02 agosto 2015

Augurios y coincidencias

De pronto, la gente se ha puesto a ubicar en el mapa a una pequeña isla francesa situada hacia el oriente de otra isla enorme: la de Madagascar. Esta última, se encuentra también hacia levante de la costa oriental de África. La pequeña isla a la que me estoy refiriendo, ha tenido diferentes denominaciones a través del tiempo y ahora se la conoce como “Isla de la Reunión”; constituye un territorio francés de ultramar. Muchas veces sobrevolé esa isla volcánica; al igual que otra de similar apariencia y tamaño, su vecina la Isla de Mauricius. Tanto Reunión como Mauricio son tan solo un par de veces más grandes que nuestra isla Puná o quizá tripliquen en tamaño a otra con la que estoy más familiarizado: Singapur, isla que, a su vez, no tiene sino algo más de setecientos kilómetros cuadrados.

Ahí, en la Reunión, parecería que en forma casual habrían sido localizados restos de lo que bien pudiera tratarse del avión malasio que se extravió en forma misteriosa hace alrededor de dieciséis meses cuando efectuaba un vuelo entre Kuala Lumpur, la capital de Malasia, y Beijing, la capital de la China. Por un motivo que nunca dio margen a una coherente explicación, tan pronto como el vuelo MH370 de Malaysia Airlines habría alcanzado altitud de crucero, y había cambiado de centro de control, luego de despedirse de las autoridades de su país de origen, tomó un extraño rumbo reverso en forma incomprensible y entonces desapareció de los radares, dando pábulo así a uno de los más misteriosos como inexplicables episodios de la historia de la aviación mundial. Nunca se supo nada: ni del moderno y enorme Boeing 777 –triple siete- ni de sus 230 ocupantes.

El aún no explicado hallazgo no está exento de una cierta dosis de ironía… La isla había sido cuna de un famoso aviador, uno de similar prosapia a la de Charles Lindbergh, o de Antoine de Saint-Exupéry o de mi tocayo Alberto Santos-Dumont. Se trata nada menos que de un joven piloto que se había destacado en los albores de la aviación moderna hacia principios del siglo pasado y que más tarde, debido a su afición por el tenis, daría su nombre a un famoso estadio parisino donde se celebra anualmente uno de los cuatro torneos mejor conocidos y más importantes del mundo. Él fue el primer aviador en realizar la hazaña de cruzar el Mediterráneo en un vuelo de casi seis horas. Su nombre era Roland Garros; fallecería en un combate aéreo cuando solo contaba con treinta años de edad.

Por curiosa casualidad, fue también en la Reunión donde se produjo la primera epidemia de una infección que es transmitida por mosquitos, la misma que en forma reciente ha producido enormes estragos en las regiones costeras de nuestro país: la plaga de la chikunguña, una infección que, según se reclama, habría contagiado a principios de este siglo a una cuarta parte de la población total de esa isla de un millón de habitantes, segando la vida de por lo menos doscientas personas. La isla se encuentra en la zona ecuatorial del Océano Índico y es proclive al virulento efecto de las implacables enfermedades tropicales.

El mundo se encuentra a la espera de que el hallazgo se confirme; pues, como por ahora se barrunta, los restos hallados de un pedazo metálico de alerón pertenecerían al avión desaparecido. Los vestigios del aparato presuntamente encontrado demostrarían que el avión se habría siniestrado en las aguas del océano y sus partes habrían sido arrastradas por las corrientes marinas hasta aparecer en las orillas de esta isla francesa, en forma tan sorprendente como enigmática. Sin embargo, la sola aparición de los restos no explicaría por ahora el motivo del siniestro, y tampoco sería garantía de que más tarde se habrían de localizar otras partes o componentes. No obstante, permitiría conocer qué sucedió, aunque perduren las incógnitas del cómo y del por qué...

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