30 abril 2023

La movilidad de la Pascua

La Pascua es una celebración inestable, pendular, trashumante; no sin razón es una fiesta “móvil”; a veces ocurre la última semana de marzo y otras a fines de abril. Todo porque su fórmula de cálculo sigue la tradición hebrea. Pascua (passover en inglés) viene de la palabra hebrea pésaj que quiere decir éxodo o salida; con la Pascua los judíos celebran la salida de Egipto, como la describe justamente el Éxodo, el segundo de los libros de la Biblia. Según su texto, los judíos habrían permanecido alrededor de 400 años en cautiverio (hay quienes dicen que estuvieron 430 en tierra ajena). Para los católicos, en cambio, la Pascua es algo diferente, con ella se celebra la resurrección de Jesucristo que había sido inmolado en la cruz.

 

Existe mucha controversia en cuanto a la duración de la supuesta permanencia de los judíos en Egipto. No se debe olvidar que, aunque la Biblia es un libro que supuestamente ha sido escrito por inspiración divina, no se trata de un documento histórico. Es en gran medida un documento legendario, adornado por metáforas y parábolas. Esos 400 años pueden no necesariamente referirse a años de cautiverio sino al tiempo que eventualmente los judíos estuvieron fuera de su tierra, hasta que ellos volvieron a Canaán luego de haber celebrado la “alianza” con Dios y de haber recibido por medio de Moisés las tablas con los Diez Mandamientos.

 

Quienes escribieron esos textos, pudieron haber estado influenciados por la tendencia a utilizar unos guarismos que desde siempre les parecieron algo mágicos; me refiero a números como el 40 o el 400. Se habla de que el supuesto cautiverio duró 400 años y el viaje de regreso a la “tierra prometida” otros 40. Moisés habría subido al monte Sinaí por cuarenta días para orar y recibir los mandamientos. Pudiera haber existido también un período de tiempo que se tradujo arbitrariamente con la voz año; si se revisa el Génesis, resulta poco fiable aceptar que hubo patriarcas que vivieron hasta la increíble edad de 969 años. Por mi parte, estoy persuadido de que lo que se ha traducido como “años” se refiere más bien a una forma distinta de calcular el tiempo; hoy aquello nos parece un acertijo…

 

La Pascua es móvil porque para su cálculo se utiliza el calendario lunar (los meses selenitas duran 29 días y medio), a pesar de que su otra referencia, el equinoccio de primavera en el hemisferio norte, tiene una fecha bastante estable (entre el 20 y 21 de marzo, y solo ocasionalmente un día antes o después). Equinoccio quiere decir “igual noche”; es el único día del semestre en que la duración de la claridad del día es exactamente igual a la de la noche (asunto distinto son los solsticios que marcan el día con más o menos horas de claridad en el año). Hasta ahí no hay problema; todo se desarregla cuando se sigue la norma impuesta por el I Concilio de Nicea (año 325) para establecer el día final de la Pascua, que debe ocurrir “el primer domingo luego de la primera luna llena después del equinoccio de marzo”.

 

La dificultad se presenta porque esa luna llena puede ocurrir tan pronto como el 20 de marzo (si el equinoccio sucede el 19) o tan tarde como el 21 de abril (si el equinoccio cae en el 22 de marzo). Si a esto sumamos que luego de calcular los 29 días esa fecha cae en cualquier día de la semana de lunes a sábado, la Pascua puede alterarse hasta en seis días adicionales a lo previsto, ocurriendo en ocasiones casi tan tarde como un día alrededor del 25 de abril.

 

Esta movilidad parecería no ser importante; de hecho hay personas y sociedades enteras que no se inmutan por la influencia de la variación en la fecha de ocurrencia de la Pascua. Así y todo, mucha gente expresa su preocupación porque esta festividad ocurra en un período de tiempo más estable (o con un domingo de Pascua que ocurra entre el 8 y 15 de abril, por ejemplo). El actual papa Francisco, ha sugerido un cambio en ese sentido (para hacer coincidir la Pascua con la segunda semana de abril); esto apuntaría a actuar con un sentido más regular y práctico. El cálculo respectivo sería más predecible si se acordaría que el domingo de Pascua de Resurrección fuera “el primer domingo después del 10 de abril”, por ejemplo. Algo como lo ya establecido para el Día del Trabajo o para el Día de la Madre…

 

Por el momento, la celebración variable de la Pascua afecta la programación del año civil y especialmente a los períodos de docencia. El conseguir que la Pascua Florida ocurra durante una cláusula más reducida de tiempo (un lapso de no más de diez días) ayudaría a regular en forma más equitativa las vacaciones escolares y permitiría reconocer la festividad en forma similar a como lo hacemos con la celebración navideña. Pudiera ser difícil cambiar una vieja costumbre, pero va siendo hora de sacar a la Luna de tan compleja ecuación.


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28 abril 2023

Unas vacaciones en Salinas

Estuve en Salinas, fueron realmente dos veces en un lapso de quince días. Había vuelto tal vez luego de cuarenta años; fui testigo del importante desarrollo que ha alcanzado ese atractivo rincón de la patria. Ya no es solo un balneario predilecto para un amplio sector de conciudadanos; todo aquel conjunto poblacional –incluyo Santa Elena y Libertad– es ahora una urbe bullente y emprendedora, cuyos residentes han sabido cuidarla y embellecerla; son los orgullosos protagonista de una transformación alegre y positiva. Salinas no solo es una ribera donde se han construido unas pocas decenas de rascacielos; es ya toda una ciudad.

 

Es muy vago mi recuerdo de la primera vez que mis padres “me llevaron a conocer el mar” –la frase es de García Márquez– pero estoy seguro que aquello no sucedió en Salinas. Ocurrió en un lugar de la costa con un espejo de playa inconmensurable, no solo hacia oriente y occidente sino amplificado por la circunstancia de que ese preciso momento debió haberse producido la marea baja. El sitio es conocido como General Villamil pero le dicen Playas, un nombre prosaico pero difícil de olvidar… Tengo la indeleble memoria de esa agradable sensación que produce el agua cálida del mar humedeciendo nuestros pies cuando chapoteamos en la arena mojada; imposible no recordar los nerviosos escarceos de las jaibas corriendo a ocultarse en sus madrigueras subterráneas.

 

Fue, pasados unos pocos años más, que volando para TAO y como flamante capitán del Twin Otter, que se programó un viaje con ejecutivos de Anglo hacia Salinas con la finalidad de que efectuaran ciertas actividades administrativas en la refinería de Ancón. Si bien estaba previsto aterrizar en Salinas, se supo a última hora que la DGAC había concedido un permiso temporal para aterrizar en una pista improvisada ubicada entonces en un recinto conocido como Prosperidad. Era esa, en la práctica, nada más que una cinta de terreno distinguida con balizas en medio de una superficie desbrozada pero desigual. Allá fuimos, de viernes a domingo. Aterrizamos sin inconvenientes en Prosperidad pero el hospedaje se había programado en el recordado hotel Miramar de Salinas.

 

Hoy no recuerdo al hotel por sus servicios, ni siquiera por la playa contigua; sin embargo, sucedió algo que no puedo olvidar. Animaba el bar en noches de fin de semana un muchacho algo menos joven que el suscrito, él ya había hecho famosa La nave del Olvido y había sido el virtual ganador del Festival Internacional de la Canción Latina (que se llamaría más tarde de la OTI) con una versión de El triste, la inolvidable canción de Roberto Cantoral. El joven se llamaba José Sosa, me llevaba con unos tres años, imitaba a Sinatra y parecía enamorado de la aviación; hicimos buenas migas. Mi sentido de la delicadeza impidió que me tomara la libertad de llevarlo a “dar una vuelta”. Entonces, yo también vivía “un poco enamorado”; de todo mismo y hasta de la música. A él lo conocían como José José…

 

Mi primera estancia prolongada en Salinas se daría pocos años más tarde. Estaba “recién casado” (o quizá no había dejado todavía de sentirme novio); nos habían cedido un departamento en el noveno piso del edificio Tiburón, entonces el más prominente de la playa de Chipipe. Ahí vivimos un episodio inesperado y realmente irresponsable; habíamos cerrado la puerta cuando bajamos a la playa, solo para descubrir con horror que la llave había quedado adentro… Un humilde trabajador se ofreció a cruzarse al balcón desde una tarraza vecina y acceder a la propiedad introduciéndose por la ventana de un baño situado a unos treinta metros sobre la calzada. Verdaderamente fue un acto suicida… todo quizá por una insignificante propina, hoy nunca recordada por su prodigalidad...

 

Pocos años más tarde debí encargarme de un acontecimiento inédito para la organización gremial de los pilotos nacionales: la realización del VI Congreso de OIP, la Organización Iberoamericana de Pilotos. Recién se había constituido la FEDTA, entidad que aglutinaba a ADTEA de Quito y ADACE de Guayaquil. Como parte del programa, y como aportación de ADACE, se había incluido en la agenda un paseo a Salinas con los delegados presentes; TAME auspició el transporte aéreo y los anfitriones programaron un día de pesca en alta mar seguido por un almuerzo –que se habría de convertir en bailable– en el “Yatch Club”. La pesca tuvo un relativo éxito aunque casi todos los pescadores terminaron mareados. Fue cuando las olas de “Mar Bravo” se vengaron por nuestros pasajeros…

 

Ahí, en Salinas –mientras disfrutaba de la playa– alguien me consultó la razón para que exista tanta variedad en las fechas que se celebra la Semana Santa. “Tiene que ver con un cálculo que involucra la primera luna llena luego del equinoccio de primavera”, le dije. Pero para hablar de ello, de su historia y tradiciones –y, además, de las posibles “alternativas”– advierto que va a ser necesaria una nueva entrada. Dejémoslo pues para el próximo artículo.


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25 abril 2023

Nuevos escarceos

Este blog es ya adolescente. Lo testimonia el registro de su propio margen, ya tiene trece años (en inglés la voz “teen ager” se usa para quienes tienen entre trece y diecinueve años, edades que se definen con el sufijo “teen”: thirteen, fourteen, etc..). La idea de crearlo la tuvo mi hijo Bernardo; él me habló por primera vez de esa suerte de periódico personal que es un blog. No me gusta llamarlo “muro”, quizá por aquello de que “la muralla es el papel de la canalla”... Por Bernardo fue que descubrí  que se podía compartir lo que se escribe, que había como guardarlo en “la nube” y, así, gracias a que existe una formidable iniciativa llamada blogspot, nació este humilde blog.

 

Hay algo fascinante que la aplicación tiene y consiste en una herramienta de búsqueda. Uno quiere revisar algo que antes había escrito, o consultar un término determinado, y no hace sino escribir ese vocablo en una ventana que funciona como un ágil e inteligente navegador. Así, y con solo seleccionar “Navegar Itinerario Náutico”, aparecen las entradas relacionadas con lo que se consultó. Es lo que he efectuado para averiguar si antes ya había usado el término “escarceo” (o escarceos) para poner título a esta entrada. Son escarceos los movimientos que tiene el mar, o los ensayos o tentativas que emprendemos con nuestros empeños, los movimientos laterales que hacen algunos animales o también los desplazamientos en vaivén que hacemos cuando exploramos o buscamos algo.

 

Escribir requiere de una serie paciente de análisis, consultas e investigaciones; esa búsqueda tiene un carácter zigzagueante, un ir de aquí para allá. Nos recuerda esa huella que van dejando ciertos ríos que muchas veces terminan por alterar su curso original y que llamamos meandros. Con esa perspectiva, el blog termina siendo un entreverado escarceo, gestión prometeica e indispensable para estar siempre atentos a nuevas inquietudes, para satisfacer viejas referencias y efectuar inéditas constataciones. No sería raro que, al hacerlo, comprobemos que hayamos mudado de puntos de vista o que ya no seamos tan rígidos frente a ciertas posturas, creencias u opiniones.

 

Vivir, viajar y leer se erigen de ese modo en estímulo para nuevos y renovados escarceos. Así, mi reciente relectura de Conversación en la Catedral me ha llevado a consultar el significado de un par de voces que Vargas Llosa utiliza. He escogido los términos disforzado y resondrar, que me han llevado a echar mano de diversos recursos. He dispuesto de una asistente ad honorem, una cuñada peruana que me distingue como su “cuñado piloto ecuatoriano favorito”… He consultado también otros instrumentos: varios diccionarios de voces usadas en el Perú, además del Diccionario de Americanismos elaborado por ASALE, la Asociación de Academias de la Lengua.

 

DiPerú define disfuerzo como “comportamiento exagerado o poco natural con el que se trata de llamar la atención” y disforzado como alguien “que se comporta de manera poco natural ante los demás”. Disforzarse equivaldría también a “comportarse de manera exagerada o poco natural para hacerse notar” o, como diría otro documento, “actuar con afectación o falta de naturalidad” (no hay definición para “disforzar” como verbo). Para el Diccionario de Peruanismos de Juan Álvarez Vita, disforzarse es “extremarse o excederse en manifestaciones o sentimientos exagerados” o “responder con ligereza a proposiciones serias”; disfuerzo, mientras tanto, es definido como “dengue, melindre, falta de compostura o remilgo”. La voz castiza correspondiente sería “afectación” definida por el DLE como aquella “extravagancia presuntuosa en la manera de ser, hablar, actuar o escribir”.

 

Para el caso de resondrar, señala DiPerú que consiste en “reprender o llamar la atención”; y explica que antiguamente significaba “injuriar, colmar de improperios a una persona”. Añade que resondro quiere decir “reprimenda, llamada firme de atención por alguna causa”. Comenta Álvarez Vita en su Diccionario que antes ya había definido el término con el sentido de: “reprender, reñir o regañar”; y hace idéntica advertencia: que alguna vez el vocablo significó “injuriar o colmar de improperios”. Intuyo, por lo mismo, que el vocablo equivale a reconvenir o reprochar. Conjeturo, además, que eso de resondrar bien pudiera ser una tergiversación o distorsión de ‘deshonrar’ que, según lo define el DLE, significa justamente “injuriar, escarnecer o despreciar”, e incluso “violar a una mujer”. Se toma nota que –como se insinúa más arriba– el verbo ya está incorporado en el DRAE.

 

Colijo, para concluir, que disforzar sería exagerar o actuar con falta de compostura; en cuanto a resondrar me contento con interpretarlo como una forma de reproche. Ah, mis escarceos... digo yo. Ellos no solo que implican “vaivén, movimiento ondulante o divagación”; también significarían “flirteo, coqueteo galante, devaneo y hasta aventura...” ¡Y todo... según lo ilustrado por el mismísimo DLE, el Diccionario de la Lengua Española!


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21 abril 2023

Huevadas

Yo creo que son huevadas, como dicen algunos niños con ese aire de autoridad creyendo que es una mala palabra (“gilipolleces”, dirían los españoles). El asunto es que el auto está bonito (por dentro) y lo importante es que a él le guste. El único problema es que él dice que el vehículo es azul, cuando todo el mundo sabe que es negro; negro mate, además. Un negro que en inglés llaman “charcoal” (que quiere decir negro carbón). Pero él dice que no, que no es negro, que es azul y que a él le gusta; y que de verdad lo que le emperra es eso de que digan que no es azul. Por eso está considerando cambiarle de color porque a sus amigos les parece que es negro, que es un color que a él nunca le ha gustado y que hoy tampoco le gusta. Ni nunca le gustará.

 

Así que en esas anda mi amigo Luis. Esa es para él su disquisición individual; su “sonido y su furia”, como habría dicho Faulkner, o su “insoportable levedad del ser”, como quizá hubiese dicho Kundera. Él puede, si quiere, decir que es su “túnel”, de Sábato, pero a mí qué me importa. Bien pudiera decir, si prefiere, que es su “cantar de ciegos”, su “ciudad y los perros” o sus “cien años de soledad”… Imaginación le sobra (está demostrando que sí). El punto es que a él le parece azul lo que a todos nos parece negro, negro carbón además, y que a él le guste. A mi me ha empezado a gustar también, y no solo “por” su interior. Me gusta porque es un negro discreto (mate), aunque Luis rechaza que lo llamen negro, como si fuera esa pintura de fondo que ponen antes de darles el color definitivo a los automóviles.

 

¿Cómo vas a cambiarle de color?, le digo. Y solo para darles gusto a los que dicen que no es azul y que el color no les gusta. Sería como comprarme o mandarme a hacer uno de esos trajes de lino de color beige (beis dicen los peninsulares) solo porque a mis familiares y amigos les parece que es rojo, color que a ellos les parece que uno nunca debe usar, como traje por lo menos. Digo esto porque vengo notando que casi todos los golfistas (que se precian) se han ido comprando pantalones de ese color, rojo (lo que no sé es si ellos dicen que es ciclamen a cuadros o mordoré). Qué carajo, si se han comprado es para no desilusionar a sus hijos o, simplemente, porque ahora les gusta. “Y punto”, como también dice mi mujer. ¿Quién soy yo para decirles lo que se deben poner?, digo yo. De vuelta a mi traje, bien pueden decir los demás que no, que es dorado bajito; lo importante es que a mí me guste.

 

Yo le digo a Luis que no cambie de auto ni que lo cambie de color. Que más bien les diga a sus amigos que solo está “en el proceso” de “ya mismo” cambiarle (o sea en algo así como gerundio), pero que no se ha decidido todavía por el color que va a escoger al fin, y que anda efectuando una encuesta para ver cuál mismo es la tintura (o pintura) que más les parece adecuada a sus amigos. ¡Qué caray! Quizá con eso ya los tenga más ocupados y no lo estén incordiando (como dicen los españoles) con aquello de que su auto no es azul o de que es de un negro carbón (como me parece también a mi o como dicen sus indiscretos amigos).

 

Pero él debería estar tranquilo. Tampoco es para tanto, ni para perder el sueño, “ni que fuera el final del mundo” como con sabiduría no exenta de filosófica candidez, alguien me lo repite en casa en forma cotidiana... ¡Que quede nomás de “azul”! Yo también voy a comprarme ese traje beige que me gusta, digan lo que digan los demás (como dice Raphael). Así, que digan nomás que es rojo, púrpura, carmelita, morado o encarnado. Y, claro, debo estar seguro de que, además, me guste por dentro… Ya saben: ¡lo demás, son puras tortillas! (para no utilizar el expletivo del título).

 

Ahora sí, voy a volver a la cama. Son las tres, y no voy a dejar otra vez que un extraño sueño me vuelva a desvelar, ni que un zoquete sueño me vuelva a quitar el sueño. Ni que fuera el final del mundo. ¡Huevadas!

 

Ah, y nota final: según el DLE, huevada es un vulgarismo en Chile (yo diría que no solo ahí, sino en toda América Latina) y que solo quiere decir “cosa, asunto o situación” (yo añadiría que tenga carácter nimio o insignificante”, en definitiva cualquier tontería o tontera). Razón llevaba mi recordado hermano Adrián con aquello de que decir malas palabras no era eso, es decir decirlas, sino tan solo “pronunciar mal” las palabras…


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18 abril 2023

Los cátaros o albigenses

Cuando tratamos hace poco cómo muere tanta gente en nombre de una creencia, asunto que acoté en una entrada anterior, me consultaron si los hugonotes eran lo mismo que los cátaros. Si bien ambas expresiones religiosas ocurrieron en lugares parecidos, estas constituyeron hechos distintos y sus contextos históricos también fueron diferentes. Los hugonotes eran calvinistas (protestantes adeptos de Calvino) que fueron acosados en la segunda mitad del SS XVI; los cátaros eran gnósticos, sus creencias constituyeron una forma de maniqueísmo, fueron declarados herejes a fines del SS XII y perseguidos entre mediados de ese siglo y la primera mitad del siguiente.

 

Aunque las motivaciones de unos y otros parecerían similares (búsqueda de autenticidad religiosa, rechazo a la jerarquía), los albigenses se expresaron como una religión distinta (más que una mera “variación” dentro del cristianismo). La Iglesia se propuso eliminarlos en base a varias estrategias: predicaciones para abordar el tema, una nueva cruzada y la aplicación de los mecanismos de la Inquisición. Así, surgieron organizaciones como la orden monástica de los Cistercienses (en 1908, con Roberto de Molesmes y la Abadía del Cister) y, sobre todo, la Orden de Santo Domingo (los dominicos eran clérigos con una sólida formación teológica) conocida en origen como Orden de los Predicadores, que fue fundada en el SS XIII por Sto. Domino de Guzmán.

 

El término albigense viene del toponímico “albigés”, o nacido en Albi, una ciudad occitana, la Albiga romana. Sus adeptos se autodesignaron cátaros (palabra griega que significa “puro”); se asentaron en un espacio (realmente un rombo) ubicado entre Toulouse, Albi, Montpellier y Carcasón, región ubicada al sur de la actual Francia. Todo este sector pertenece a Occitania, o Langedoc, literalmente “el país de la lengua de Oc” (por la forma de pronunciar el afirmativo –“sí”– en ese idioma). Su filosofía estaba basada en el maniqueísmo (teoría del bien contra el mal); solo reconocían el Nuevo Testamento y sostenían que lo bueno era lo espiritual y lo malo lo material; rechazaban la divinidad de Cristo. Formaron una iglesia paralela (c. 1160).

 

Los cátaros eran gente muy austera y piadosa; no tenían sacramentos (un concepto ideado por Agustín de Hipona en el SS IV). “Sacramento” quiere decir “medio –o instrumento– sagrado” en latín. Los albigenses tenían un solo ritual que era utilizado por sus predicadores (llamados “perfectos”) para absolver los pecados y que llamaron “consolamentum” (o consolación). Se vestían de blanco (albi quiere decir blanco –albo– en latín), no reconocían la jerarquía del papado y rechazaban la cruz por considerarla un instrumento de tortura.

 

La gran cruzada contra los albigenses fue propiciada por Inocencio III en 1209 y tuvo una duración de veinte años; esta fue respuesta al deceso del legado papal cuya muerte se achacó al Conde de Tolosa (Toulouse), él mismo un entusiasta cátaro. Se estima que las fatalidades contarían entre decenas a cientos de miles de personas. Muchos católicos habían respondido a esta forma de cruenta peregrinación en busca de un método fácil de redención frente a las eventuales “penas del infierno”; estas serían perdonadas en base a la concesión de “indulgencias”, una suerte de bono que indultaba esas penas en la otra vida.

 

La cruzada pudo haber adquirido un cierto carácter político; si bien fue apoyada por la jerarquía eclesiástica, pronto fue aprovechada por la monarquía de los capetos que pretendía ampliar sus territorios hasta los Pirineos y el Mediterráneo, en el mediodía francés. Fue, por tanto, un motivo para la reacción occitana que veía la cruzada como un claro peligro para su identidad nacional. En noviembre de 1215 el IV Concilio de Letrán expropió de sus tierras a los nobles occitanos y las transfirió a las autoridades que habían apoyado la cruzada.

 

Si bien la rendición cátara se produjo en 1229, la capitulación definitiva solo se produjo con la toma del castillo de Montsegur en 1244, cuando más de 200 seguidores albigenses se habrían inmolado en la hoguera. Luego los cátaros se refugiarían en el pirineo catalán, solo para ser perseguidos por la Inquisición. En cuanto a la prevalencia del occitano, esta terminó con el triunfo de la Revolución Francesa, cuando se impuso el francés como lengua nacional. El IV Concilio de Letrán es también famoso por el hallazgo de una glosa marginal que algún escriba inescrupuloso habría intercalado en el texto bíblico con el objeto de sustentar el dogma de la Trinidad. Se la conoce como “coma o paréntesis juanino”, un supuesto añadido a la epístola de San Juan en una versión de la Vulgata. La frase faltaría en los manuscritos griegos y en las versiones latinas, pero habría pasado el “Textus Receptus” o Texto Recibido.


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14 abril 2023

El mundo está cambiando…

Hoy decía mi mujer que “está helando”, mientras –qué ironía– Los Iracundos iban por ahí tarareando una canción que ya escuchaba en mi juventud: “El mundo está cambiando y cambiará más (ah, ah, ah, ah) / Y la lluvia caerá (ah, ah, ah, ah), luego vendrá el sereno”... Yo sostengo que, al igual que el mundo, el clima no solo que está cambiando (gerundio) sino que ya cambió (pretérito perfecto). Y, claro, nunca sé qué de “perfecto” puede haber en que el maldito clima haya cambiado… Tampoco dejo de pensar en que aquello que esos cantores llaman “sereno” no se refiere a la humedad que se presenta en la madrugada, o al celador nocturno que se desvela por las noches, ni a aquello de ser “apacible o sosegado”, sino al cielo cuando está claro, es decir: “despejado y sin lluvia”, como dice el DRAE…

 

A ese tipo de sereno los pilotos llamamos CAVOK, que quiere decir en inglés –el idioma universal para la aviación–, Ceiling and Visibility OK. Claro que cuando yo era “guagua“ aviador (cadete piloto) se decía “CAVU” (Ceiling and Visibility Unlimited), que me parecía más exacto. Pero, como ya decían esos cantantes de más arriba, todo mismo va cambiando; tanto, que antes no conocíamos de ese modo al ahora llamado “pretérito perfecto”, un tiempo del verbo que cuando estuvimos en la edad de sentarnos en “pupitres” se lo conocía como “pretérito indefinido” (?). Tal parece que la que de veras cambió, y a cada rato y siempre estuvo “indefinida”, fue la honorable Academia, que antes no me parecía que cambiaba (pretérito imperfecto) tanto, ni en forma tan frecuente. ¡Qué complicado! ¡¿Quién entiende?!

 

Bueno, todo lo anterior, solo para comentar que el clima estuvo realmente bravo en las semanas previas. Y aunque uno se pone a “ver llover”, solo espera que la lluvia amaine, para entonces poder –luego de tanto rayo y trueno– hacer inventario de los daños colaterales. Las tormentas han sido tan severas, que quienes vivimos en lugares protegidos por árboles, solo esperamos cada vez que culminen tan catastróficos aguaceros, para entonces evaluar el daño de los equipos eléctricos que se malogran por el solo hecho de estar conectados (no tienen que estar encendidos). Son esas las consecuencias de la meteorología, una materia de curiosa etimología que también estudian los pilotos, y que es una ciencia que se especializa en los llamados “meteoros”.

 

Digo “curiosa etimología” porque, otra vez y de acuerdo con el DRAE, los antes mentados meteoros no solo son los “cuerpos celestes que penetran en la atmósfera terrestre”, sino también todo aquel “fenómeno atmosférico que puede ser aéreo, como los vientos; acuoso, como la lluvia o la nieve; luminoso, como el arco iris, el parhelio o la paraselene; y, eléctrico, como el rayo y el fuego de Santelmo” (sic). Aquello de “el parhelio o la paraselene”, se trata de aquellos halos que parecen formar el Sol o la Luna y que se asemejan a imágenes dibujadas en el cielo…

 

Fue pues la otra tarde que se desató un torrencial y apocalíptico aguacero, y no bien hubo empezado a llover (pretérito anterior) cuando un trueno ensordecedor partió el cielo y dejó al vecindario sin energía eléctrica. Poco más tarde, cuando se restableció la corriente, pudimos comprobar el daño de múltiples equipos eléctricos y otros artefactos. Tal parece que los más vulnerables, para este tipo de casos, son los televisores, equipos de sonido, codificadores de servicios de cable o internet y –lo que pudiera ser más frecuente– los motores eléctricos de las puertas de garaje. Obviamente, cada uno de estos artilugios es mantenido, atendido o reparado por su propio especialista, oficio ejercido por quienes en nuestra tierra llamamos “maestros”.

 

Maestro es una de las palabras con más acepciones en nuestro idioma. Maestro puede ser un docente, un artista genial, un intérprete destacado, un modelo para la construcción, un animal y hasta un objeto… pero es también alguien que ejerce un arte u oficio, tenga o no un título para hacerlo. En la práctica, hay maestros que han aprendido su oficio en forma empírica, es decir en base a su ejercicio anterior o experiencia, especialmente aquellos oficios mecánicos o los que se realizan en talleres. Existen maestros gasfiteros, plomeros, electricistas, albañiles, etc. Lo malo de ahora es que a muy pocos les gusta que les llamen “maestros”. Maestro es no solo una palabra desvalorizada: puede ser una forma de tratamiento considerada peyorativa.

 

Así que… evito el terminajo. A veces recurro al título de “ingeniero”, pero corro el riesgo de que lo tomen como ironía... Opto entonces por dirigirme a ellos como señor mengano o zutano; porque si recurro a su nombre, me expongo a que si les doy la mano puedan agarrarse del codo, y me respondan usando mi nombre propio cual si hubiésemos sido compañeros de escuela o me hubieran conocido de toda la vida… Es que, ya saben... el mundo está cambiando.


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11 abril 2023

Un absurdo y díscolo Universo

Franz Kafka, que había nacido en Bohemia, había convertido sus escritos en epítome de la ansiedad, la culpa y el absurdo. Sin que él mismo se lo hubiera propuesto, el mundo inventaría más tarde un nuevo adjetivo para expresar que algo era opuesto a la razón, irregular, sin sentido o extravagante. Kafkiano pasó a ser lo inaudito, lo signado por el absurdo, lo sorprendente, aquello que –aunque lo lográramos describir– resultaba insólito. No dudo que al autor de “La transformación” (traducida como “La metamorfosis”) debe haberle parecido –como me pasa a mí– que había aspectos relacionados con el Universo que eran disparatados y difíciles de comprender.

 

Con el Universo (hablamos del espacio infinito) sucede siempre algo contradictorio: cada vez que lo estudiamos para comprenderlo mejor, siempre terminamos con nuevas y mayores incógnitas que nos van dejando la ingrata sensación de que cada vez sabemos menos. Ahí están ciertos caprichos de algunos cuerpos celestes (celestes no por su color sino por pertenecer al cielo) o la dimensión del infinito, distancias inalcanzables que para comprenderlas utilizamos una fantástica entelequia conocida como “velocidad de la luz”. De paso, hoy se utiliza el “pársec” que equivale a 3.2 años luz. Desde el siglo XVI se viene utilizando como medida, la unidad astronómica, UA; ella representa la distancia entre la Tierra y el Sol, unos 150 millones de kilómetros.

 

Los planetas conocidos habrían sido solo cuatro hasta que, gracias a unos incansables observadores (Copérnico, Galileo, Brahe, Kepler), la Tierra dejó de ser el “centro de todo lo visible e invisible” y pasó a ser un humilde y prosaico planeta, uno más. Así, de pronto, los planetas pasaron a ser seis  (se había logrado descubrir Júpiter y Saturno); el subsiguiente reconocimiento del sistema heliocéntrico facilitaría el posterior descubrimiento de Urano y Neptuno. Pasado un poco más de tiempo, y con el avance tecnológico y la mejora de los telescopios, se encontró uno más: un planeta no sé si un poco más lejano o bastante más pequeño que se convirtió en el noveno y que llamaron Plutón; hoy ya no es considerado un planeta.

 

En nuestros días se habría de redefinir una zona que separa a los planetas telúricos (Mercurio, Venus, Tierra y Marte) de los “jovianos” (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno), allí se descubrió otro planeta (Ceres) que se clasificó como “enano”. Además (eran los primeros años de este siglo), empezaron a aparecer nuevos y más lejanos planetas enanos. Aunque el radio del sistema solar habría avanzado de 30 UA (Neptuno) a unas 45 UA; ahora se habrían efectuado otros hallazgos –como una nube dónde existen gases y diminutos cuerpos (como Sedna), ubicados a 500 UA. Hoy se conoce que la distancia entre el Sol y la Nube de Oort es de 1 año luz: una distancia quizá insignificante...

 

Si se calcula que una UA equivale a 8.32 minutos luz, lo que significa que cada hora luz equivale a unas 7 UA, se deduce que cada día luz representa 84 UA y cada año luz la inimaginable distancia de 30660 UA. Simple y breve como parece, solo significa que la estrella más cercana, Alfa Centauro, dista de nuestro sistema 4.2 años luz o unas 130.000 UA, lo que –a su vez– solo quiere decir que si algún día llegamos a viajar a la velocidad de la luz, “únicamente” nos tomaría 4.2 insignificantes años llegar hasta allí. Ni qué decir de cuánto pudiera costarnos el boleto…

 

Revisando un libro de Carl Sagan, un día  me encontré una comparación a escala de nuestra realidad; decía que si todo el sistema solar se comparaba con un plato de servicio (unos 30 centímetros de diámetro), la estrella más cercana, la ya mencionada Alfa Centauro, quedaría a algo más de unos 40 kilómetros de distancia… Prefiero transcribir lo que he encontrado en Wikipedia para tener una idea más clara de tan “absurdas” distancias siderales…

 

“Imagínese un modelo reducido en el que el Sol esté representado por una pelota de 22 centímetros de diámetro. A esa escala, la Tierra estaría a 23,6 metros de distancia y sería una esfera con apenas 2 milímetros de diámetro (la Luna estaría a unos 5 cm de la tierra y tendría un diámetro de unos 0,5 mm). Júpiter y Saturno serían bolitas con cerca de 2 centímetros de diámetro, a 123 y 226 metros del Sol, respectivamente. Plutón estaría a 931 metros del Sol, con cerca de 0,3 milímetros de diámetro. La estrella más cercana estaría a 6332 kilómetros”…

 

Todo para no hablar de un planeta vecino que gira y se traslada al revés que los demás. Ahí el sol aparece por poniente, parece que una inimaginable colisión lo puso de cabeza; su órbita es elíptica pero gira a contramano. Es el inventor del contraflujo. Venus se demora 243 días terrestres en girar sobre su eje y 224 en orbitar alrededor del sol. Parecería kafkiano pero su día tiene mayor duración que su circuito anual. Es realmente un planeta díscolo.


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07 abril 2023

Nuestras vías y sus nombres

En días pasados se han iniciado los trabajos de repavimentación con hormigón de tres vías importantes de nuestra capital: las Avenidas Cristóbal Colón, Napo y Morán Valverde. Estos trabajos tendrán una duración de seis meses y comprenderán una extensión total de 6 km con un costo de 6 millones de dólares. El Municipio ha comentado que aunque el costo es tres veces más alto que el del asfalto, el gasto se justifica por la durabilidad del hormigón (casi 50 años) y el mínimo mantenimiento requerido. Se sabe que solo el fraguado tomaría 21 días.

 

En lo personal, tengo la costumbre no solo de ubicar nuestras calles (puede decirse que es uno de mis “temas”), sino también de averiguar el porqué de sus nombres. Utilizo para estas indagaciones el nunca bien ponderado libro de Ángel Dávalos H. QUITO, Significado y ubicación de sus calles (Abya-Yala 2000). Tal vez, para el caso que nos ocupa, los nombres de las dos primeras avenidas mencionadas no merezcan explicación. Tanto las referencias al navegante genovés como a la provincia oriental y el río que le da su nombre son relativamente claras y no merecen comentario adicional. Hubo un tiempo en que una parte de la Colón era más estrecha, no era todavía pavimentada y tampoco tenía  parterre arbolado, iba de la 10 de Agosto a la América; a ese trecho se lo conocía como “la Colón de a perro”.

 

Lo que tal vez resulte necesario, es ubicar a las dos últimas avenidas que son parte del sur de la ciudad; sobre todo para quienes que –como yo– no se acostumbran todavía a la nueva realidad de un sur de Quito enorme y desproporcionado (en nuestra niñez la ciudad terminaba en la Villa Flora). La Napo se inicia justamente en el barrio mencionado, pasa por el estadio de El Pobre Diablo en Chimbacalle, sube por la Alpahuasi y la México, y termina en Luluncoto  (pasteurizadora Quito). La Morán Valverde, por otra parte, es una ruta transversal, ubicada mucho más al sur, empieza en la Ave. Mariscal Sucre (sector de El Pintado) y termina en la Ave. Pedro Vicente Maldonado.

 

En este punto, llegados a la Morán Valverde, creo que es importante resaltar que muchos de los quiteños no conocemos la razón o motivo para la nomenclatura de muchas de nuestras calles, por eso me permito glosar aquello referido a quién fue el Capitán de Fragata Rafael Morán Valverde, Héroe de Guerra en la Batalla Naval de Jambelí:

 

MORÁN VALVERDE RAFAEL. Nacido en Guayaquil el 5-abr-1904. Ingresó a la Marina de Guerra el 2-may-1924. Alférez de Fragata en 1927. La Escuela Naval funcionaba entonces a bordo del buque “Cotopaxi”. En junio de 1941 fue nombrado Comandante del cañonero “Calderón”. El 25 de julio de ese año, fue protagonista en el combate de Jambelí enfrentando al destructor “Almirante Vilar” del Perú; hazaña que le mereció el reconocimiento de Héroe Nacional. Se retiró en 1944 y falleció en 1958. Post-mortem fue ascendido al grado de Capitán de Fragata.

 

Pero, y volviendo al relato inicial, ha sido cuando he revisado las correspondientes rutas alternas, recomendadas para cuando se realicen los trabajos en esta avenida, que encuentro los siguientes nombres: “Calle Borbón, Ave. Amaru Ñan, Av. Quitumbe Ñan y Redondel Morán Valverde”. Advierto aquí que las que reciben el añadido de “ñan” (probablemente un intento “inclusivo” de quienes están encargados de estos asuntos) no constan en el texto de Ángel Dávalos, pero conjeturo que se refieren al genérico de “camino”, pues deduzco que “chaquiñán” quiere decir atajo o camino angosto. Aun así, me ha parecido muy ilustrativo lo relacionado con los nombres Quitumbe y Quitus:

 

“QUITUMBE: Hijo del cacique Tumbe., nacido en la actual península de Sta. Elena. Fundó Túmbez. Fue ambicioso, emprendedor y aventurero. Huyendo de los gigantes de la Otoya, se refugió en una isla (Puná). Desde esta, ganó en balsa el río Guayas, atravesó cálidas selvas tropicales, llegó a mesetas frías, trepó cerros y montañas y, por fin, llegó a un sitio que le gustó para fundar un reino, que en su honor llamó QUITO. De su esposa Llira, tuvo un hijo: Guayanay, que significa ‘golondrina’. Por él, fue abuelo de Atau y bisabuelo de Manco Cápac. En Quito, tuvo otro hijo: Tomé, quien fue el primero que usó el título de Shyri” (actualente, Tumbez está ubicada en el norte del Perú).

 

“QUITUS: Tribu conformada por varias aldeas, cada una con su jefe respectivo, que formaban confederaciones. Vivían en las actuales Provincias de Pichincha, Imbabura, parte de Cotopaxi, Los Ríos, Manabí y Esmeraldas. Construían montículos ovalados o circulares (y estructuras) piramidales con fines ceremoniales, astronómicos y habitacionales. Llevaban pectorales y (lucían) en las orejas objetos de oro y plata, además de anillos y collares. Se unificaron con los Caras para repeler la violenta invasión incásica”. Fin de la glosa. Para los fines consiguientes…


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04 abril 2023

Los Nobel de Literatura

Alfred Bernhard Nobel (1833-1896) tendría algo más de 40 años cuando había descubierto una nueva fórmula para fabricar explosivos; la llamó dinamita, una palabra de origen griego que implica vigor o potencia. Cuando murió de un ictus a los 63 años, no se había casado ni tenido hijos pero se preocupó de dejar un testamento por el que legaba gran parte de su fortuna a quienes se hubieran destacado por el afán de beneficiar a la humanidad. El Premio reconocería a quienes hubieran hecho valiosos aportes en Química, Física y Medicina, pero también a quienes hubieran contribuido a la Paz en el planeta. Nobel, él mismo un escritor, también habría querido reconocer a quienes hubieran dedicado su vida a la Literatura.

 

Así, a partir del año 1901, la Academia Sueca empezó a distinguir con el Premio Nobel de Literatura. Como era un premio concedido en vida, nunca favoreció a quienes, como Flaubert o Dostoievski, hubieran fallecido antes del año 1900. En algunos casos no fueron personajes muy conocidos; hubo importantes escritores que nunca recibieron el galardón; destacan, entre ellos, Émile Zola, Leiv Tolstoi, Marcel Proust, Franz Kafka, James Joyce y Jorge Luis Borges. A excepción de Zola, que murió un año después de instaurado el premio; y Kafka, que murió en 1924 a los 40 y cuya obra solo trascendió 20 años más tarde, pudiera presumirse que pudo haber un motivo extra-literario para que no se los hubiera favorecido.

 

Alfred Nobel había establecido un requisito para otorgar el premio: que los escogidos debían poseer "un idealismo elevado y sólido". Además, sobre todo en los años de las dos grandes guerras, la Academia habría de preferir a escritores pertenecientes a países que no hubieran participado en tales conflictos. Así, se intuiría que hubo candidatos segregados debido a una eventual animosidad hacia el pueblo ruso o debido a que pertenecían a otros continentes (un cierto euro-centrismo). Insólito como puede parecer, también fueron relegados escritores de la talla de Henry James, Anton Chejov, Mark Twain, Joseph Conrad o Vladimir Nabokov.

 

Tolstoi había sido nominado desde 1902 hasta 1906, e incluso para el Nobel de la Paz en tres ocasiones. Que no hubiese sido escogido, generó una enorme controversia; se presume que el jurado pudo tener ciertas reservas frente a sus posturas religiosas o políticas. Para el caso de Proust, autor de un libro dos veces más extenso que “Guerra y Paz” (“La búsqueda del tiempo perdido”), que alteraba la tradición del realismo del siglo XIX (el mismo que priorizaba la importancia del guion en la novela), tal vez el gusto literario no habría aún apreciado el novedoso modelo, uno que privilegiaba las impresiones y la subjetividad del narrador. El escritor francés bien pudo haber recelado que habría sido su propio tiempo el realmente “perdido”…

 

Un capítulo aparte merece Joyce, un irlandés que se había propuesto componer una novela inspirada en La Odisea de Homero (de ahí el nombre); cuya trama, a diferencia de esta, no transcurre en diez años sino en un solo día. Se destaca por dos aspectos que influenciaron en muchos de los escritores que vendrían después: el monólogo interior y esa irreverencia suya frente a ciertas normas: como la ausencia de signos de puntuación, la escritura sin mayúsculas o la discontinuidad cronológica en el desarrollo del guion, técnicas que dificultan la lectura pero que involucran al lector como si fuese un colaborador más en la creación literaria.

 

Para el caso del escritor y erudito argentino: Borges fue nominado varias veces aunque nunca obtuvo el preciado galardón. El autor no había gozado de la simpatía del peronismo que siempre lo relegó a una oscura posición burocrática. Sus críticos nunca habrían de olvidar que había gozado del reconocimiento de las dictaduras militares del sur del continente, cual si otros ganadores no hubieran apoyado también a otras tiranías de izquierda como fue el caso de Jean-Paul Sartre y Neruda (Stalin); o de García Márquez (Fidel Castro).

 

Desde que se instauró el Nobel, este ha sido entregado a casi 120 escritores; de ellos, solo un doce por ciento han sido mujeres. La mayoría está conformada por europeos o norteamericanos; raros son los asiáticos o africanos. Prevalecen los que han escrito en inglés, francés, alemán o castellano. De entre estos últimos, cinco han sido españoles y seis pertenecientes a otras nacionalidades: dos chilenos (Mistral y Neruda); un mexicano (Paz); un guatemalteco (Asturias); un colombiano (García Márquez); y un peruano (Vargas Llosa). Por cierto, estos dos últimos no poseen apellidos compuestos: nos hemos acostumbrado a llamarlos así; nadie dice Gabriel García o Mario Vargas… También hubo quienes rechazaron la distinción, sea por disposición de su propio gobierno (Pasternak) o por cierta convicción personal, la de que aceptarlo pudiera desmerecer su futuro legado literario (Sartre).


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