23 julio 2010

El quinto hombre

Nos vino a visitar hace pocos días en Shanghai. Es el tercero de mis hijos, aunque el trató siempre que le creyeran que era el primero. Le gusta jugar delante de la retaguardia, cubriendo la espalda de los medio campistas; ejerce el sacrificado oficio de “quinto hombre”. Adora el futbol y es amigo declarado de dirigentes e integrantes de la selección nacional. Conoce en qué equipo juegan, no importa el lugar del mundo, sus principales estrellas y miembros más destacados. Se tutea con ellos, le llaman y les llama. Los jugadores extranjeros acuden también a sus ocasionales “picaditos” y le apoyan, o le fustigan, al grito de “corré gordo, corré”. El es un negrito querido por la parroquia deportiva. Es irreverente y bromista; pero es solidario y leal. El es el emblemático “quinto hombre”.

Su misión deportiva me hace de vez en cuando interrogarme si yo también no he sido, sobre todo con ellos, mis propios hijos, eso: una especie de “quinto hombre”; el que tuvo que salir a apoyar y a organizar la “media cancha”; pero que también tuvo que quedarse muchas veces atrás, cuidando los ímpetus que arreciaron contra nuestra defensa, que atacaron con esquemas y contragolpes, que exigieron que yo enfrente aquellos arrestos sin perturbarme, porque esa es la misión del que espera atrás; porque ese es su oficio y esa su condición; porque ese es el sino del “ultimo hombre”…

Vivimos alejados en la geografía, pero nunca estamos escindidos. Nos identifica desde siempre un sentido familiar que nos ha acompañado en los momentos de tribulación y en las etapas marcadas por esperanzas e ilusiones. Estamos repartidos en cuatro lejanos continentes, con la confianza de que creemos en nosotros. Nos apoyamos y estamos atentos a nuestros individuales esfuerzos y proyectos vitales.

Vivir fuera fue una experiencia inigualable que, es cierto, nos desarraigó; pero que, al mismo tiempo, nos hizo crecer como familia y como individuos; que nos permitió ver el mundo con otros ojos, con asombro y con curiosidad, aprendiendo lecciones, ganando en sabiduría, resistiéndonos a perder la humildad. Aprendiendo, ante todo, a agradecerles a Dios y a la vida; convencidos que hay un tiempo para vivir y otro para partir. Persuadidos, como ya estamos sus padres, que “los lobos están cada vez más cerca de la hoguera”… O, como decía con tanta sabiduría mi amigo Julito: "ya estan disparando cerca, Alberto!".

Ellos estudiaron y se formaron en centros académicos prestigiosos alrededor del mundo; lugares donde nos ayudaron a consolidar la siembra de esa semilla, que al germinar les recuerda a ellos en forma cotidiana que en la vida, no importa el oficio que se ejerza, por egregio o humilde que parezca, estamos llamados a hacer más fácil la vida de los demás; que eso de por sí ya justifica y da sentido a la vida. Que la vida consigue plenitud cuando aceptamos la condición de quintos hombres.

No siempre estamos juntos, son continuos y frecuentes los reencuentros y los adioses; las palabras que se callan; las lagrimas que se esconden; las promesas que se hacen; los sentimientos encontrados que producen las despedidas. Pero todo se sobrelleva con la alegría que produce la solidaridad y que otorga ese campo multicolor de flores maravillosas que es el jardín de la memoria; que nos permite saborear la sazón de la vida. Porque lo que nos permite vivir más de una vez son justamente los recuerdos.

Escribo esta tarde en Europa, mientras es noche temprana en Asia, donde está temporalmente su madre; es medianoche en Australia, donde vive el primero de los hermanos, el mayor de mis hijos; y es amanecer prometedor en Norte y Sur América, donde están los otros tres hermanos, viviendo sus nuevos proyectos y soñando con sus nuevos compromisos; sabedores todos ellos que podemos desempeñarnos como delanteros, volantes o guardametas; pero que nuestra verdadera vocación sólo es satisfecha con la más sacrificada e incomprendida de las posiciones. Hemos aceptado la invitación que nos hicieron en la cancha de la vida. Queremos “ser alguien”; nos sentimos disponibles ante el mundo y ante la vida; sabemos que hay trabajos que alguien los tiene que hacer. Somos nosotros los quintos hombres!

En mi tiempos juveniles del movimiento Palestra, terminábamos nuestros encuentros y convivencias con un canto de despedida. Era ese un himno de esperanza. Sonaba muy profundo en las voces emocionadas de mis amigos Paco, Galo o Andrés. Nos llenaba de ilusión el poder cantar aquello de:

Por qué perder las esperanzas de volverse a ver?
No es más que un hasta luego,
No es más que un breve adiós,
Muy pronto junto al fuego, nos reunirá el Señor!

Sí, por qué perder las esperanzas! Estamos bien parados delante de la defensa. Sabemos cual es nuestra tarea y cual es nuestro destino. Sabemos que nuestra asignatura en la vida es la de jugar de quintos hombres!

Ámsterdam, 23 de Julio de 2010
Share/Bookmark

1 comentario:

  1. Esto si es un poema, gracias por seguir escribiendo Pa. Un abrazo desde el nuevo mundo!

    ResponderBorrar