29 marzo 2024

Una forma “familiar” de plagio

“I–nau–dito”, realmente insólito, como lo hubiese descrito Alex, mi  amigo y antiguo jefe. O: “In–dig–nan–te”, como hubiese preferido un viejo colega que un día me confesó, con humilde dignidad, que no sabía cómo se debía comer una alcachofa. La que sigue es una historia de codicia y avaricia (¿por qué será que estos vocablos riman en forma tan coincidente?); esta es “La increíble y triste historia de dos cándidos herederos y una editorial desvergonzada”, como lo hubiera proclamado el mismísimo creador de Cien años de soledad, el incorregible (y nada angurriento) Gabo…

Todo habría empezado con su designación para que recibiera el Premio Nobel de Literatura (solo contaba con cincuenta y cinco años). Luego de ello, García Márquez se habría propuesto un nivel literario sobremanera exigente, se había fijado una vara muy alta. A partir de aquel momento cenital en Estocolmo, con la sola excepción de un par de sus posteriores novelas, habrían declinando sus virtudes como escritor; ya no estaban allí esas hermosas frases largas que caracterizaron a sus mejores escritos. No sería descabellado conjeturar lo que su mismo hermano habría ya anticipado: sus reservados temores, cuando había declarado que el autor colombiano habría empezado a enfrentar claros signos de una cruel y desgastante enfermedad: la demencia.

 

Ese, bien pudo ser el motivo para que la que pudo haber sido su última novela, En agosto nos vemos, hubiese merecido tantas como cinco revisiones que parece que nunca dejaron del todo satisfecho al creador de El coronel no tienen quien le escriba; de hecho, mientras gozaba todavía de su asombrosa lucidez que lo convertía en un conversador tan interesante, habría dado claras disposiciones a sus hijos para que esa obrita tan corta (tenía solo algo más de cien breves páginas) fuera destruida, para que así nunca pudiera ser publicada. El nacido en Aracataca recelaba que la anodina novelita (muy breve para novela y demasiado larga para convertirse en cuento) sería tan poco promisoria que era mejor destinarla al cofre herrumbroso del olvido: no merecía ser publicada.

 

Aquella obrita (“nivola” la hubiese tildado don Miguel de Unamuno), aquella misma que su autor ni siquiera alcanzó a corregir el tiempo del verbo de su título (“Nos vemos, o nos veremos, en agosto” quizá hubiese sonado –y se hubiese traducido– en mejor forma), fue relegada por el propio García Márquez al soberado de la historia; no alcanzó, por lo mismo, a convertirse en una novela “inédita” –por póstuma– sino que, no habiendo pasado la criba de su particular “control de calidad”, pasó simplemente a ser parte de una carpeta, física o virtual, carente ya de valor literario, sin más valor que uno sentimental, aquel mismo valor que se asigna a los bártulos que solo avivan la nostalgia, y alcanzan el precario significado de esas cosas–que–pudieron–haber–sido–y–no–fueron…

 

Desde semejante óptica, insistir en la edición de una obra que no satisfizo al autor, sea por desilusión, honestidad, vanidad o cualquier otro motivo, no solo hubiese pasado a ser una decisión inconveniente, sino que el trámite corría el riesgo de que la novela sea interpretada como un trabajo completo y final, cuando era algo que no podía ser tomado en serio, no solo por no respetar el firme deseo de su autor, sino por haberse convertido en una forma de plagio (la corrigieron a su arbitrio) y por no representar un trabajo terminado y auténtico. Las cosas deben no solo ser, sino también parecer; y, del mismo modo, aquello que “quiere pasar por”, no solo debe parecer, debe –ante todo– “ser”. Debe tener la calidad de lo que no engaña por su apariencia: ¡debe tener un carácter auténtico!

 

Por lástima, no es así como han procedido los herederos de Gabriel García Márquez, y más puntualmente sus hijos Rodrigo y Gonzalo que, incumpliendo los deseos y expresas disposiciones de su moribundo padre, han vendido los archivos del escritor y han entregado el material a Harry Ransom Center, una editora de Austin, Texas. Entre los documentos que han negociado, se han incluido las diferentes versiones del borrador de En agosto nos vemos, con lo que pronto ésta “que aparenta ser una obra terminada” pasaría a ser exhibida en los escaparates de las principales librerías. Vale recalcar: el material entregado no corresponde a una obra inédita, se trata del simple boceto de una obra que nunca había sido completada. Un ejercicio comercial que no obedece a las recomendaciones que habría hecho el afamado escritor a sus descendientes.

 

Los hijos no han destruido la novela, como quiso su padre, han optado no solo por publicarla, “porque ella lo merecía”, sino que tuvieron la osadía de hacerla corregir y negociaron con los editores para que dieran a la novela el destino comercial que consideraran más conveniente…  Desde luego, han aclarado que no lo han hecho “por una cuestión de dinero” (menos mal, ¡qué alivio!). ¡Qué historia tan triste e incongruente!


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