29 marzo 2024

Una forma “familiar” de plagio

“I–nau–dito”, realmente insólito, como lo hubiese descrito Alex, mi  amigo y antiguo jefe. O: “In–dig–nan–te”, como hubiese preferido un viejo colega que un día me confesó, con humilde dignidad, que no sabía cómo se debía comer una alcachofa. La que sigue es una historia de codicia y avaricia (¿por qué será que estos vocablos riman en forma tan coincidente?); esta es “La increíble y triste historia de dos cándidos herederos y una editorial desvergonzada”, como lo hubiera proclamado el mismísimo creador de Cien años de soledad, el incorregible (y nada angurriento) Gabo…

Todo habría empezado con su designación para que recibiera el Premio Nobel de Literatura (solo contaba con cincuenta y cinco años). Luego de ello, García Márquez se habría propuesto un nivel literario sobremanera exigente, se había fijado una vara muy alta. A partir de aquel momento cenital en Estocolmo, con la sola excepción de un par de sus posteriores novelas, habrían declinando sus virtudes como escritor; ya no estaban allí esas hermosas frases largas que caracterizaron a sus mejores escritos. No sería descabellado conjeturar lo que su mismo hermano habría ya anticipado: sus reservados temores, cuando había declarado que el autor colombiano habría empezado a enfrentar claros signos de una cruel y desgastante enfermedad: la demencia.

 

Ese, bien pudo ser el motivo para que la que pudo haber sido su última novela, En agosto nos vemos, hubiese merecido tantas como cinco revisiones que parece que nunca dejaron del todo satisfecho al creador de El coronel no tienen quien le escriba; de hecho, mientras gozaba todavía de su asombrosa lucidez que lo convertía en un conversador tan interesante, habría dado claras disposiciones a sus hijos para que esa obrita tan corta (tenía solo algo más de cien breves páginas) fuera destruida, para que así nunca pudiera ser publicada. El nacido en Aracataca recelaba que la anodina novelita (muy breve para novela y demasiado larga para convertirse en cuento) sería tan poco promisoria que era mejor destinarla al cofre herrumbroso del olvido: no merecía ser publicada.

 

Aquella obrita (“nivola” la hubiese tildado don Miguel de Unamuno), aquella misma que su autor ni siquiera alcanzó a corregir el tiempo del verbo de su título (“Nos vemos, o nos veremos, en agosto” quizá hubiese sonado –y se hubiese traducido– en mejor forma), fue relegada por el propio García Márquez al soberado de la historia; no alcanzó, por lo mismo, a convertirse en una novela “inédita” –por póstuma– sino que, no habiendo pasado la criba de su particular “control de calidad”, pasó simplemente a ser parte de una carpeta, física o virtual, carente ya de valor literario, sin más valor que uno sentimental, aquel mismo valor que se asigna a los bártulos que solo avivan la nostalgia, y alcanzan el precario significado de esas cosas–que–pudieron–haber–sido–y–no–fueron…

 

Desde semejante óptica, insistir en la edición de una obra que no satisfizo al autor, sea por desilusión, honestidad, vanidad o cualquier otro motivo, no solo hubiese pasado a ser una decisión inconveniente, sino que el trámite corría el riesgo de que la novela sea interpretada como un trabajo completo y final, cuando era algo que no podía ser tomado en serio, no solo por no respetar el firme deseo de su autor, sino por haberse convertido en una forma de plagio (la corrigieron a su arbitrio) y por no representar un trabajo terminado y auténtico. Las cosas deben no solo ser, sino también parecer; y, del mismo modo, aquello que “quiere pasar por”, no solo debe parecer, debe –ante todo– “ser”. Debe tener la calidad de lo que no engaña por su apariencia: ¡debe tener un carácter auténtico!

 

Por lástima, no es así como han procedido los herederos de Gabriel García Márquez, y más puntualmente sus hijos Rodrigo y Gonzalo que, incumpliendo los deseos y expresas disposiciones de su moribundo padre, han vendido los archivos del escritor y han entregado el material a Harry Ransom Center, una editora de Austin, Texas. Entre los documentos que han negociado, se han incluido las diferentes versiones del borrador de En agosto nos vemos, con lo que pronto ésta “que aparenta ser una obra terminada” pasaría a ser exhibida en los escaparates de las principales librerías. Vale recalcar: el material entregado no corresponde a una obra inédita, se trata del simple boceto de una obra que nunca había sido completada. Un ejercicio comercial que no obedece a las recomendaciones que habría hecho el afamado escritor a sus descendientes.

 

Los hijos no han destruido la novela, como quiso su padre, han optado no solo por publicarla, “porque ella lo merecía”, sino que tuvieron la osadía de hacerla corregir y negociaron con los editores para que dieran a la novela el destino comercial que consideraran más conveniente…  Desde luego, han aclarado que no lo han hecho “por una cuestión de dinero” (menos mal, ¡qué alivio!). ¡Qué historia tan triste e incongruente!


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26 marzo 2024

TAO y el artículo de Diners (2)

Volar en el Oriente siempre ha requerido de un sólido conocimiento del terreno y de destrezas especiales; pero también ha constituido una fuente de mitos y leyendas. Esa es todavía una zona inhóspita y carente de facilidades adecuadas para la navegación aérea; algunos sectores, todavía carecen de pistas debidamente preparadas. Es por ello necesario destacar el mérito de aviadores que, como Gonzalo Ruales, supieron sobreponerse a esas limitaciones con su conocimiento de las características del vuelo que impone la selva. Antes resultaba obligatorio volar “rumbo y tiempo”; constituía una continua indagación…

 

TAO fue creando una auténtica “escuela”, algo similar a lo que había caracterizado a la operación de AREA. Si algo se debe reconocer a esa pequeña compañía es que sus pilotos procuraban practicar un claro concepto de estandarización. Con sus limitaciones, todos respetaban y trataban de fortalecer unos procedimientos que eran reconocidos como propios por todos sus tripulantes; ese esfuerzo y dedicación fueron afianzando una operación estandarizada y la confianza en un sentido de seguridad aérea.

 

En referencia al artículo que comentamos, sería impreciso mencionar que TAO pudo haber operado hasta 18 aparatos. Esto es inexacto; la verdad es que nunca se operaron más de cuatro aviones a la vez. Lo que sí es cierto es que la empresa llegó a operar un total de 18 aviones a lo largo de sus 63 años de encomiable historia. Esto es fácil de comprobar pues los aviones se identificaban de acuerdo a su orden de llegada al servicio de la compañía: yo volé el 09 y el 011 (dos DC-3) y también el inolvidable 012 (un Twin Otter). Las aeronaves que llevaron el nombre de TAO fueron: 2 Norseman; 2 ó 3 avionetas Cessna; dos Junkers 52 de tres motores; 4 Douglas DC-3 (el venerable C-47); un DHC-6 Twin Otter; un DHC-4 Caribou (arrendado); y, posterior al cierre temporal que tuvo la compañía a mediados de los años setenta: 2 Cessna 206, 2 helicópteros y una avioneta STOL PC-6 Pilatus Porter, conocida coloquialmente como “Machaca”.

 

Por otro lado, me permito registrar los accidentes sufridos en orden cronológico: un primero ocurrió antes de 1955: se trató de una avioneta, pilotada por el propio Gonzalo, que se accidentó al no poder aterrizar en Río Amazonas debido a las condiciones del clima; llevaba cuatro pasajeros. Este accidente es relatado en el artículo que hoy analizamos; acaeció al sur de Shell Mera y no hubo fatalidades. Los sobrevivientes, luego de caminar por cinco días en la selva, llegaron a la colonia penal, cerca de Mera. Me lo contó el mismo Gonzalo. En 1958 se accidentó un Junkers 52 en Quito, intentaba retornar a la pista luego de haber perdido un motor durante el despegue, estaba pilotado por Cristóbal Drexel, futuro fundador de ATESA.

 

El primer DC-3 que habría de accidentarse fue el 08, sucedió en la cima del cerro vecino a Puyo; el desastre ocurrió mientras intentaba aterrizar antes del crepúsculo en Pastaza; estaba pilotado por un coronel retirado de apellido Calero. En 1969, el 010 se accidentaría saliendo de Sucúa cuando, al tratar de abortar su despegue, el avión se desplazó fuera de la pista y chocó con un árbol de pambil; falleció una persona, tenía por comandante a un gran amigo, Rómulo Peralta. Hacia 1973 ocurrió otro intento frustrado de despegue; en esta oportunidad se encontraba nuevamente al mando Gonzalo Ruales. Habrían de pasar casi treinta años hasta que sucedió el siguiente siniestro: sucedió en Quero, cerca de Píllaro, tuvo por piloto a uno de mis primos, era el cuarto hijo de Gonzalo y llevaba el mismo nombre; hubo tres fallecidos, incluido quien lo comandaba. El más reciente ocurrió con una “Machaca”, cerca de Alóag, felizmente sin fatalidades.

 

Resta por comentar una historia interesante: el Junkers-52, Río Amazonas, fue vendido por $ 5.000 a un aficionado que lo quería emplear para vuelos de demostración. Luego de utilizarlo por más de una década, lo vendió por la increíble suma de $ 200.000. Este mismo aparato fue adquirido más tarde por Lufthansa; se le asignó una matrícula con una designación que proclamaba su pertenencia: D-AQUI. Hoy ha sido ya retirado de línea de vuelo, y es parte del museo de la prestigiosa aerolínea.

 

Frente al fracaso de otras iniciativas aeronáuticas, Gonzalo desechó, a pesar de contar con los permisos requeridos, la posibilidad de tomar otras rutas que fueron abandonadas por empresas que lamentablemente colapsaron. No dejó de hacerlo por falta de ambición; lo hizo para no descuidar el servicio establecido y porque, en su momento, reconoció que no podía asumir solo el desafío, si no contaba con el necesario equipo humano y si no tenía la experiencia requerida para afrontar el reto con la debida responsabilidad. Siempre fue su prioridad mantener el servicio social que ya ofrecía a la comunidad oriental.


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22 marzo 2024

TAO y el artículo de Diners (1)

Debido a ese comportamiento caprichoso que tienen las redes sociales (siempre tan casual e impredecible, no en vano es conocido muchas veces como “viral”), me llegaron, hace no mucho, tres idénticos mensajes casi simultáneos por WhatsApp. Me participaban un artículo –realmente no muy fresco– de la revista Diners (la publicación era de noviembre del 2018), que hacía referencia a la trayectoria del conocido aviador y pionero de la aviación ecuatoriana Gonzalo Ruales, así como a la historia de la empresa por él fundada (y en la que colaboré), TAO, Transportes Aéreos Orientales. Dicha reseña estaría abreviada de un artículo cuyo autor sería un señor Fernando Hidalgo Nistri, a quien no conozco personalmente.

La nota tiene la impronta de una revista editada en Puyo (hoy sé que no debe decirse “El Puyo”), lo cual confirmaría que es una reedición que ha extraído lo más importante de la redacción original. Sin subestimar lo más importante y rescatable de su intención –que no parece ser otra que destacar el impacto e influencia de la labor de Gonzalo y de su empresa, para la región Oriental y para la aviación comercial ecuatoriana– me gustaría hacer un breve análisis de la nota, aclarando ciertos aspectos que merecen destacarse. Lo hago como un aporte a ese reconocimiento nacional todavía ausente, por parte de las autoridades ecuatorianas, y con el ánimo de aclarar un par de aspectos y de complementar la referida información.

 

Existen dos circunstancias de las que estoy persuadido: ni el formidable desarrollo del Oriente hubiese sido posible sin la esforzada gesta aeronáutica y empresarial de Gonzalo, ni el progreso sostenido de la aviación civil nacional hubiese sido posible (por lo menos en el tercer cuarto del siglo pasado) sin su visión, su firmeza de propósito y su solitaria perseverancia. En TAO servimos, esto es: nos hicimos más profesionales y mejores pilotos, gran parte de los aviadores que continuamos operando y ofreciendo nuestro aporte en las principales aerolíneas que lograron seguir subsistiendo en el futuro en nuestro país.

 

No se podría entender la dimensión de los logros de TAO sin apreciar algunas facetas de la personalidad de Gonzalo Ruales. Como piloto era un profesional metódico, sereno y meticuloso, nunca amigo de tomar decisiones riesgosas o innecesarias; era uno de los pilotos que mejor conocía la selva y las características de la operación en la región, y que trataba de compartir sus conocimientos, no solo con sus copilotos sino, sobre todo, con los demás comandantes que operaban en el Oriente. Podía ser severo, rígido e intolerante con la indisciplina y con las opciones de sus aviadores que pudieran afectar o poner en riesgo la estabilidad de su operación. No permitía que sus pilotos sucumbiesen a la bebida o a alguna negativa distracción mientras se encontraban en servicio o en cumplimiento de su respectiva rotación. Era muy selectivo y exigente a la hora de escoger y contratar a sus tripulantes y más colaboradores.

 

Fue muchas veces la experiencia de sus propios errores, o de los incurridos por los demás pilotos, y cuyas secuelas afectaron la continuidad o desarrollo de su empresa, la que sirvió de pauta (y a veces de mantra) para una operación segura, reconocida por su eficiencia y confiabilidad. Siempre estaba atento al desarrollo de la meteorología –tan imprevisible sobre la selva– para alertar a sus tripulaciones, dar oportunas recomendaciones y evitar aquello de que, por tratar de volver –a como dé lugar– a Pastaza (nuestro centro de operaciones), tuviéramos un nunca bienvenido percance; es más, cuando debíamos inopinadamente pernoctar fuera, daba claras disposiciones para que no iniciásemos el regreso hasta que las condiciones mejoraran y pudiéramos garantizar que habíamos cumplido con un necesario y conveniente descanso.

 

Gonzalo era un hombre riguroso y frugal, pero también podía ser generoso; por lástima veía como un gesto de deslealtad inapelable cuando sus aviadores optaban por otros y más auspiciosos destinos; no comprendía cómo alguien a quien en su momento de infortunio le había dado la mano, podía abandonar la plaza que ocupaba para optar por nuevos horizontes. Los hombres, por desgracia, deben velar por su propio bienestar y por la seguridad de sus familias, y nunca es un gesto de deslealtad el buscar otras alternativas para mejorar, o asegurar, su desempeño profesional.

 

Si algo se destacaba en TAO era el formidable mantenimiento de su flota, todo bajo la tutela y supervisión de un mecánico excepcional y un teutón inolvidable, era todo un caballero: Antonio Bossarek. Por lástima, un buen mantenimiento no es total garantía para que no se siniestren los aviones (hablo de condiciones que no involucran las tareas o la operación confiada a los aviadores) y la empresa no estuvo exenta de inesperados incidentes y accidentes que afectaron la fuerza operacional y la versatilidad de su línea de vuelo.


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19 marzo 2024

Los recovecos de la polisemia

Cuando se escribe sucede algo parecido a cuando se habla: quien lo hace plantea un tópico, pero –al igual que sucede con un río– la corriente no solo avanza por su cauce, sino que lo hace por insospechados vericuetos, serpentea por ignotos designios. Ese deambular no siempre se ciñe al propósito inicial de quien lo provocó; va más allá de su intención, de lo que “quiso decir”. Algo similar sucede con los significados de las palabras que no solo contienen un único sentido, o una sola “representación mental”, sino que parecen ir más allá de la voluntad del expositor. Por eso nos vemos precisados a aclarar “lo que quieren decir” esas mismas palabras, para justificar así nuestra voluntad con los vocablos.

 

Este comportamiento funciona cual si se tratara de un intrincado artilugio, con la traviesa particularidad de que su alcance se extiende más allá de lo que pudo ser la pretensión del escritor. Aquello parece acontecer con un reciente artículo del lingüista español Alex Grijelmo, en el que expresa su inconformidad con el uso, cada vez más frecuente, de la contracción “fest”. “Como abreviatura deja mucho que desear –dice–, porque esos truncamientos acortan las palabras con secuencias fónicas incompletas, y dejan colgado el fonema de la siguiente sílaba. Decimos “el cole” pero no el col, y “una foto” pero no una fot, y “la bici” pero no la bicicl.”

 

Yo mismo he escuchado el manoseado terminajo –en la práctica una contracción– en diferentes ocasiones (“octoberfest”, “soccerfest” ) pero estoy persuadido de que se lo utiliza más bien como una moda y no con el afán de menospreciar una voz que ya existe en el castellano: la palabra festival, un tipo de espectáculo público, a la vez que una forma de celebración. “Lo auténtico muestra un valor del que carece la imitación –dice Grijelmo-– y todo lo que no viene ni de nuestro pasado ni de nuestro espacio alcanza esa condición (como sería un sombrero Jipijapa hecho en Panamá, completo yo). Quizás sea un buen producto, pero no es el auténtico. Eso es lo que le hace falta. Hoy, ya todo es fest”, concluye el miembro correspondiente en España de la Academia Colombiana de la Lengua.

 

En lo personal, disfruto mucho con estos escritos. Y si hay algo que no soslayo, y que me entretiene, es la lectura de los diversos comentarios que también se publican (a veces aparecen opiniones o se aportan conocimientos tanto o más interesantes que los contenidos en el mismo artículo). Así, un participante expresaba: “el autor olvida una nota didáctica: que el idioma solo admite palabras que terminan en vocal o en alguna de estas seis consonantes: r, s, l, n, d, z” (la frase mnemotécnica es: Rosa la novia del Zurdo). Otro añadía que “Carcaj, boj, reloj, fénix, bloc, pícnic, club... son voces importadas, pero (que) ya están incorporadas a nuestro idioma”. Y otro comentaba: “hay esas palabras, pero han entrado por la puerta de atrás, por cansancio, como 'reloj, club, bloc', muchos las sustituyen por 'reló, clú, cluz, clud, clube, bloque'. Pero solo serían excepciones. Lo demás, eso de copiar sumisamente del inglés, es una plaga”.

 

Y hubo quien no se ahorró una crítica interesante: “El periódico podría aplicarse el cuento y decir “boletín” en lugar del innecesario “Newsletter”, apuntó. “También puede usar ‘reventar’ (?) –esgrimía– en lugar de “hacer de spoiler”… Al respecto, pienso que “spoiler” es una palabra imprescindible por lo intraducible que resulta: se la usa para designar el acto o el agente que arruina el disfrute de una sorpresa anticipando el desenlace. Lo más parecido en nuestra lengua sería arruinar, sabotear o boicotear el interés; en suma: desilusionar adelantando el final del suceso. La Academia pudiera considerar el uso de espoiler, añadiendo la e; o, de una vez, spoiler (en cursiva). A fin de cuentas ya hay una variedad de precedentes: spa, spam, spanglish, sparring, split, sponsor, sport, spot, spray, sprint… y así, un largo etcétera.

 

Y, hablando de los comentarios, me permito una digresión… no pasa lo mismo con ciertas columnas que mantienen escritores conocidos. Estas disponen de una feligresía de adeptos constituida en ya instalada cofradía; sus comentarios denotan acendrada expresión, envidiable oficio con la palabra escrita, innegable erudición y exquisito manejo de la lengua. Esos aportes, por lástima, son demasiado extensos y pertenecen a obsecuentes aduladores que solo intentan lucirse.

 

Estos inveterados y nunca ausentes personajes se creen imprescindibles, quieren “en las bodas ser la novia y en los funerales el fallecido”. No solo comentan el artículo, “comentan los comentarios”. Se tratan con recíproca, obsequiosa (y sospechosa) deferencia y compiten en la búsqueda de un evidente protagonismo. En lugar de hacer más relevante el tema y la calidad del artículo, desmerecen su valor y se devalúan ellos mismos. Al hacerlo, dejan la impresión de que todo está ya dicho, de que nada resta por decirse…



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15 marzo 2024

El erotismo de la bondad *

 * Escrito por Irene Vallejo, para Babelia. Reeditado para satisfacer el formato de Itinerario Náutico.

La lógica de la competición a ultranza nos exige convertirnos en triunfadores. Mil veces escuchaste la advertencia: quienes te rodean son rivales. Se aprovecharán de ti. Enseña los dientes, jamás te muestres débil. Eres demasiado ingenua, vas con un lirio en la mano. No sabes poner límites. Como si el problema fuera tuyo; como si la bondad fuese una deficiencia de carácter, una insignia de perdedores.

 

Hace casi veinticinco siglos, el historiador griego Tucídides diseccionó esta contradicción con afilada lucidez: “La mayoría de los hombres prefieren que los llamen listos por ser unos canallas, a que los consideren necios siendo honrados. De esto último, se avergüenzan; de lo otro, se enorgullecen”. Tras siglos de fascinación por el misterio y el imperio del mal, nuestras historias sobre gente bien intencionada se cuentan en clave cursi o remilgada, incluso paródica. Salvo en las monsergas a los niños que incordian —¡pórtate bien!— o agazapada en la sobredosis de almíbar navideño, la bondad tiene una reputación aburrida, insulsa, moralizadora y pusilánime. Se elogia episódicamente, pero se devalúa por sistema.

 

Pese a los disimulos y tapujos ocasionales, nadie se engaña: lo deseable de verdad es el liderazgo arrogante, carismático y con colmillo. Desde las redes sociales a las encuestas electorales, se premia la agresividad. La guerra de todos contra todos es ortodoxia, la victoria sobre el prójimo es la medida de todas las cosas, la evolución nace de una lucha feroz por la supervivencia. Sin embargo, incluso Charles Darwin reconoció que la empatía hacia los demás es tan instintiva como el egoísmo.

 

Durante una tertulia televisada hace décadas, nuestra poeta de guardia, Gloria Fuertes, inmune al sarcasmo de sus compañeros de programa, declaró con voz ronca y total convicción: “A mí solo me erotiza la gente buena”. Curiosamente, tanto la palabra “bonito” como “bello” son, en su raíz latina, diminutivos de “bueno”, como si en otro tiempo el magnetismo que proclamaba la escritora hubiera sido una evidencia. Hoy, el término latino bonus alude a un incentivo económico: nuestro mundo prefiere el lujo a la lujuria. Solo en su acepción dineraria parece alcanzar la bondad su perdido prestigio.

 

En esta época zarandeada por la incertidumbre, la avalancha de pronósticos apocalípticos y los diagnósticos fatalistas nos empujan a fijarnos mejor en lo peor. Sin embargo, a nuestro alrededor, mucha gente es buena a diario, sin que nadie parezca advertirlo o agradecerlo. La teoría de la competencia descarnada desacredita aquello que hace funcionar el mundo: los cuidados gratuitos a hijos, ancianos y enfermos. Las personas que se esmeran en sus quehaceres y sus trabajos. Las pequeñas virtudes escondidas, fuera de los focos.

 

El filósofo romano Séneca, asmático desde la infancia en su Corduba natal, vivió marcado por una salud débil y la necesidad constante de asistencia para afrontar sus achaques. En una carta evocaba: “Todas las incomodidades del cuerpo, todas sus angustias y borrascas han pasado por mí”. Consciente de que la enfermedad y la debilidad forman parte de nuestras vidas, escribió que el sabio quiere amigos no por interés propio, sino para colmar el deseo de ayudar al prójimo, porque la colaboración es sanadora. “Nadie tiene una vida feliz si lo vuelca todo en sus fines”. En sus famosas Epístolas a Lucilio describió la convivencia como una arquitectura del cuidado: “La sociedad se parece a una bóveda, que se desplomaría si unas piedras no sujetaran a otras, y solo se sostiene por el apoyo mutuo”. No somos islas, sino hilos entretejidos.

 

La bondad asusta porque nos vuelve conscientes de la vulnerabilidad ajena, y de la propia. No queremos afrontar la fragilidad acechante de nuestros cuerpos. Preferimos el ideal de suficiencia, menos promiscuo, que promete fortaleza e independencia, al precio de aislarnos. Por eso, nos obsesionamos con encontrar la seguridad en el éxito y, en esa carrera despiadada, negamos la alegría y el disfrute de los actos generosos. Reprimimos nuestros instintos, nos refrenamos. En un océano de islas amuralladas, sin tacto ni contacto, la bondad acabará por ser nuestro placer prohibido.


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12 marzo 2024

Dos palabras: avión y aviador

Tenía seis años cuando pasé a vivir en la casa de la abuela. Fue solo ahí quizá cuando empecé a escuchar aquellas dos palabras mágicas: avión y aviador. Fue aquello algo inevitable: mi tía Lucila (a quien seguimos llamando cariñosamente Ñata) estaba casada con Gonzalo Ruales, un conocido aviador a quien poco veíamos y que tenía una pequeña compañía que operaba en el Oriente. Transportes Aéreos Orientales tenía, por esos años, un par de avioncitos pequeños; entonces me parecía que esas dos palabras quizá estaban relacionadas –eran homófonas, sonaban parecido–; lejos estaba yo de sospechar que ellas tenían raíces distintas. Era un tiempo en que hasta el apellido de ese tío aviador parecía esconder una curiosa onomatopeya, con ese su isócrono rua, rua, rua, que emitían las hélices de los motores al girar…

Todo fue hasta que un día descubrí que si bien “aviador” tenía una raíz francesa –y con harta probabilidad, latina–, avión (con el sentido de aparato volador) era una palabra más bien joven, recién acuñada, un término inventado: realmente un acrónimo ideado en Francia durante la segunda mitad del siglo XIX. Esta palabra era posterior a las otras (aviador y aviación); habría sido un oficial de marina francés, Guillaume Joseph Gabriel de La Landelle, un pionero de la propia aviación, quien en su obra Aviation declarara que esos dos términos eran derivados del verbo avier (volar como un ave) acuñado por él y por M. Ponton d’Amécourt en 1863. La Landelle lo había explicado así: “la analogía nos ha llevado a crear el verbo ‘aviar’, como sinónimo de volar por los aires, así como a sus derivados aviación y aviador…”

 

La voz francesa aviateur no podría derivar del otro término (de avion): primero, porque el sufijo de agente –teur (-tor en latín) solo se aplica a los verbos, y nunca a los sustantivos; y, segundo, porque avion solo fue acuñada 12 años más tarde (1875) por Clément Ader, otro gran aficionado de la aeronáutica, quien la patentó recién en 1890. Además, en base a estrictas reglas morfológicas, aviateur no podría ser un derivado de avion porque este último vocablo carece de una segunda ‘a’ al final de su raíz. En efecto, la palabra ‘avión’ consiste en un acrónimo creado por Ader con el sentido de “appareil volant imitant l’oiseau naturel”, que traducido significa: “aparato volador que imita al ave natural”.

 

En todo esto creía, hasta que cayó en mis manos un artículo  que estaba publicado en el diario español El Confidencial; en él se cuestionaba la originalidad de Ader y se ponía en duda el origen de la palabra avión. Decía que si bien el DRAE reconoce el origen francés de la palabra, el DIRAE (Diccionario Inverso de la Lengua Española) señalaba la aparición del término tan temprano como en 1611 (?), en el Tesoro de la Lengua Castellana de Sebastián de Covarrubias, incorporación que no se trasladaría al Diccionario de la RAE sino a partir de 1726, es decir siglo y medio antes de que pudo haber sido ideado por Ader, como lo refrendaría el CNRTL (Centro Nacional de Recursos Textuales y Léxicos).

 

El artículo hacía referencia a una versión francesa de la Wikipedia respecto a “un concepto que no era contemplado por la RAE: aquél de los retroacrónimos” (?), asunto que consiste, decía, en “interpretar una palabra como acrónimo cuando no lo es en su origen o, incluso, en dar un nuevo significado a un acrónimo que ya existe”… Por ventaja, este no sería el caso del vocablo ideado por Clément Ader, no solo porque nunca antes se había propuesto un acrónimo similar y ni siquiera otro parecido; sino, sobre todo, porque la palabra “avión” ya había existido (y ya se la había usado) desde mucho antes en el castellano o español pero con un sentido del todo distinto. Avión es un tipo de pájaro, una clase de vencejo o golondrina. La palabra ya se usaba pero, como se puede apreciar, no con el sentido de artefacto volador.

 

En cuanto al vocablo “aviador”, bien pudiera aceptárselo como tomado del francés aviateur, pero no debería subestimarse su raíz relacionada con otro verbo latino: el de viator. El diccionario de María Moliner define aviador, en su segunda acepción, como un adjetivo “aplicable al que avía”, lo relaciona con el verbo aviar; y, por su parte, el DRAE también describe aviador como un adjetivo relacionado con aquel que “avía, dispone o prepara algo”. Pero es inevitable acudir al traductor y encontrar que ese “viator” latino no es otra cosa que lo que conocemos como un viajante o viajero. Es el mismo DRAE el que define el vocablo viajero como aquel “que viaja” y menciona, entre sus numerosos sinónimos, a los siguientes: peregrino, caminante, trotamundos, aventurero y vagabundo…

 

En este sentido, resulta sorprendente (y fascinante) la concepción con que el columnista argentino Mariano Grondona describió alguna vez al ser humano: como “un ‘homo viator’, un peregrino en busca incesante de la verdad, un menesteroso en demanda exigente de respuestas”… Y es que eso también es el aviador: un humilde e impenitente peregrino que va por el mundo cumpliendo con su tarea…


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08 marzo 2024

Un hombre grande y otro algo pequeño

Hoy quisiera hablarles de dos personajes históricos que contribuyeron al propósito de mejorar el calendario. Su ciclo vital estuvo separado en casi doscientos años pero su influjo perduraría hasta nuestros días:

El primero fue un gobernante capaz, lo llamaron Constantino el Grande (272 - 337); hoy, algunos todavía lo veneran como  a santo. Procuró unificar el Imperio Romano y convirtió a Bizancio en la capital de su Imperio, ciudad que pasó a llamarse Constantinopla (hoy Estambul). Fue el primero en decretar la libertad de cultos; se convirtió al cristianismo y se propuso juntar los poderes de la Iglesia y el Estado (la Iglesia católica no hubiese alcanzado el auge que propició su auspicio, ni tampoco pudo haber obtenido el poder que alcanzaría con el tiempo). Constantino llegó al poder a los 34 años y gobernó por otros 31. Hay quienes comparan su figura con la del Moisés del Antiguo Testamento.

 

El otro nació en el año 460, era monje, se llamaba Dennis o Dionisio, y le decían “el Exiguo” debido a su corta estatura; parece que él mismo comentaba, a pesar de ser un reputado astrónomo y matemático, que solo era un servidor insignificante. Había nacido en Sciytia, región que hoy es parte de Bulgaria (junto al mar Negro). Fue llamado a Roma en el año 526 por el papa Juan I, para que hallara una fórmula más simple para establecer la fecha de celebración de la Pascua. También calculó la fecha del nacimiento de Cristo e introdujo los conceptos de anno domine y de Era Común (o Cristiana). A él debemos las nociones de a.C. y d.C. (antes y después de Cristo) que más tarde serían utilizadas.

 

Habrían sido los romanos los primeros en concebir una forma ordenada de numerar los años: se basaron para ello en la fecha de fundación de Roma. Asistidos por esa referencia idearon una fórmula para nombrar los años con referencia a esa efeméride de la urbe (add urbe condita, o AUC), método que fuera utilizado hasta el reinado de Diocleciano, emperador conocido por su obstinada persecución a los cristianos. En un tiempo en que la Iglesia se había fortalecido y consolidado, y parecía un contrasentido –según el criterio de Dionisio– seguir utilizando tan ingrata referencia.

 

Sin embargo, algo parece que anduvo mal en las cuentas y deducciones de Dionisio: relacionó el nacimiento de Jesús con el fin de reinado de Herodes, pero quizá se confundió y no consideró que con su cálculo hacía que Jesús hubiera nacido unos tres o cuatro años “antes de Cristo”… En efecto, Herodes había reinado hasta el 753 AUC y no hasta el 746; además, si María y José se habrían visto obligados a huir de Belén para eludir la orden imperial de eliminar a los menores de dos años (la matanza de los santos inocentes), Jesús pudo tener cerca de dos años a la muerte de Herodes. Dionisio tampoco habría tomado en cuenta el año cero (concepto que todavía era desconocido en Europa).  

 

Volviendo a Constantino, hacia el 312, justo antes de la Batalla de Puente Milvio, habría tenido una visión (pudo haber sido un sueño) que le sugería pintar sus estandartes con las iniciales de Cristo (XP en griego) y que le anticipaba: “In hoc signo vinces” (con este signo vencerás). Esto lo convenció para convertirse al cristianismo. Más tarde (año 326) convocó un concilio en Nicea (hoy Iznik, junto a un lago al sur de Estambul) a fin de definir el credo católico; ahí, a pesar de sus simpatías por el arrianismo, doctrina defendida por el obispo Arrio, el concilio la declaró como herejía. Esta postulaba que el Padre era anterior a Jesucristo y que no eran una misma persona el Padre y el Hijo.

 

Constantino suprimió el sistema romano de medir los días (con sus calendas –origen de la palabra calendario–, nonas e idus) e impuso una semana de siete días (ideada en Babilonia, unos 700 años a.C.), con un día dedicado al Sol y reservado para el descanso: el actual domingo, cuando se cerraban las cortes y se suspendían los ejercicios militares. Con esto, el sábado cedió su relevancia al domingo, con lo que contentó a los paganos. Además, utilizó el concepto cristiano de las fiestas fijas y móviles, y lo aplicó a las actividades públicas; dispuso una fecha para la Pascua, para que no se la confunda con la festividad judía. Con el ejemplo de la Iglesia, propició normas legales uniformes y una estructura centralizada.

 

En esos primeros siglos de la Alta Edad Media el cálculo de la Pascua parecía estar envuelto en un clima de misterio; basándose en un método de 19 años solares (o 235 lunares) inventado por Metón, 500 años a.C., Dionisio Exiguo elaboró unas nuevas tablas “inspiradas por el Espíritu Santo” que serían válidas para los próximos 95 años, estas actualizaban las preparadas por Cirilo, un obispo de Alejandría. La Pascua cristiana se celebraría el primer domingo luego de la primera luna llena posterior al equinoccio de primavera (que ocurre alrededor del 21 de marzo); lo malo fue que debido al cálculo inexacto del año solar, esta fecha se fue adelantando con el paso de los años…


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05 marzo 2024

Una cuestión de mal tiempo…

Era atractiva, cruzamos nuestras miradas y me sonrió. Parecía muy concentrada en su celular. “Hola, qué tal”, tentativo musité. “Buen día”, un poco seria y como mirando a su rededor, me respondió. Intuí que estaba acompañada y decidí continuar con mi caminata. Ya terminaba, y de nuevo la encontré; estaba sola y algo más amigable, mantuvimos un breve cruce de palabras; no dijo su nombre, sí que era madre soltera, que iba de repente al parque para estar sola y meditar (¡qué indirecta!), que era de San Pedro de la Bendita, un pueblo de Loja, y que tenía un hijo de seis años.

Eso fue todo. Hasta anoche… cuando sucedió “nuestro otro encuentro” (es solo un decir). Todo ocurrió en un sueño; esa es la verdad, la pura verdad… Esta vez me dijo que se llamaba Almudena, “por ese tema que tienen los lojanos de poner nombres con muchas aes”, me explicó. “Solo tienes que revisar el nombre de los pueblos”, continuó; “ahí tienes: Macará, Gonzanamá, Malacatos, Sozoranga, Calvas, Quilanga, Catamayo, Catacocha, Chaguarpamba, San Pedro, Cariamanga, Vilcabamba…”. “A ver, a ver –ágil le interrumpí, a la vez que me arrepentía de haber caído en la tonta muletilla–, San Pedro no tiene a”, le refuté. “El nombre completo es San Pedro de la Bendita, tres aes”, me replicó.

 

¿Y tu perro… también tiene muchas aes? (inseguro por si debía haber dicho 'a' o 'aes'), le pregunté. “Se llama Veinte”, respondió. “¿Y donde está la a?”, medio socarrón le repliqué. “Ah, es que buscaba un nombre que rimara con Argentina, de donde era quien nos lo regaló”, algo traviesa continuó, mientras yo caía en cuenta que Argentina también tenía dos aes: una al principio y otra al final. “Un ratito –repliqué dubitativo– ¿dónde está la rima?, Veinte termina en 'te' y Argentina en 'na'.... “Qué, no te das cuenta?, pues 'en ná' (en nada), sonriente concluyó…. Me puse colorado, me había tomado el pelo. En esas estaba, buscando qué y cómo responderle, cuando de pronto desperté…

 

Fue entonces, ya sonriente y despierto, que reflexioné en lo inauditos que suelen ser los sueños, que nunca parecen estar exentos de insólita autonomía, y de perspicaz ocurrencia... Fue cuando me pregunté por la razón para ese curioso nombre, para que le hubieran puesto ese nombre al pueblo: a San Pedro de la Bendita. Y fue ahí cuando me salieron todas las aes de mis nombres (esas que no hay en curioso) y me propuse investigar… Esto encontré en el internet: “San Pedro de la Bendita, pueblo fértil y pintoresco, se asienta en las faldas del Urcupunta; es acogedor y magnifico, por su clima maravilloso y hospitalario,  y por la hidalguía de su gente. La falta de documentos no permite precisar fechas, pero se conoce que la población se debe a tres corrientes étnicas: indígena, blanca y mestiza…”

 

“Por la primera, son descendientes de los Paltas, que se asentaron en las inmediaciones de las planicies ubicadas cerca de los cerros Urcupunta y Achupallas y de la actual cordillera de Chinchas. Fundaron Zayazayo, pueblo integrado por indígenas de apellidos Yauri, Tenezaca, Saraguro, Tuza, Curipoma… juntándose luego con los Lima, Lapo, Chuquimarca y Lituma… soportaron por décadas las inclemencias del clima, viéndose obligados a abandonar su terruño por los rigores de la naturaleza… se trasladaron al actual San Pedro… a Zayazayo en la actualidad se lo conoce como Pueblo Viejo”…  “La otra corriente estuvo formada por blancos y mestizos. Coincidieron en llegar por las mismas razones… eran de Paltas, Catamayo, Chaguarpamba, y correspondían a varias familias como los Arias, Jaramillo o Córdova. Encontraron un clima ideal y la exuberancia de los suelos… Se cree que los fundadores (de “San Pedro de la Bendita Virgen María”) llegaron por la cordillera Occidental de los Andes, entre los años 1540 y 1550”.

 

Origen del nombre de San Pedro de la Bendita

 

Primera versión: Lleva el nombre en honor al apóstol Pedro y Bendita por devoción a la Virgen Bendita de las Nieves, patrona del lugar y en cuyo honor se celebra una fiesta los días 3, 4 y 5 de agosto… las celebraciones se realizan de la siguiente manera: el día 3 están a cargo de la raza negra, que habitaba a orillas del río Guayabal. Al día siguiente, le corresponde a la raza indígena, que existía en mayor número. El día 5, “le toca” a la raza blanca… todas estas fiestas incluyen vacas locas, danzas folklóricas de cada comunidad, juegos pirotécnicos… se ofrecen comidas y bebidas, y acude mucha gente de los alrededores, de El Cisne, Chuquiribamba y La Toma”.

 

Segunda versión: El nombre, según los ancianos del lugar, se debe al apóstol san Pedro y a La Bendita, porque años atrás existía una hacienda (así conocida) que era muy grande y que producía toda clase de productos; comprendía un extenso territorio que abarcaba: Ambocas, Chiguango, se extendía hasta El Cisne, Chuquiribamba, e incluso llegaba hasta Catacocha. El dueño era un señor Carlos Riofrío; con el tiempo, la dividieron para repartir la herencia, luego fue donada a los pobladores de Zayazayo (hoy Pueblo Viejo) en vista del mal tiempo que azotaba a ese lugar”...


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01 marzo 2024

Dignidad humana y justicia

Escribo estas líneas mientras en El Salvador se acude a las urnas. Lo más probable es que se elija a Nayib Bukele para un segundo período consecutivo. Leo en un titular que “volvería a ser reelegido” lo cual es incorrecto, no porque suene redundante sino porque ha sido elegido una sola vez y, de hecho, nunca ha sido reelegido. Su triunfo pudiera tener el carácter de una avalancha; sería tan contundente que pudiera superar el 80% de la intención de voto.

El Salvador tiene una extensión de 21.000 kilómetros cuadrados, doce veces menos que la de Ecuador (es un poco más extenso que Manabí). A pesar de su tamaño, alberga a más de seis millones de habitantes: una tercera parte de la población de nuestro país. Hay en sus cárceles 70.000 PPL (personas privadas de libertad), lo que en Ecuador sería equivalente a tener más de 200.000 detenidos… Como nuestra población carcelaria no es mayor a 40.000 PPL –en proporción–, El Salvador multiplica por cinco nuestro contingente de personas recluidas.

 

Bukele ha asignado a su gestión un claro tinte autoritario. Visto el protagonismo que llegaron a alcanzar las pandillas en su país y dado el clima de inseguridad que venían imponiendo, su principal propósito habría sido terminar ‘del modo que fuera’ con la actividad delictiva que asolaba al país centroamericano. Los culpables iban a ser controlados y castigados (y está bien); sin embargo, el presidente enfrenta cuestionamientos respecto a su estilo de gobierno. Su gestión no se habría sustentado en disposiciones legales y se habrían vulnerado los derechos humanos.

 

Estas pandillas no consistirían en grupos subversivos; para los detractores de Bukele no deberían ser consideradas entidades terroristas. Al igual que sucede en Ecuador, consisten en bandas criminales (que no es poco decir) que cometen asesinatos por un precio pactado (sicariato); extorsionan a comerciantes y particulares (son las llamadas “vacunas”); se involucran en actividades de elaboración, tráfico y comercio de estupefacientes; y se dedican a acciones coordinadas de intimidación y estafa, para lo cual conforman redes delictivas con la finalidad de perjudicar a la gente y de mantener un estado de zozobra, extorsión y abuso. Los seres humanos no podemos vivir enfrentados al riesgo inminente ocasionado por la inseguridad, o expuestos a vivir –en forma permanente– en un clima de angustia y en medio de una tesitura de intranquilidad y desprecio por la vida de las personas, e irrespeto a su propiedad.

 

Con el propósito de cortar de raíz esas actividades y reducir las consecuencias de los actos delictivos, el gobierno de El Salvador se habría visto abocado a adoptar posturas extremas con el objeto de controlar de manera más efectiva el estado de inseguridad que se había instaurado. Es posible que durante la ejecución de ciertas acciones de seguridad, y en aplicación de las medidas que se habrían tenido que implementar, hayan existido no solo excesos sino también abusos. Por todo ello, los familiares de los reclusos y ciertos grupos sociales han venido reclamando por los eventuales atropellos que se pudieron haber cometido. Se habría denunciado que existiría un significativo número de detenidos sin juzgamiento o sin el cumplimiento de las normas procesales pertinentes.

 

No me corresponde tomar partido; estoy convencido de lo innecesarias que, en ocasiones, pueden llegar a ser las medidas arbitrarias. No me suscribo a los métodos extremos que suele propiciar el autoritarismo, tanto más reprochables si afectan a la dignidad de las personas. Pierre-Joseph Proudhon, un pensador francés del siglo XIX, consideraba que la justicia exige el obligado reconocimiento de la dignidad humana en medio de un acuerdo social de mutua reciprocidad. La justicia no debería consistir en la aplicación fría del derecho, ya que este no garantiza la justicia. En contrapartida, no habría justicia –tampoco– sin la orientación moral de la sanción y sin la ineludible acción de reparación en favor de las víctimas; siempre respetando aquello que define al individuo, y sin atención a si es el acusado o el perseguido: el reconocimiento de su propia dignidad.

 

Nada excusaría a ningún gobierno si incumple con el trámite debido o si mantiene a persona alguna privada de libertad, sin atender el proceso correspondiente y, menos aún, sin juicio previo. La democracia, la auténtica democracia, no puede sino estar al servicio de la felicidad del hombre, y no lo puede convertir en instrumento, con la excusa de fortalecerla. Cualquier método de gobierno debe ser un medio para la búsqueda del bienestar humano, jamás puede justificarse como un mero pretexto ni tampoco convertirse en un fin en sí mismo.


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