08 abril 2015

De canes, huertos y pesebres

Sospecho que la expresión “perro del hortelano” es anterior a la obra de Lope, autor que la usó allá por el mil seiscientos para poner título a una de sus obras. De lo que sí puedo dar fe es que, con palabras parecidas, se utiliza similar sentencia en distintos idiomas. Por ello, y a pesar de mi mala memoria, he recordado en días pasados que en el inglés se utiliza una expresión parecida. Lo que no recordaba con claridad es si en ese idioma se decía “dog in the mangrove” (el perro en el manglar) o “dog in the manger” (el perro en el pesebre).

Parece que la expresión, en sus distintas versiones, tendría origen bíblico. Probablemente inspirada en un evangelio apócrifo, el de santo Tomás. En el primer caso, se trataría del can perteneciente al cuidador de la huerta, un lebrel que no deja que nadie coma lo que él mismo no puede disfrutar… (Aquí hago una breve digresión: un día averigüé a un grupo de contertulios que quién era un hortelano; recibí una serie de variadas respuestas, todas alejadas de la realidad del verdadero significado: que era el que trabajaba en artículos de cuero; que era aquel otro artesano que trabajaba con láminas metálicas; que era quien limpiaba las chimeneas. Como se ve, ninguna –ni el curtidor, ni el hojalatero, ni el fogonero- tenía relación con el oficio de quien cuida o es el propietario de un determinado huerto). Así, el perro en cuestión, era quien procuraba evitar que un subrepticio individuo intentara aprovecharse de las lechugas, coles y otras hortalizas de un jardín ajeno.

En el segundo caso, se trataría de un perro que, adueñado de un pesebre, no permitiría al ganado alimentarse con ese heno que no constituía parte de su propia dieta tradicional. No tengo claro si ese “manger” se refiere en forma general al establo o pesebre, o si sólo a aquel cajón cuadrilongo, hecho preferentemente de madera, que llamamos artesa y que en los establos se utiliza como abrevadero o artilugio para alimentar a las bestias (no confundir con la artesa que se utiliza para amasar el pan, aunque se trata de un similar implemento).

En cualquiera de los dos casos, sea que se trate de un canino en el huerto o de similar animalito recostado sobre la paja de un supuesto pesebre, ambos representarían la figura que ha sido caracterizada en una probable fábula que, a su vez, se atribuiría a Esopo, personaje cuyas consejas morales se basaron casi siempre en la utilización de animales para representar los defectos e imperfecciones humanas. En esas moralejas se retratan las principales limitaciones, carencias y concupiscencias de que puede ser capaz la naturaleza humana que, de este modo, es caricaturizada utilizando a los inocentes representantes de la zoología…

No sé a qué se deba esta tendencia a utilizar palabras, frases y aforismos que muchas veces ni siquiera hemos meditado en su probable sentido. No hace mucho, escuchaba la transmisión de un partido de futbol y me hacían caer en cuenta cómo el locutor utilizaba una serie de términos de sentido imaginable pero no recogidos en los diccionarios que otorgan formal certificado de bautismo al uso correcto y adecuado de las palabras. Decía el narrador deportivo, por ejemplo, que cierto equipo utilizaba un sistema “combinativo”, queriendo dar a entender que su método de juego se basaba en continuos pases (combinaciones) entre sus integrantes.

Esto nos llevaría a una nueva inquisición: ¿debe necesariamente una palabra estar “autorizada” o aprobada por un organismo rector, para que sea considerado correcto su empleo? ¿O es, más bien, ese uso cada vez más frecuente y generalizado el que va haciendo más aceptado el empleo de una voz o palabra, que luego es reconocida como adecuada para expresar un significante? En efecto, existen términos que, aunque nos suenen impropios, enseguida nos sugieren un aparente sentido, si no una clara y evidente significación.

¿Será que la Academia no está dando suficiente oído a los cambios propuestos? ¿Es quizá el suyo un celo excesivo respecto a lo que debe considerarse correcto? ¿Deben ser aceptados como permitidos sólo aquellos términos que esa institución ha refrendado con la definición de un significado? ¿Acaso no es eso mismo lo que hace la Academia, cuando confirma la generalización de palabras en apariencia incorrectas, las mismas que luego las legitima al comprobar su uso diseminado y cada vez más corriente? Este es idéntico proceso al que sufren ciertas palabras que se usan con un carácter localista y que, más tarde, la misma institución termina por reconocerlas porque las voces conocidas como “correctas” no satisfacen ya el uso corriente…

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