22 septiembre 2022

Crónica de un rechazo anunciado

Dice alguna prensa que el mundo mira “con enorme sorpresa” los resultados del referéndum chileno. No pienso así; creo que los pueblos son volubles e impredecibles, igual que somos los seres humanos. ¿Cómo interpretar el rechazo de comunidades enteras a la multiculturalidad de los pueblos aborígenes?, ¿o que las mujeres votaran contra una propuesta feminista, o que una mayoría de gente postergada rechazara un texto “garantista”? La respuesta no luce simple, pero la gente habría respondido –por una vez– con un rezago de sabiduría, se habría dado cuenta que el documento era una quimera y se dijo: “no, no quiero la luna, solo quiero que alguna vez me traten con cariño”.

 

Lo único claro es que si la mayoría no respaldó la propuesta, tampoco estuvo de acuerdo con las protestas callejeras de 2019; así, con su voto, apagó el incendio que habían provocado los violentos. El fracaso confirmaría, además, la real existencia de la sospechada infiltración de gente ajena –con oscuros intereses– en esas manifestaciones; o, tal vez, que el supuesto vacío constitucional fue solo un mero pretexto para las protestas. La lección a aprender, para los demás países de la región, es que existió, con harta probabilidad, un excesivo ingrediente ideológico en la conformación de la Convención, toda vez que sus miembros fueron elegidos después de las protestas; por ello, dadas las reglas del juego, no sería raro que los “independientes” no lo hubieran sido realmente.

 

Una carta magna no es lo mismo que una ley cualquiera. Una constitución requiere de un distinto tratamiento; para empezar, debe prescindir de ese alto contenido ideológico que inspira a las leyes. Su alcance es más conceptual: se refiere a la estructura del estado, a la relación con los ciudadanos, a su organización política. Por tanto, no se entiende la integración de una constituyente donde estén ausentes los juristas y, de preferencia, los constitucionalistas. En cuanto a las ideologías, es inevitable que los juristas puedan tener también una tendencia política. Ser neutral o imparcial es casi imposible, pero se puede al menos tratar de ser objetivo.

 

Para el caso chileno, esa selectiva presencia de juristas no fue consolidada con oportunidad; además, la votación efectuada para escoger a los eventuales integrantes tuvo un claro tinte político, que se contaminó con el carácter pendular de las elecciones partidistas y con el desencanto que pudo haber acumulado un presidente joven e inexperto, aspectos que marcaron diferencia. Ya se sabe: una cosa es con guitarra y otra con violín, una cosa es criticar, gritar y tirar piedras y otra muy diferente gobernar. El exceso de ímpetu ideológico y la carencia de una voz ecuánime pudieron erosionar el espíritu inicial y todo quedó en novelería. La prueba es que no se logró estructurar un texto equilibrado y al final se quiso proponer un documento algo novedoso pero todavía irrealizable…

 

La propuesta pecó por muy extensa. Esto se debió a que redundaba en ciertos conceptos o, con mayor probabilidad, a que recogió asuntos que bien pudieron ser incluidos en otras leyes. Una constitución debe ser un documento que defina y exprese el concepto que se quiere tener del Estado y de su sistema democrático; debe tener, por tanto, un número más reducido de artículos, que persigan establecer esos importantes conceptos con claridad.

 

Una nueva constitución no equivale a refundar un país, lo que se quiere es conservar lo bueno y corregir lo malo; se debe evitar lo novedoso, aquello que por su impacto produce la apariencia de ser esencial. No extrañaría que pudiera haber habido un excesivo aporte generacional que incidió en la redacción final de la propuesta. Una constituyente requiere de gente mesurada y ecuánime, con más experiencia, que esté persuadida de que es mejor un cambio paulatino y moderado; gente que entienda que asuntos como la plurinacionalidad, la paridad de género y el ecologismo son muy relevantes pero no tan urgentes ni esenciales.

 

La nueva convención tendrá que evitar una tonalidad ideológica, y un discurso que genere temores respecto a la propiedad y a lo que deba entenderse respecto a las “nacionalidades”. Un estado puede ser multicultural, e incluso multinacional, pero se debe tener claro qué se quiere decir con un término que puede sugerir diversos significados. Además, debe evitar que se establezcan categorías entre los ciudadanos, con diferentes derechos u obligaciones.


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