19 marzo 2020

Eso de cazar “tilingos”

Es el Raulito una de las personas más honestas y serviciales que he conocido. No solo que se preocupó de proporcionarme la dirección del oftalmólogo; la verdad es que no estuvo contento hasta que se aseguró de que el médico me había concedido la cita esa misma tarde. “Sigues todavía viendo tilingos”?, me preguntó, en relación con esas como telarañas que, intempestivamente, se me habían presentado, sin previo aviso, en la visión del ojo izquierdo desde el jueves por la noche. No se me habría ocurrido, hasta que desconecté el teléfono, que aquellos supuestos “tilingos” eran algo que sí se podía ver. Siempre se me ocurrió que aquello de “cazar tilingos” era justamente una manera tonta de perder el tiempo, querer cazar algo imposible de ver; tratar de atrapar, o empeñarse en atrapar, algo que todos sabían que no existe...

“Fijo que es una palabra inexistente en el diccionario, postulé
. Solo para descubrir, a renglón seguido, que “tilingo” era una palabra utilizada con otro sentido en los países del sur del continente (persona insustancial, que dice tonterías y suele comportarse con afectación). Es más, el DRAE presentaba adicionalmente otra expresión adverbial que se utiliza justamente en nuestro país, aquella de “cazar tilingos”, con el curioso sentido de “pensar en las musarañas”... Y, entonces, ¿qué son las musarañas, papito? Pues, nunca se me hubiera ocurrido que no eran lo que siempre creí (una especie de telaraña), sino un pequeño mamífero, emparentado con el topo, una especie de diminuto ratoncito de trompa alargada que creo no haber visto nunca antes en mi vida.

Acudí entonces a mi flamante Diccionario de Ecuatorianismos, “El habla del Ecuador”, de nuestro siempre recordado y dilecto amigo Carlos Joaquín Córdova. Ahí, en ese prodigioso texto, de preciosa y elegante edición, estaba (¡cómo no!) la escurridiza palabrita; y, para colmo, con dos interesantes acepciones. 1. Tilingo. // cazar tilingos. fr. coloq. Ecuad. pensar en las musarañas (lo mismo que en el DRAE); y 2. Tilingo. s. Ave canora de la Costa de plumaje negro. // cazar tilingos. fr. fig. fam. Holgazanear. cf. (comparar con) pastar chirotes. Palabra, esta última, que -luego de prolongada disertación- señala Carlos Joaquín, que aquello de “mandar a pastar chirotes” (frase adverbial que yo mismo escuché de niño, más de una vez, en la Sultana de Los Andes), equivale a la locución figurativa familiar usada en Cuenca: “mandar a una persona a paseo”, o “mandar a una persona con viento fresco”. Pero, chirote en sí, sería una ave canora o, quizá, una especie de pardillo, de canto dulce.

Sea lo que sea, aquí me encuentro hoy, en estos días de aislamiento obligatorio exigidos por la emergencia sanitaria producida por el nunca invitado coronavirus, enfrentando -a más de los efectos de la restricción de la movilidad, que de por sí ya es una manera de “cazar tilingos”- la circunstancia de que, por un inopinado problema en la visión, estoy literalmente cazando o, mejor, tratando de eludir, unas como nubecillas que, sin razón o motivo aparente, se me han aparecido en uno de mis ojos. “Moscas volantes” o, también, “flotantes” es cómo las conoce la gente; “miodesopsias”, en lenguaje médico, es como las conocen los facultativos. Son estas unas como lanitas o telas de araña, diría yo; o, más bien, unas como algas movedizas que siguen los variables caprichos inestables del “vítreo”, un gel o sustancia acuosa que forma el núcleo del ojo.

Por coincidencia, he pensado, este mismo día, en lo ocurrido la tarde de ayer en el aeropuerto de Guayaquil. He meditado en aquella otra forma de “cazar tilingos” o, si se prefiere, en lo que sería otra acertada interpretación de la misma frase: en “no atinarle una”. Me refiero a la arbitraria, inconsulta e irresponsable decisión del Cabildo porteño de obstruir, de la manera más burda e incivilizada, nada menos que la propia pista principal del aeropuerto internacional, utilizando para el efecto camiones y un par de decenas de vehículos, todo con el propósito de impedir que aterricen en esa facilidad dos vuelos pertenecientes a dos conocidas aerolíneas europeas; se lo ha hecho con el pretexto de impedir que las aeronaves involucradas desembarquen pasajeros que supuestamente venían a bordo de esos aparatos.

El asunto no deja de tener su “guasa”; pero, si bien se lo piensa, constituye un deliberado acto de sabotaje que está reñido con los convenios y acuerdos aeronáuticos internacionales. No puede ser considerado sino como un “acto de interferencia ilícita”, una disrupción intencional del flujo ordenado y seguro que es el del tránsito aéreo. A más de configurarse como una acción contra un sentido humanitario, es una clara contravención que ha puesto en riesgo la seguridad aérea. ¿Qué hubiera sucedido si el aparato, o los dos, no podían dirigirse, sea por asuntos técnicos o condiciones climáticas a otros destinos? ¿Era preferible, acaso, que sucediera una catastrófica tragedia? En este caso, una simple actitud obcecada e imprudente pudo haberse convertido en un acto criminal. Lo que puede conseguir la ignorancia, cuando va de la mano de la impertinencia...

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