28 abril 2023

Unas vacaciones en Salinas

Estuve en Salinas, fueron realmente dos veces en un lapso de quince días. Había vuelto tal vez luego de cuarenta años; fui testigo del importante desarrollo que ha alcanzado ese atractivo rincón de la patria. Ya no es solo un balneario predilecto para un amplio sector de conciudadanos; todo aquel conjunto poblacional –incluyo Santa Elena y Libertad– es ahora una urbe bullente y emprendedora, cuyos residentes han sabido cuidarla y embellecerla; son los orgullosos protagonista de una transformación alegre y positiva. Salinas no solo es una ribera donde se han construido unas pocas decenas de rascacielos; es ya toda una ciudad.

 

Es muy vago mi recuerdo de la primera vez que mis padres “me llevaron a conocer el mar” –la frase es de García Márquez– pero estoy seguro que aquello no sucedió en Salinas. Ocurrió en un lugar de la costa con un espejo de playa inconmensurable, no solo hacia oriente y occidente sino amplificado por la circunstancia de que ese preciso momento debió haberse producido la marea baja. El sitio es conocido como General Villamil pero le dicen Playas, un nombre prosaico pero difícil de olvidar… Tengo la indeleble memoria de esa agradable sensación que produce el agua cálida del mar humedeciendo nuestros pies cuando chapoteamos en la arena mojada; imposible no recordar los nerviosos escarceos de las jaibas corriendo a ocultarse en sus madrigueras subterráneas.

 

Fue, pasados unos pocos años más, que volando para TAO y como flamante capitán del Twin Otter, que se programó un viaje con ejecutivos de Anglo hacia Salinas con la finalidad de que efectuaran ciertas actividades administrativas en la refinería de Ancón. Si bien estaba previsto aterrizar en Salinas, se supo a última hora que la DGAC había concedido un permiso temporal para aterrizar en una pista improvisada ubicada entonces en un recinto conocido como Prosperidad. Era esa, en la práctica, nada más que una cinta de terreno distinguida con balizas en medio de una superficie desbrozada pero desigual. Allá fuimos, de viernes a domingo. Aterrizamos sin inconvenientes en Prosperidad pero el hospedaje se había programado en el recordado hotel Miramar de Salinas.

 

Hoy no recuerdo al hotel por sus servicios, ni siquiera por la playa contigua; sin embargo, sucedió algo que no puedo olvidar. Animaba el bar en noches de fin de semana un muchacho algo menos joven que el suscrito, él ya había hecho famosa La nave del Olvido y había sido el virtual ganador del Festival Internacional de la Canción Latina (que se llamaría más tarde de la OTI) con una versión de El triste, la inolvidable canción de Roberto Cantoral. El joven se llamaba José Sosa, me llevaba con unos tres años, imitaba a Sinatra y parecía enamorado de la aviación; hicimos buenas migas. Mi sentido de la delicadeza impidió que me tomara la libertad de llevarlo a “dar una vuelta”. Entonces, yo también vivía “un poco enamorado”; de todo mismo y hasta de la música. A él lo conocían como José José…

 

Mi primera estancia prolongada en Salinas se daría pocos años más tarde. Estaba “recién casado” (o quizá no había dejado todavía de sentirme novio); nos habían cedido un departamento en el noveno piso del edificio Tiburón, entonces el más prominente de la playa de Chipipe. Ahí vivimos un episodio inesperado y realmente irresponsable; habíamos cerrado la puerta cuando bajamos a la playa, solo para descubrir con horror que la llave había quedado adentro… Un humilde trabajador se ofreció a cruzarse al balcón desde una tarraza vecina y acceder a la propiedad introduciéndose por la ventana de un baño situado a unos treinta metros sobre la calzada. Verdaderamente fue un acto suicida… todo quizá por una insignificante propina, hoy nunca recordada por su prodigalidad...

 

Pocos años más tarde debí encargarme de un acontecimiento inédito para la organización gremial de los pilotos nacionales: la realización del VI Congreso de OIP, la Organización Iberoamericana de Pilotos. Recién se había constituido la FEDTA, entidad que aglutinaba a ADTEA de Quito y ADACE de Guayaquil. Como parte del programa, y como aportación de ADACE, se había incluido en la agenda un paseo a Salinas con los delegados presentes; TAME auspició el transporte aéreo y los anfitriones programaron un día de pesca en alta mar seguido por un almuerzo –que se habría de convertir en bailable– en el “Yatch Club”. La pesca tuvo un relativo éxito aunque casi todos los pescadores terminaron mareados. Fue cuando las olas de “Mar Bravo” se vengaron por nuestros pasajeros…

 

Ahí, en Salinas –mientras disfrutaba de la playa– alguien me consultó la razón para que exista tanta variedad en las fechas que se celebra la Semana Santa. “Tiene que ver con un cálculo que involucra la primera luna llena luego del equinoccio de primavera”, le dije. Pero para hablar de ello, de su historia y tradiciones –y, además, de las posibles “alternativas”– advierto que va a ser necesaria una nueva entrada. Dejémoslo pues para el próximo artículo.


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