06 agosto 2019

Un cajón de sastre

Creo que hubiese querido bautizar a esta entrada como “El rumor de la carabela, 2”, porque algo de tinta se me quedó en el tintero respecto a la entrada anterior. Mas, sin embargo (como dicen en México), he preferido otorgarle un título que denuncie mi travieso propósito e intención: el deseo de hablar de disímiles tópicos que quizá no tengan relación entre sí, o de referirme a varios asuntos y temas diversos, como los variados artilugios que solo pueden encontrarse en esos cajones, donde guardan todo tipo de cachivaches aquellos artesanos dedicados a la elaboración y arreglo de las prendas que conforman nuestra vestimenta.

En efecto, para la hora de “mandar la anterior entrada a la imprenta” (nótese mi renuencia a llamarla con el pomposo nombre de “artículo”), era ya tarde para haberme dado cuenta de un par de curiosas coincidencias relacionadas con la etimología del nombre carabela. Dice el DRAE que la voz proviene del gallego portugués “caravela”, así con uve, que, a su vez, proviene del latín tardío carăbus, que querría decir 'embarcación de mimbres', y este del griego bizantino κάραβος o kárabos, que significa 'barco ligero' o, literalmente, 'escarabajo'.

Si se revisa, en el mismo texto, el primer significado de carabela, encontraremos la siguiente explicación: “1. f (sustantivo femenino). Antigua embarcación ligera, con una sola cubierta, espolón a proa, popa llana y tres palos, con cofa solo en el mayor, entenas en los tres para velas latinas, y algunas vergas de cruz en el mayor y en el de proa”... Antes, pues, de regresar a la voz “escarabajo”, bien vale hacer una breve digresión referente a la “alarmante” explicación que cuando nosotros éramos niños encontrábamos en el diccionario: verga, mástil mayor de una embarcación o barco...

Ahora que ya no soy tan chiquito, y que mi suspicacia un tanto indígena me hace desconfiar hasta de los diccionarios, me he acostumbrado a revisar distintas versiones y he aprendido que aquella palabra antaño proscrita, y que ahora, por lástima, hallamos hasta en la inmaculada boca de las jovencitas más impensadas, no quiere decir mástil (el mismo que es un palo vertical), sino que se trata de un trozo de madera corta y horizontal que forma parte del aparejo (conjunto de palos, vergas, jarcias y velas) de una embarcación, y que sirve para no otro propósito que el de envolver las telas de las velas de la nave, cuando esta no está en movimiento.

De vuelta pues al vocablo “escarabajo”, he leído por ahí que no solo se trataría del nombre del conocido coleóptero, sino que en la antigua Grecia se designaba con idéntico sustantivo a una embarcación pequeña, parecida a la chalupa; imagino yo que esto se debía al parecido entre la diminuta embarcación y el -no muy bien portado- coleóptero que es conocido con el nombre que hoy estamos estudiando.

Ahora bien, y en referencia al término escarabajo, dice el diccionario de nuestra lengua que el mencionado sustantivo viene del latín vulgar scarabaius; y lo define así: 1. m (masculino). Insecto coleóptero, de antenas con nueve articulaciones terminadas en maza, élitros lisos, cuerpo deprimido, con cabeza rombal y dentada por delante, y patas anteriores desprovistas de tarsos, que busca el estiércol para alimentarse y hacer bolas, dentro de las cuales deposita los huevos; 2. m. Nombre de varios coleópteros de cuerpo ovalado, patas cortas y por lo general coprófagos. Nota: coprófago es, a su vez, definido como: "que ingiere excrementos".

De lo comentado, no deja de sorprender el paradójico contraste que existiría entre el sentido de dos voces que, en apariencia, parecerían provenir de una raíz común. Esto porque el nombre carabela sugiere viaje, aventura y exploración; su sola mención implica la referencia a algo poético. En tanto que el término escarabajo, de casi idéntica etimología y queriendo significar lo mismo, identifica en cambio a un insecto que utiliza las heces para anidar sus crías y se alimenta de excrementos; una muy poco agradable particularidad en el terreno de la escatología y que, lejos de representar algo poético, se confunde con algo repugnante, abyecto y prosaico.

Me pregunto, de otra parte, si aquel personaje de la fábula de nuestra niñez, “El gato con botas” (me refiero al legendario Marqués de Carabás), no habría recibido un apellido no exento de intencionalidad, si el suyo no sería un apelativo relacionado con la sordidez y la insignificancia del escarabajo; un insecto emparentado con la insana costumbre de alimentarse de excrementos... No deja de ser intrigante el curioso parecido entre los dos términos: “carabós” y Carabás, entre la etimología de la grácil carabela y una palabra que representa la seudo nobleza de un vicario aristócrata. Carabás es el emblema de una impostura, simboliza al humilde hijo de un pobre molinero que prefirió fingir y hacerse pasar por aquel espurio e inexistente Marqués...

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