11 diciembre 2009

Despedida a Juan Cueva

Juan Cueva:

Ya no quieres contestarme al teléfono, querido Juan. Pero… no creas que te escribo para reclamarte. Te escribo solo para decirte “gracias” por todas esas actitudes y circunstancias que tuviste desde siempre conmigo. Es que pasaron tantas y tantas cosas entre nosotros; y hoy has preferido una despedida inesperada y un raro, inexplicable e irreversible silencio!

Gracias Juan, por haberme recibido en tu casa, cuando todavía nadie en nuestra familia común quería todavía hacerlo; gracias por enviarme a tus entonces tiernos hijos a Lago Agrio para explorar la naturaleza, iniciar una colección de mariposas o escarabajos y empezar a conocer a quien un día ellos llamarían “Tío Alberto”; gracias Juan Cueva por tus discretos silencios ante mis propias incertidumbres, en esas noches de tertulia y carambolas libres en nuestros encuentros en Paris; gracias por no pedirme tomar partido en tus diferencias con ese otro gran amigo mío, que se distanció desde una triste tarde contigo; gracias por haber enriquecido mi vocabulario con palabras como “golloriento, gagón y cocorongo”; gracias por esa actitud de asombro y sorpresa que le dispensaste siempre a la vida; en fin, Juan Cueva, gracias por haber querido ser siempre mi hermano y mi amigo!

Déjame confesarte que me has dejado confundido. Tu, que decías que no estabas “ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario”, me vas a ayudar a recordar lo fugaz y transitoria que puede ser la vida; pero también, lo inciertos y misteriosos que suelen ser nuestros criterios frente a la muerte… No tuvimos oportunidad (no nos dimos chance) para ofrecernos un gesto de despedida, porque la vida, Juan, se sublima en la memoria y en la aptitud personal para hacer permanente el más humano de los atributos, que es el ejercicio del recuerdo.

Nos vas a hacer falta Juan Cueva, la familia empieza ya a perder a sus hijos. Pero… cómo voy a olvidar jamás, esa tarde inolvidable en casa de los Marigny, en las afueras de Paris; o nuestras citas “a muerte” para ganarnos unas partidas de billar en tu casa o en esos salones en la vecindad del Arco del Triunfo; cómo olvidar el sutil encanto de tu humor discreto…

No, Juan, no te escribo para despedirme o reclamarte. Te escribo para decirte que te vamos a extrañar; que, aunque, te has pasado a la otra orilla, te pienso con cariño; y para decirte, sobre todo, desde lo más profundo de mi confundido corazón, que te agradezco.

Me siento solo y triste esta tarde agobiante de Shangai. Descubro que me es imposible decirte “Adiós”, descubro que la vida se nos convirtió en una partida, donde las “bandas” son las circunstancias y donde lo único que cuenta son las carambolas que se logran con los recuerdos!!! Gracias Juan Cueva; y… perdóname que no te escriba esta tarde con mayúsculas. Eso, solo tu sabías hacerlo!


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