12 agosto 2022

Itinerancia de dos fundaciones (1)

Cuando Ortega y Gasset decía que “el hombre es él y sus circunstancias”, infiero que similar expresión podríamos aplicar para las ciudades, en especial en cuanto a su fundación. Para el caso de nuestras urbes principales, podríamos analizar en qué manera la instalación de la una afectó al proceso fundacional de la otra; en cómo las cambiantes circunstancias históricas gravitaron en esos episodios; en cómo pudieron haber incidido tanto la época en que se vivía, como la religión y su cosmología, la reacción o rechazo de los nativos, la legislación aplicada por la Corona y, claro, entre otros múltiples aspectos, la codicia y ambición de los propios conquistadores, sus recelos y desconfianzas mutuas. Y, quizá, hasta la fortuna o casualidad. 


Quito tuvo tres intentos de asentamiento inicial (1534) y Guayaquil tantos como seis (1535–1547). Se vivía el siglo de los grandes viajes y descubrimientos, eran años de las grandes expediciones, del conocimiento de nuevas tierras: su posesión, colonización y conquista; eran esfuerzos en busca, no solo de fama sino de gloria y de riqueza. Pascual de Andagoya había explorado el noroccidente de América del Sur, en especial la costa pacífica de la actual Colombia; aquello solo había dejado desilusión y una agobiante sensación de fracaso. Su informe final, sin embargo, despertaba inéditas expectativas: Andagoya había oído hablar de un reino poseedor de tesoros fabulosos. Aquel Birú anticipaba una probable e incalculable fortuna. Los viajes efectuados por Bartolomé Ruiz prefiguraban que, avanzando un poco más hacia el sur, habría mundos que invitaban a los audaces y curiosos para que se los pudiera desvelar…

 

Francisco Pizarro, había conseguido permiso (1528) para efectuar sus viajes de conquista, se le juntaron Diego de Almagro y el clérigo Hernando de Luque; había consiguido la incorporación del sevillano Gaspar de Espinoza para financiar su proyecto, este estaba dispuesto a aportar con los fondos, pero procuraba mantener un perfil discreto. Pizarro sería jefe de la empresa, Almagro se encargaría de lo militar, Luque de las finanzas, y Espinoza supervisaría el plan general. Zarparon de Panamá en diciembre de 1530, con 100 hombres y 4 caballos, prefirieron eludir el litoral selvático. Llegaron a Tumbes, que Pizarro ya conocía, y la casualidad quiso que al dirigirse a la sierra coincidieran con el Inca Atahualpa y fueran protagonistas de la captura y muerte del príncipe nacido en Caranqui.

 

Espinoza, que estaba en Piura, se había enterado de los acuerdos firmados por el gobernador de Guatemala, Pedro de Alvarado. Se le había autorizado a conquistar las tierras no exploradas por Pizarro. Espinoza pidió a Sebastián de Benalcázar, su protegido, adelantarse por la sierra para anticipar la llegada de Alvarado; este había partido de La Posesión el primer día de enero de 1534, con 10 embarcaciones, 600 soldados y 223 caballos… Desembarcó en Bahía de Caráquez, se adentró en el litoral agreste, navegó el Daule, remontó el Babahoyo y, orientado por el Chimborazo, coronó la serranía solo para descubrir  que otros se le habían adelantado. Poco antes, recelando traición, Almagro había perseguido a Benalcázar a paso forzado. Una vez juntos, se enteraron de la proximidad del invasor y decidieron la urgente fundación de Santiago de  Quito, con el objeto de respaldar la posesión efectiva de las nuevas tierras. Lo hicieron cerca de Colta; era la mañana del 15 de agosto de 1534, día de la Asunción de la Virgen María.

 

En su apremio, Almagro habría incumplido el trámite administrativo de rigor: no incorporó el croquis ni cumplió la necesaria asignación de solares. Queriendo ganar tiempo, ofreció a Alvarado (conocido también como "Tonatiuh") una alternativa irrenunciable: una retribución de 100.000 pesos de oro a cambio de que abandonase su empresa. Satisfecho el gobernador de Guatemala, renunció a su propósito y cedió parte de su flota. Así, trece días más tarde, Almagro encontró otro asentamiento y refundó Quito con el nombre de San Francisco, lo hizo para contentar a Pizarro; hecho esto, encargó a Benalcázar la pacificación y saqueo de Quito; mas, en su urgencia por volver al Perú, olvidó firmar el Acta de Fundación. Lo efectuado bien pudo carecer del adecuado respaldo jurídico...

 

Cuando hubo partido Almagro, Benalcázar (cuyo nombre familiar era Sebastián Moyano y Cabrera) continuó hacia la tierra de los Shyris, patria consentida por los incas, con la intención de saquearla y pacificarla. La encontró arrasada e incendiada; uno de los generales quiteños, el fiero e impasible Rumiñahui, la había destruido y ocultado sus tesoros. Sebastián Moyano y sus hombres cumplieron esta vez el establecido protocolo, utilizaron una Cédula Real, emitida el 4 de mayo de ese año, para justificar el traslado de la fundación original. Una vez asignados los solares, firmaron el acta, elaboraron el tradicional “rollo” y dieron por fundada la definitiva San Francisco de Quito. Era el 6 de diciembre de 1534; atrás había quedado la nonata Santiago, convertida en temporal campamento militar.


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