20 septiembre 2019

De ruecas y fusayolas

Uno de mis compadres se ha propuesto, en estos días, tratar de encontrar la identidad que existe entre algunas de nuestras ideas, palabras o expresiones, con aquellas ya lejanas creencias de la antigüedad griega y latina. Me refiero, desde luego, a la relación entre aquellas y esa narración poblada de dioses y otros héroes, imbuida de gran imaginación, y nunca exenta de fantasía, que conocemos como mitología. Se me antoja irreal pensar que hasta hace tan solo dos milenios, aquellas ideas invadían los paradigmas del mundo antiguo y que no solo ejercían su influencia en la vida social y en la cultura, sino que dichas pseudo historias convertían a sus héroes y dioses en una especie de religioso santoral.

Creer en todo aquello habría constituido parte de la religión de aquellos días; la gente habría imaginado que había un dios para cada expresión y oficio de la actividad humana; todo habría estado regulado por la presencia e intervención de un consentido héroe o de alguna caprichosa, traviesa e intratable divinidad. La vida de los hombres no habría obedecido, supuestamente, a episodios que transcurrían sujetos a sus propios libretos y fortuitos desenlaces; los seres humanos habrían estado influenciados por lo que pasaba allá arriba... Se habría vivido en un mundo reflejo, cual si fuésemos marionetas animadas por un inevitable designio, o por alguna confusa y díscola rivalidad. En eso consistía el “fatum” o destino…

Entre los hallazgos de mi amigo, figura uno que tiene que ver con aquel sombrío y sibilino personaje femenino que representa a la muerte y que hemos dado en llamar “la parca”. Su indagación le ha llevado a concluir que la Parca era una de las diosas de la mitología griega; que era la encargada de decretar o determinar el tiempo de vida de los mortales, pero que no se trataba de una sola deidad, sino realmente de tres con idéntico nombre. No deberíamos hablar, por tanto, de una sino realmente de tres Parcas.

Mi amigo lo explica así: “A veces nombramos a la muerte como ‘la parca’, cuando en realidad deberíamos referirnos a ella como ‘las Parcas’, porque eran tres las diosas que simbolizaban el camino hacia la muerte, obedeciendo las órdenes del Dios Destino, el que llevaba en una urna el destino de los humanos. Las Parcas eran hijas de Temis y se llamaban: Clotos que, con hilo y telas, cosía los destinos de los humanos; Laquesis que movía la rueca, para elaborar los hilos de Clotos; y, la tercera, Atropos, que sostenía las tijeras y cortaba a discreción los hilos que unían a los humanos con la vida, en cualquier momento y sin avisar. Cuando te digan: ahí viene la Parca, pregunta siempre: cuál de las tres?"

Ahora bien, creo, para empezar, que deberíamos ponernos de acuerdo en los nombres propios de estas diosas en sus correspondientes mitologías (romana o griega), pues su nombre en latín era el de Parcas; aunque los nombres individuales que se presentan en el párrafo anterior (ya debidamente acentuados: Clotos, Láquesis y Átropos), son, más bien, los que pertenecían al panteón griego, donde las Parcas eran llamadas Moiras. Las Parcas que habían adoptado los romanos respondían a nombres distintos: Nona, Décima y Morta.

Cualquiera que fuere la forma como queramos llamarlas, Las Parcas personificaban el hado, fatum o destino. Dice la Wikipedia que “controlaban el metafórico hilo de la vida de cada mortal”. Eran “tres hermanas hilanderas que personifican el nacimiento, la vida y la muerte. Las tres se dedicaban a hilar; luego cortaban el hilo que medía la longitud de la vida con una tijera y ese corte fijaba el momento de la muerte. Ellas hilaban lana blanca y entremezclaban hilos de oro e hilos de lana negra. Los hilos de oro significaban los momentos dichosos en la vida de las personas y la lana negra, los periodos tristes”.

Pero no es de diosas hilanderas de lo que hoy quería hablarles, sino más bien de husos, ruecas, malacates, torteras y fusayolas… Recuerdo que una tarde, cuando estaba por terminar mi casa de campo, caminaba por una de las calles del centro de Santiago; de pronto ví, a través de la ventana de un almacén, una pieza de antología que llamó mucho mi atención. El artefacto realmente me cautivó, se trataba de una rueca de madera que la habilidad de un artesano había convertido en lámpara; la compré sin siquiera regatear el precio. Cuando la exhibí en casa, días más tarde, alguien me advirtió: “no, no es una rueca, dijo, se llama fusayola”.

Fusayola es una voz que no está recogida en los diccionarios; las enciclopedias tampoco parecen ponerse de acuerdo en si así es como se debe llamar al huso o a la rueca que, si bien están emparentados, son dos artilugios distintos. Pero, ya hablando con propiedad, la fusayola, que es llamada también tortera, volante o malacate, es únicamente una pieza que sirve de tope y contrapeso, y que va situada en la parte inferior del huso que sirve para hilar. Técnicamente, el huso es como una vara delgada, se parece a una gran aguja, que sirve para devanar el hilo en su rededor; la rueca, mientras tanto, consiste en una herramienta más compleja que incluye una rueda, un pedal y un huso para recoger el hilado. El huso constituye uno de los más importantes inventos que ha efectuado el hombre; es probable que se hubiera inventado en el neolítico, unos cinco milenios antes de Cristo.

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