26 agosto 2022

Volver la vista atrás

No es del todo malo eso de “regresar a ver”. De hecho, es lo que hacemos a primera hora, aun antes de levantarnos, todos los días, cuando recordamos y reflexionamos en lo que antes hicimos y “en lo que pudo haber sido y no fue”, aunque hay quienes piensan que nada de provecho se obtiene con volver la vista atrás. Nuestra cultura judeocristiana utiliza una metáfora admonitoria, la de Sodoma y Gomorra, para recordarnos que no siempre es bueno regresar a ver, para solo ahogarnos en las aguas de nuestro propio arrepentimiento. Pero no necesariamente es así; meditar en nuestros fracasos o errores no siempre equivale a “restregarnos la herida”, también puede servir para aprender de nuestras falencias o equivocaciones y para tratar de evitar su repetición. ¿No es eso acaso la sabiduría?

 

He meditado en estos días en el poema “Cantares” de Antonio Machado (hay quien piensa que el autor de su letra es Joan Manuel Serrat…), aunque lo he hecho más debido a su liviana filosofía –la misma que nunca deja de sorprendernos– que a su cadencioso ritmo: “Al andar se hace camino/ Y al volver la vista atrás/ Se ve la senda que nunca/ Se ha devolver a pisar/ Caminante no hay…” Sí, porque hay algo de la persistente dialéctica de Heráclito de Éfeso en el párrafo de aquel poema, ese “nadie se baña dos veces en el mismo río”, para recordarnos que nada es estático, que cambian las condiciones y sus circunstancias; en suma, que todo cambia… Por ello que, aunque aprendamos de nuestros errores, las lecciones que obtendremos al meditar en ellos, quizá ya no tengamos la posibilidad de aplicarlas nunca… justamente por lo mismo, ¡porque todo cambia!

 

Escuché la otra noche el siempre popular poema, pronunciado –parcialmente– por la boca de un hombre sabio, lúcido para la provecta edad que ya tiene: 93 años. Lo utilizó al desgaire (como con descuido) Simón Espinoza, en el acto de presentación del libro de mi amigo Jaime “el Gringo” Mantilla: “HOY, Un diario que enfrentó al poder”. Lo hizo, Simón, mencionando otra estrofa de la misma poesía: “Nunca perseguí la gloria/ Ni dejar en la memoria/ de los hombres, mi canción/ Yo amo los mundos sutiles/ Ingrávidos y gentiles/ Como pompas de jabón”… Estrofa que nos hace de nuevo meditar en la sugestiva filosofía del poeta hispalense.

 

“Volver la vista atrás” tiene un múltiple e invalorable beneficio. Primero, nos favorece con el fruto y provecho de la memoria; bien pensado, el hombre es el único ser que, usando el recuerdo, se favorece de la ventaja de “repetir” lo pasado. Vive, en cierto modo, dos veces, e incluso más de dos. Ese “ya lo pasado, pasado”, tema de alguna otra tonada, solo sirve para no reciclar el arrepentimiento o la amargura, pero no para sacar lecciones de vida como es el propósito de un reflexivo volver la vista atrás. Visto así, la memoria pudiera tener un beneficio catártico (curativo o purificador). Aquello de ser prudente y previsor, solo consiste en aprovechar del pasado para no sufrir por el mismo motivo en el futuro. Ese “no tropezar dos veces en la misma piedra” es lo que el mundo conoce como “experiencia”…

 

Y, claro, eso de hacer ocasional –aunque fugaz– auditoria del pretérito, es lo mismo que de repente hago temprano en las mañanas cuando leo las noticias o reflexiones ajenas; o cuando me baso en las controversias que se producen en la sociedad y las comparo con mis propias posturas o con lo que –relacionado con aquello– yo mismo he escrito en el pasado. Así confronto mis puntos de vista con lo que otros piensan, o me apoyo en ello para reforzar mis convicciones; o, lo medito otra vez, y así aprendo que no siempre tenemos las mejores respuestas. Así aprecio el beneficio de tratar de entender a los otros, la utilidad de hacer un esfuerzo por comprender las circunstancias ajenas y logro fortalecer mi propio espíritu de tolerancia.

 

Pensar ocasionalmente en el pasado –repensarlo– nos ayuda a meditar en el valor de saber disculparse. Nunca hay afrenta ni vergüenza en tener que hacerlo; saber disculparse es un gesto de humildad y de nobleza, que, asimismo, tiene su valor curativo. Además, y sin querer caer en el cinismo, ofrecer disculpas es una excelente estrategia: uno demuestra con ello que no es ningún fatuo o presumido y, lo más importante, debilita (e incluso destruye) la razón del reclamo o el argumento de quienes quieren atacarnos. Obviamente, no nos disculpamos con tan pueril propósito: lo hacemos para resarcir, compensar o reparar el mal causado, para expresar de forma sincera nuestro deseo de enmendar o para manifestar nuestro arrepentimiento.

 

Ah, pero una opinión: es preferible ser breve. Como hubiera dicho, con su conocido aforismo, Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Sí, todo se aprende: “Caminante, no hay camino/ Se hace camino al andar”…


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario