04 julio 2023

La máquina de las mentiras

¿No fue el británico H.G. Wells quien escribió acerca de un artilugio al que llamó “La máquina del tiempo”? Pero… es de otra máquina de la que hoy quiero hablarles; unos la llaman “máquina de la verdad”, yo –como muchos que han detectado la añagaza– prefiero llamarla “máquina de las mentiras”, esto porque si bien ha sido ideada y diseñada para saber si alguien engaña, en la práctica está lejos de garantizar si alguien no dice la verdad. Se la conoce comunmente como polígrafo; se trata de un mecanismo de medición que en realidad no detecta si una persona responde con falsedad a una determinada pregunta; pues, lo que hace, en realidad, es establecer si existen cambios fisiológicos en una persona que ha sido sometida a un interrogatorio específico.

 

En la actualidad los polígrafos se usan con relativa frecuencia en países que, de una u otra manera, se han visto –si no vulnerados– al menos en riesgo de ser afectados en su seguridad interna. En otras partes, su empleo ha ido preferido por empresas o instituciones especialmente para procesos de selección de personal. No se toma en cuenta por desgracia que esas máquinas no están en condición de garantizar una total fiabilidad, o confiabilidad; no se descarta, por lo mismo, que al inocente se lo pueda declarar culpable o, lo que es mucho peor: que al culpable se lo encuentre inocente. De acuerdo a los especialistas su certeza no superaría un 85%.

 

Estudios más objetivos han establecido que el “detector de mentiras” acierta en no más de un 75% de casos; a esto hay que aplicar los falsos positivos (quienes parece que mienten cuando en verdad no lo hacen) y, sobre todo, los falsos negativos (quienes no son inocentes pero que disimulan no ser culpables). En uno y otro caso, estos contarían como una cuarta parte de ese 75%, lo cual implicaría la existencia de un 18% entre falsos positivos y negativos. En el ánimo de respetar el necesario rigor matemático, aplicaríamos tan solo la mitad de estos falsos, es decir un 9% para restar del valor inicial, con lo que tendremos que el grado de confiabilidad alcanzaría únicamente un magro 66%: es decir, en dos de cada tres individuos sometidos a la prueba.

 

¿Qué es lo que la máquina hace en realidad? El polígrafo mide los cambios fisiológicos que se producen en el individuo entrevistado, especialmente su presión arterial, la sudoración o las vibraciones de su piel, su ritmo cardíaco; la respiración, el lenguaje corporal o la dilatación que se produce en sus pupilas. No calificaría por lo tanto si el examinado miente, sino si el candidato ha sido afectado por una pregunta que se le ha formulado, sea por su naturaleza o (y esto es sumamente importante) por la forma cómo se le ha preguntado. Además, aun en el caso de que estuviéramos hablando de una máquina infalible, e inclusive de que se use el método de averiguación más adecuado, la eventual fiabilidad del proceso dependerá siempre del grado de experticia y conocimiento profesional del encargado de efectuar la evaluación.

 

Sin detenernos a considerar si estos careos interfieren con (o invaden) la privacidad –y aun la dignidad– de las personas, el sistema expone a una injusta desventaja a quienes se sienten nerviosos al dar sus respuestas; para empezar, a nadie se le consulta si no tiene inconveniente en prestarse para este tipo de prueba. Muy por el contrario, el resultado es tomado a veces como un falso pretexto para rechazar una solicitud de empleo o para justificar selecciones arbitrarias. Es por muchos conocido que con el uso del polígrafo, personas inocentes han sido injustamente declaradas culpables; o que, varios delincuentes –incluso criminales seriales– han sido, en forma inconcebible, declarados inocentes por faltas evidentes, espeluznantes y flagrantes. De hecho, los cínicos engañan con facilidad a la máquina o han aprendido a pasar el examen sin dificultad; y es que esta no mide las convicciones ni los valores éticos de las personas: no está hecha para medir la honestidad ni, menos todavía, su integridad.

 

Mentir tampoco es tan grave. Hay quien miente por proteger a los inocentes o por piedad (eso, y no otra cosa, son las “mentiras piadosas”). Todos mentimos o hemos mentido alguna vez en la vida. Bien dicen los evangelios que “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Creo que fue Anatole France quien alguna vez habría dicho que “Sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento”. Desde hace algún tiempo me resisto a tomar estas pruebas; lo hago (me resisto) porque creo que su empleo viola los derechos individuales; considero que el método es denigrante, que las pruebas son imprecisas y que están mal realizadas. A más de carecer de validez jurídica, estos interrogatorios no son infalibles ni gozan tampoco de lo más importante: una indispensable y total confiabilidad.


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