19 marzo 2024

Los recovecos de la polisemia

Cuando se escribe sucede algo parecido a cuando se habla: quien lo hace plantea un tópico, pero –al igual que sucede con un río– la corriente no solo avanza por su cauce, sino que lo hace por insospechados vericuetos, serpentea por ignotos designios. Ese deambular no siempre se ciñe al propósito inicial de quien lo provocó; va más allá de su intención, de lo que “quiso decir”. Algo similar sucede con los significados de las palabras que no solo contienen un único sentido, o una sola “representación mental”, sino que parecen ir más allá de la voluntad del expositor. Por eso nos vemos precisados a aclarar “lo que quieren decir” esas mismas palabras, para justificar así nuestra voluntad con los vocablos.

 

Este comportamiento funciona cual si se tratara de un intrincado artilugio, con la traviesa particularidad de que su alcance se extiende más allá de lo que pudo ser la pretensión del escritor. Aquello parece acontecer con un reciente artículo del lingüista español Alex Grijelmo, en el que expresa su inconformidad con el uso, cada vez más frecuente, de la contracción “fest”. “Como abreviatura deja mucho que desear –dice–, porque esos truncamientos acortan las palabras con secuencias fónicas incompletas, y dejan colgado el fonema de la siguiente sílaba. Decimos “el cole” pero no el col, y “una foto” pero no una fot, y “la bici” pero no la bicicl.”

 

Yo mismo he escuchado el manoseado terminajo –en la práctica una contracción– en diferentes ocasiones (“octoberfest”, “soccerfest” ) pero estoy persuadido de que se lo utiliza más bien como una moda y no con el afán de menospreciar una voz que ya existe en el castellano: la palabra festival, un tipo de espectáculo público, a la vez que una forma de celebración. “Lo auténtico muestra un valor del que carece la imitación –dice Grijelmo-– y todo lo que no viene ni de nuestro pasado ni de nuestro espacio alcanza esa condición (como sería un sombrero Jipijapa hecho en Panamá, completo yo). Quizás sea un buen producto, pero no es el auténtico. Eso es lo que le hace falta. Hoy, ya todo es fest”, concluye el miembro correspondiente en España de la Academia Colombiana de la Lengua.

 

En lo personal, disfruto mucho con estos escritos. Y si hay algo que no soslayo, y que me entretiene, es la lectura de los diversos comentarios que también se publican (a veces aparecen opiniones o se aportan conocimientos tanto o más interesantes que los contenidos en el mismo artículo). Así, un participante expresaba: “el autor olvida una nota didáctica: que el idioma solo admite palabras que terminan en vocal o en alguna de estas seis consonantes: r, s, l, n, d, z” (la frase mnemotécnica es: Rosa la novia del Zurdo). Otro añadía que “Carcaj, boj, reloj, fénix, bloc, pícnic, club... son voces importadas, pero (que) ya están incorporadas a nuestro idioma”. Y otro comentaba: “hay esas palabras, pero han entrado por la puerta de atrás, por cansancio, como 'reloj, club, bloc', muchos las sustituyen por 'reló, clú, cluz, clud, clube, bloque'. Pero solo serían excepciones. Lo demás, eso de copiar sumisamente del inglés, es una plaga”.

 

Y hubo quien no se ahorró una crítica interesante: “El periódico podría aplicarse el cuento y decir “boletín” en lugar del innecesario “Newsletter”, apuntó. “También puede usar ‘reventar’ (?) –esgrimía– en lugar de “hacer de spoiler”… Al respecto, pienso que “spoiler” es una palabra imprescindible por lo intraducible que resulta: se la usa para designar el acto o el agente que arruina el disfrute de una sorpresa anticipando el desenlace. Lo más parecido en nuestra lengua sería arruinar, sabotear o boicotear el interés; en suma: desilusionar adelantando el final del suceso. La Academia pudiera considerar el uso de espoiler, añadiendo la e; o, de una vez, spoiler (en cursiva). A fin de cuentas ya hay una variedad de precedentes: spa, spam, spanglish, sparring, split, sponsor, sport, spot, spray, sprint… y así, un largo etcétera.

 

Y, hablando de los comentarios, me permito una digresión… no pasa lo mismo con ciertas columnas que mantienen escritores conocidos. Estas disponen de una feligresía de adeptos constituida en ya instalada cofradía; sus comentarios denotan acendrada expresión, envidiable oficio con la palabra escrita, innegable erudición y exquisito manejo de la lengua. Esos aportes, por lástima, son demasiado extensos y pertenecen a obsecuentes aduladores que solo intentan lucirse.

 

Estos inveterados y nunca ausentes personajes se creen imprescindibles, quieren “en las bodas ser la novia y en los funerales el fallecido”. No solo comentan el artículo, “comentan los comentarios”. Se tratan con recíproca, obsequiosa (y sospechosa) deferencia y compiten en la búsqueda de un evidente protagonismo. En lugar de hacer más relevante el tema y la calidad del artículo, desmerecen su valor y se devalúan ellos mismos. Al hacerlo, dejan la impresión de que todo está ya dicho, de que nada resta por decirse…



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