como queda dicho, la globalización ha producido una impensada vulnerabilidad para el ser humano debido a la facilidad con que los virus y bacterias pueden transportarse alrededor del mundo. Esto ha ocasionado que, como sucede con la actual pandemia, “coronavirus” o COVID-19, se haga indispensable tomar drásticas medidas que exigen recluir a las personas en sus hogares, todo con el propósito de evitar una rápida propagación antes que sea difícil de controlar.

No basta con la solidaridad, sin embargo, cuando el pánico se convierte en colectivo...

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19 marzo 2020

Eso de cazar “tilingos”

Es el Raulito una de las personas más honestas y serviciales que he conocido. No solo que se preocupó de proporcionarme la dirección del oftalmólogo; la verdad es que no estuvo contento hasta que se aseguró de que el médico me había concedido la cita esa misma tarde. “Sigues todavía viendo tilingos”?, me preguntó, en relación con esas como telarañas que, intempestivamente, se me habían presentado, sin previo aviso, en la visión del ojo izquierdo desde el jueves por la noche. No se me habría ocurrido, hasta que desconecté el teléfono, que aquellos supuestos “tilingos” eran algo que sí se podía ver. Siempre se me ocurrió que aquello de “cazar tilingos” era justamente una manera tonta de perder el tiempo, querer cazar algo imposible de ver; tratar de atrapar, o empeñarse en atrapar, algo que todos sabían que no existe...

“Fijo que es una palabra inexistente en el diccionario, postulé
. Solo para descubrir, a renglón seguido, que “tilingo” era una palabra utilizada con otro sentido en los países del sur del continente (persona insustancial, que dice tonterías y suele comportarse con afectación). Es más, el DRAE presentaba adicionalmente otra expresión adverbial que se utiliza justamente en nuestro país, aquella de “cazar tilingos”, con el curioso sentido de “pensar en las musarañas”... Y, entonces, ¿qué son las musarañas, papito? Pues, nunca se me hubiera ocurrido que no eran lo que siempre creí (una especie de telaraña), sino un pequeño mamífero, emparentado con el topo, una especie de diminuto ratoncito de trompa alargada que creo no haber visto nunca antes en mi vida.

Acudí entonces a mi flamante Diccionario de Ecuatorianismos, “El habla del Ecuador”, de nuestro siempre recordado y dilecto amigo Carlos Joaquín Córdova. Ahí, en ese prodigioso texto, de preciosa y elegante edición, estaba (¡cómo no!) la escurridiza palabrita; y, para colmo, con dos interesantes acepciones. 1. Tilingo. // cazar tilingos. fr. coloq. Ecuad. pensar en las musarañas (lo mismo que en el DRAE); y 2. Tilingo. s. Ave canora de la Costa de plumaje negro. // cazar tilingos. fr. fig. fam. Holgazanear. cf. (comparar con) pastar chirotes. Palabra, esta última, que -luego de prolongada disertación- señala Carlos Joaquín, que aquello de “mandar a pastar chirotes” (frase adverbial que yo mismo escuché de niño, más de una vez, en la Sultana de Los Andes), equivale a la locución figurativa familiar usada en Cuenca: “mandar a una persona a paseo”, o “mandar a una persona con viento fresco”. Pero, chirote en sí, sería una ave canora o, quizá, una especie de pardillo, de canto dulce.

Sea lo que sea, aquí me encuentro hoy, en estos días de aislamiento obligatorio exigidos por la emergencia sanitaria producida por el nunca invitado coronavirus, enfrentando -a más de los efectos de la restricción de la movilidad, que de por sí ya es una manera de “cazar tilingos”- la circunstancia de que, por un inopinado problema en la visión, estoy literalmente cazando o, mejor, tratando de eludir, unas como nubecillas que, sin razón o motivo aparente, se me han aparecido en uno de mis ojos. “Moscas volantes” o, también, “flotantes” es cómo las conoce la gente; “miodesopsias”, en lenguaje médico, es como las conocen los facultativos. Son estas unas como lanitas o telas de araña, diría yo; o, más bien, unas como algas movedizas que siguen los variables caprichos inestables del “vítreo”, un gel o sustancia acuosa que forma el núcleo del ojo.

Por coincidencia, he pensado, este mismo día, en lo ocurrido la tarde de ayer en el aeropuerto de Guayaquil. He meditado en aquella otra forma de “cazar tilingos” o, si se prefiere, en lo que sería otra acertada interpretación de la misma frase: en “no atinarle una”. Me refiero a la arbitraria, inconsulta e irresponsable decisión del Cabildo porteño de obstruir, de la manera más burda e incivilizada, nada menos que la propia pista principal del aeropuerto internacional, utilizando para el efecto camiones y un par de decenas de vehículos, todo con el propósito de impedir que aterricen en esa facilidad dos vuelos pertenecientes a dos conocidas aerolíneas europeas; se lo ha hecho con el pretexto de impedir que las aeronaves involucradas desembarquen pasajeros que supuestamente venían a bordo de esos aparatos.

El asunto no deja de tener su “guasa”; pero, si bien se lo piensa, constituye un deliberado acto de sabotaje que está reñido con los convenios y acuerdos aeronáuticos internacionales. No puede ser considerado sino como un “acto de interferencia ilícita”, una disrupción intencional del flujo ordenado y seguro que es el del tránsito aéreo. A más de configurarse como una acción contra un sentido humanitario, es una clara contravención que ha puesto en riesgo la seguridad aérea. ¿Qué hubiera sucedido si el aparato, o los dos, no podían dirigirse, sea por asuntos técnicos o condiciones climáticas a otros destinos? ¿Era preferible, acaso, que sucediera una catastrófica tragedia? En este caso, una simple actitud obcecada e imprudente pudo haberse convertido en un acto criminal. Lo que puede conseguir la ignorancia, cuando va de la mano de la impertinencia...

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