01 septiembre 2023

La Asamblea, esa tragedia

A propósito de una de mis últimas entradas (“Demonios coronados”, IN de 22 de agosto), también había pensado que los únicos “demonios coronados” que conozco son los nunca extrañados miembros de la hoy cesante Asamblea Nacional. Demonios, por su lesivo, torpe y ladino accionar; y, coronados, por la múltiple gama de inmerecidos privilegios de que están rodeados. Tal es la farsa de su real actuación que, de unos años a esta parte, su mañoso accionar me hacía pensar en una comedia, pero debo confesar que –en estricto sentido– es probable que hubiese estado equivocado: no era una comedia sino, realmente, una tragedia.

 

A esa conclusión llegué el otro día al leer La palabra del día de Ricardo Soca, un compendio de etimología y origen de las palabras, que traía esta relación del vocablo ‘tragedia’:

 

“Obra dramática cuya acción presenta conflictos de apariencia fatal, que mueven a compasión y espanto, con el fin de purificar estas pasiones en el espectador y llevarlo a considerar el enigma del destino humano. Obra dramática en la que predominan algunas características de la tragedia. Suceso de la vida real capaz de suscitar emociones trágicas.”

 

“Palabra originada en la antigua Grecia como tragoidía, que significaba ‘canto de un macho cabrío’, de tragos ‘macho cabrío’ y oidé ‘canto’. Se cree que este significado se originó en el coro del teatro griego, cuyos participantes se presentaban ante el público vestidos como sátiros. Estos eran divinidades campestres con figura de hombre barbado, orejas y patas cabrunas, y cola de caballo o de chivo, como hemos señalado en la entrada correspondiente.“

 

“A partir de autores dramáticos como Esquilo, Sófocles y Eurípides, el teatro griego presentó conflictos generalmente fatales para los protagonistas, con el objeto de sacudir y conmover al espectador a fin de hacerlo reflexionar sobre el destino humano. Porque se trata de la denominación de un género dramático con tales características, el significado de la palabra tragedia se enriqueció con una nueva acepción: ‘suceso de la vida real, infausto y profundamente conmovedor, capaz de suscitar emociones trágicas’.”

 

Los acontecimientos de meses anteriores, que tuvieron como protagonistas a los integrantes de la Asamblea que, a fuer de haber conformado una díscola mayoría, quisieron defenestrar al presidente de la República –dignatario elegido democráticamente–, persuadidos cómo estaban de que aunque no tuvieran respaldo y razón, “tenían los votos y eran mayoría”, me habían llevado a constatar la gravísima distorsión de su rol que había engendrado ese cuerpo legislativo; su absurda deformación del sentido de la democracia; y en lo insólito que es que –a cuento de “representatividad”– seres sin criterio, individuos que no saben hablar, exponer ni redactar; seres ágrafos, analfabetos e ignorantes participen en decisiones cruciales y trascendentes para la nación y para sus ciudadanos, sin estar debidamente preparados.

 

Salvando las imprescindibles excepciones (que toda regla tiene) es inadmisible e intolerable que no exista un sistema de selección que, dadas las circunstancias, no permita –es decir evite– que personas no solo carentes de preparación sino de valores y méritos morales, sean parte de una institución que por tradición siempre congregó a las personas más idóneas, más sabias y más capaces. Los actuales “representantes”, lamentablemente, dicen representar a unas “mayorías” que, por lástima, también están integradas por gente sin preparación, pero aquello nada tiene que ver con sus verdaderos intereses y menos con los de la Nación.

 

Se está en la Asamblea para discutir proyectos e iniciativas, para legislar, para contribuir a conseguir un país mejor, pero se han olvidado esos propósitos en favor de la farsa, el arreglo mañoso, el acomodo y el sainete. La Asamblea –por la forma como está integrada y por como en realidad funciona–  coincide con la etimología de la voz tragedia; sus miembros se han transformado en un raro engendro, que emiten un vulgar “canto de chivos” que, sin recursos intelectuales ni éticos, sin recato ni pudor, están ahí para “pastorear”; no para ejercitar su labor con sindéresis ni para actuar con apego a la justicia y al derecho. No debaten por ideas y grandes propósitos; atienden a bajas pasiones y responden a oscuros objetivos, venden su voto al mejor postor, influenciados como están por motivos viscerales. ¿Es ese su concepto de lo que debe ser la dignidad?

 

Los chivos jugando en el precipicio y actuando cual borregos… ¡Qué despropósito!


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario