08 enero 2010

Eso de viajar...

Escribo mientras espero mi vuelo en el aeropuerto de Pudong. Voy saliendo de Shangai hacia Sydney, este dia. Estoy saliendo a visitar a mis nietos. He madrugado. Veo, al mirar a mi rededor, que soy también uno de esos primeros pasajeros que han ya llegado a la sala de espera. En este sentido, soy también uno de los madrugadores esta fría mañana. Es curioso, pero esta innecesaria previsión, parecería una contradicción con mi oficio de volador, con mi actividad natural de viajar. Tiene para mi, lo tuvo desde siempre, algo de fascinante esto de desplazarse a lejanas tierras, esto de efectuar periplos a países ajenos y alejados.

En cierto modo, viajar estuvo siempre ligado a mi necesidad de madrugar. Quizás por ello, aceptaba las circunstancias del requerimiento: es decir, a pesar de sus inconvenientes. De niño habría de madrugar frente a dos instancias: los viajes para visitar a mi padre en otra ciudad; y los ocasionales paseos o romerías en mis días de escolaridad. No se si he comentado:, pero de niño yo pasé a vivir con mi abuela, luego de la muerte de mi madre. Papá, que era un espíritu inquieto y conquistador, aquejado por una virulenta bohemia ocasional; se había casado nuevamente, luego de su segunda viudez; pues había sucumbido otra vez a lo que el había escuchado en alguna parte: “el oscuro frenesí de la pasión y de la sangre”.

Fueron días difíciles los que pasé con mi abuela Carlota. A pesar de los rigores de su estrictez y de la frugalidad con la que ella nos formó; tenia una como religiosa misión en su particular manera de criarme: estaba persuadida, o tenía la extraña premonición, que estaba yo destinado a cumplir tareas no ordinarias, a ocupar posiciones especiales. Su hermoso nombre competía con la profunda melancolía de sus ojos azules y serenos. Mas, detrás de esa, su bien disimulada bondad, y de su inolvidable rosario, nunca dejó de ocultarse un tieso e infame látigo de color carmelita, que ella había tomado prestado de un descolorido maletín de cuero que alguien había olvidado en el soberado. Más de una vez, ciertas estrías en mi trasero atestiguaron sus colerines, como ella llamaba a sus iracundos arrebatos.

Papá no vivía con nosotros por esos días. Era él un personaje atractivo y pintoresco, de talante nada ordinario. El, en su afán de hacer reír, decía a menudo cosas llenas de ingenio, que parecían ir a tono con su natural chistoso e hilarante. “Los hombres somos polígamos y las mujeres monótonas”, podía comentar, con un estilo no carente de picardía. O, también: “Solo hay dos clases de mujeres: las que mandan y las que no obedecen”. Pero, como papá vivía lejos (era aquella una ciudad pequeña, larga y fría; avecinada a otro país y al borde mismo del mapa; y llamada con un nombre que se masticaba de un solo mordisco y que se consumía de un solo bocado: Tulcán); nosotros (sus hijos, al fin), soñábamos con la posibilidad de ir a visitarle, retando así al celo y a los ímpetus tenebrosos de esa mujer que se había dado a las labores de costura; y que pocos años atrás había optado por recluirse en los terrenos cenagosos de la oscura patria del resentimiento, del cautivante país de la nostalgia.

Madrugar entonces fue para mi, como el preámbulo necesario para estos tan esperados encuentros. Soy consciente que solo al final pasé a conquistar el favoritismo de mi padre; pero aun así, y antes de disfrutar de su secreta predilección, fueron estos viajes los que más tarde habrían de marcar mi disfrute por viajar; por preferir estos renovados tránsitos hacia la novedad, hacia lo diferente, hacia lo fresco. Fueron ellos mi opción inminente hacia la aventura, en mi curiosa búsqueda personal por un destino que entonces estaba persuadido que no sólo existía en los cuentos infantiles: el mágico país del nunca jamás.

Voy saliendo y me pregunto en qué mismo consiste viajar. Coincido con Ortega y Gasset, en que viajar no es ir a lugares nuevos. Es a menudo ir hacia los mismos sitios, hacia los mismos lugares, pero sabiéndolos mirar con ojos diferentes! Viajar es mi tarea y mi oficio; mi privilegiada oportunidad para renovar mis brios, para aligerar mi alma, para aclarar mi mente!

Viajo, luego existo… Viajar o no viajar; esa es la cuestión… Viájate a ti mismo… En verdad, en verdad os digo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que uno que no ha viajado entre en el Reino de los Cielos… En el principio no había la luz, los hombres no habían aprendido todavía a desplazarse… En un lugar de la Mancha, de cuyos viajes no quiero acordarme... Donde las estirpes condenadas a cien años sin viajar, tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra… Bienaventurados los que viajan, porque de ellos ha de ser el Reino de los Cielos!... Esa, es gente perversa e ignorante, chusma aviesa e intrigante, que no ha leído, que no ha meditado, que no ha viajado, señorrrrr!!!
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario