Horacio Walpole, literato y aristócrata inglés
que vivió en el SS XVIII, habría escrito una frase que siempre me ha dado que
pensar: “La vida no es más que una
comedia para los que piensan; pero es una tragedia para los que sienten”. A
Walpole se le atribuye haber inventado el término ‘serendipity’, voz inglesa cuyo sentido en nuestro idioma equivale,
más o menos, al vocablo ‘casualidad’. Serendipity
es cuando nos ocurre un feliz hallazgo cuando buscábamos algo distinto. Cristóbal
Colón llegando a América cuando quería llegar a Asia pudiera ser un buen
ejemplo… Walpole se habría basado en un cuento persa, el de Las tres princesas de Serendip.
Pero, yo tengo mis reservas… un día, mientras volaba la línea de pasajeros para la Singapore Airlines, me llamaron a casa a preguntarme si podía hacer un vuelo carguero a Colombo, la capital de Srí Lanka (qué casualidad: Colón y Colombo son voces parecidas)… Como muchos saben, Sri Lanka es una isla en forma de perla que antes era conocida como Ceylán. Pero, algo que pocos saben es que, esa isla, antes fue conocida con una infinidad de nombres… Hay quienes la conocían por Taprobana (Trapobana es como la llamó Cervantes en el Quijote); y, otros, la apellidaron de Serendip… un vocablo del sánscrito: quizá “La isla de la casualidad”.
He repetido esta última palabra con intención, pues hace un par de años Pablo me llamó un día a su casa para pasarme el borrador de un cuento que había escrito… El título se refería a una ciudad de Medio Oriente, y hablaba de episodios que ocurrían simultáneamente. Me dijo que quería dedicárselo a una de sus nietas. El cuento empezaba con un epígrafe; en él se repetía la definición del vocablo ‘coincidencia’, del modo que lo hace la Real Academia… No estoy seguro si quizá lo malentendí, pero recuerdo haberle hecho un par de observaciones. “Tal vez deberías elegir el significado de casualidad; no el de coincidencia”, le sugerí. “¡Pero si son lo mismo! ¿Cuál es la diferencia?”, con ese modo severo que él tenía, me respondió…
“No exactamente”, le repliqué. “Creo que en la coincidencia interviene la voluntad humana; no así en la casualidad. Esta, si no depende de la voluntad Divina, lo hace del capricho de una diosa que otros llaman Fortuna” (estamos hoy aquí reunidos por pura coincidencia; pero Pablo se ha ido ayer y no hace una semana, ni después de un mes, y por mera casualidad)…
Sea lo que sea, creo que allí surgió un breve desencuentro. Hoy, el recuerdo de ese episodio me lleva a una pequeña reflexión que la quiero compartir: a veces asignamos mucho tiempo y esfuerzo a nuestros conflictos y diferencias, a nuestros desencuentros; pero ello no vale la pena: ¡la vida es demasiado corta! Dicen que es como un relámpago o como un destello… Yo pienso que ni siquiera eso: tan solo es un suspiro entre dos eternidades; un concepto, este, que más de una vez hizo temblar los cimientos de mi propio Credo, los de mi propia Fe…
Pablo era un hombre pausado, era un hombre bueno. Era cordial, frugal y discreto… solía ir y volver de su trabajo, todos los días, sin utilizar transporte público. Era un hombre reflexivo, siempre iba a pié… Pero creo también que había algo en lo que nos parecíamos: quizá fuimos demasiado severos a la hora de juzgar a los demás… Antes de despedirme de Pablo, quisiera hacer un pequeño aunque reverente homenaje a una mujer extraordinaria: ella ha sido para nosotros un ejemplo de solidaridad y de paciencia, de perseverancia y resiliencia, de dulzura y de un amor que se avecinó a la santidad: ella es mi querida cuñada María Fernanda…
Pablo… estoy aquí para despedirme. A veces creo que pude haber sido un mejor amigo, un mejor cuñado y un mejor vecino. Discúlpame si alguna vez te lastimé… Quisiera desearte un viaje tranquilo; como decimos los pilotos: que tengas buen cielo, buen viento y buena mar. Te agradezco por todo, querido amigo. Vete sosegado y tranquilo. Y que descanses en Paz…

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