21 marzo 2015

Montubio con uve

De idéntica forma a la primera vez que escuché aquello de “ir a por un refresco, o a por una hamburguesa”, fue en mi primer viaje a la tierra de Lope, Calderón y Cervantes, que habría de escuchar por primera vez esa rara identidad para nombrar a la ve dentilabial (este último un término que curiosamente no aparece en el diccionario de la Academia), que se usa en España para referirse a la ve corta. En mis tiempos de escuela reconocíamos a la be larga como labial y a la ve corta como dentilabial. Se me hizo extraño aquello de “uve”, forma que, al igual que “doble uve”, ha ido tomando aceptación poco a poco también en América.

Esto de la be y la ve; o, lo que sería lo mismo, de la be y la uve, siempre me pareció que se trataba de un capricho lingüístico o, si hemos de preferir, de un remilgo de orden ortográfico. Hasta dónde puedo testimoniar, no existe en nuestro idioma una diferenciación en la pronunciación de las dos letras (como sí existe por ejemplo en el inglés, que la uve adquiere un carácter fricativo que se hace necesario pronunciar para determinar la diferencia). Sin embargo, recuerdo muy claramente la pronunciación especial que otorgaba mi propia abuela a mi apelativo que, expresado a su manera, surgía -de su boca- más bien como un Fizcaíno y no como lo pronunciamos todos, con la dicción única de la ve y la be.

Conjeturo hoy que debió haber sido por fuerza de la costumbre, más que por alguna regla de las que me enseñaron en mis escolares clases de gramática, ortografía o perspectiva literaria, que aprendí a escribir con be labial palabras como tibio, cenobio, microbio, anfibio o montubio. Por ello, debo haber supuesto también, que así era como debían escribirse otras voces, como alivio, novio o diluvio, que jamás se me hubiese ocurrido escribirlas con be labial, como no hubiera escrito tampoco las anteriores, con ve de vaca. Voces como montubio y “montubiada” (ecuatorianismo) siempre creí que debían escribirse con be larga.

Pero, he aquí, que un grupo de personas, que rechazan la primera acepción del término montubio en el DRAE, ha propuesto que cuando la voz quiere decir “campesino de la costa”, la palabra debería escribirse como “montuvio”, con uve, como lo habrían hecho Demetrio Aguilera Malta, Pedro Jorge Vera o José de la Cuadra, en las referencias que he encontrado en el texto del siempre recordado Carlos Joaquín Córdova: “El habla del Ecuador”. La iniciativa desconoce que ese mismo es el sino de algunas palabras que a pesar del riesgo de anfibología (doble sentido) deben escribirse del mismo modo. No cabría escribir campesino con ka, por ejemplo, cuando la idea sería referirse no a un habitante del campo, sino a un tosco, zafio, palurdo, rústico, chabacano o poco cultivado individuo.

Y eso es precisamente lo que dice, en su primera acepción el DRAE al referirse a montubio: persona grosera o montaraz. Demás está comentar que no todos los campesinos son por definición groseros y que, tampoco, no todos los montaraces son por requisito campesinos de la costa o montubios. En lo personal, confieso mi preferencia por la forma montubio, que incluye “bio”, un elemento griego que expresa vida, como en las voces microbio o anfibio.

Es probable que el mejor argumento de respaldo encontremos en el mismo texto a que he hecho referencia (el diccionario de C. J. Córdova). En él se incluye la voz “montaña”, con el sentido que damos en algunos países de Latinoamérica, ya no como gran elevación de terreno, sino como selva, bosque o foresta. El comentario pertenece a un viajero británico de nombre R. Enock, que se encarga de hacer la aclaración acerca del sentido que, por extensión, sirve para montubio: hombre de la montaña o que vive en la foresta. Es decir, no otra cosa que campesino.

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