12 enero 2020

Algo más del año cero...

Se llamaba Dionisio, aunque lo apodaban de “Exiguo”. Nadie está muy seguro del porqué del remoquete, si era por causa de su corta estatura o quizá porque la prodigalidad no era una de sus principales virtudes; tal parece que se trataba, más bien, de un auto-reconocimiento de su propia humildad. Lo cierto es que a nuestro personaje, que era un curita de origen bizantino, a quien todos distinguían por su erudición y porque le fascinaban los números, las cuentas y las matemáticas, se le había ocurrido un buen día, que por qué había que seguir marcando las fechas sobre la base de una pagana referencia, la del año de la fundación de Roma.

Dionisio había vivido alrededor del año 500 d.C.; monje al fin, habría sido el primero en imaginar el Anno Domine o Año del Señor, un sistema de medición del tiempo creado inicialmente como método para calcular la fecha del domingo de Pascua. El nuevo sistema, que habría de dar origen a lo qué pasó a conocerse como “la Era Cristiana”, se proponía reemplazar a las llamadas “tablas dioclecianas”, o tablas de Diocleciano, un emperador famoso por sus persecuciones a los cristianos. Para sus cálculos, Dionisio no prefiguró un año cero, puesto que el concepto del cero no era conocido todavía en Europa por esas épocas, y determinó que Jesús habría nacido en el año 754 a.u.c. (ab urbe condita) o 754 después de la fundación de Roma.

Por lástima, Dionisio cometió un error de entre cuatro y siete años, al poner fecha al reinado del rey Herodes I el Grande, con lo que hacía parecer que Jesús habría nacido algunos años después de la fecha real. Con ello, el Salvador no solo no habría nacido un 25 de diciembre (adaptación ideada por la Iglesia para poder ajustar la Natividad a las fiestas saturnales, celebración pagana), sino -además- tres o cuatro años antes del año que marcaría el inicio de la era cristiana. Por otro lado, no está claro, tampoco, si la fecha para determinar la Encarnación hacía caso a la concepción o al nacimiento de Jesús (otros nueve meses de diferencia).

Si algo genera en la actualidad controversia es la disputable existencia (aquello de si realmente existió o no) aquel año cero; pero, como hemos indicado más arriba, ese fue un año que nunca existió. En buen romance, al 31 de diciembre del año 1 a.C. le siguió el 1 de enero del año 1 d.C.; esto solo quiere decir una cosa: que no hubo un año, con sus 365 días, entre los dos años mencionados, sino solo un fugaz instante. Lo comentado equivaldría, en una eventual proposición matemática, a que los años antes de la era cristiana sean expresados como guarismos negativos (-1, -2, etc.), y los pertenecientes a nuestra era (a.D.) como números positivos.

En la actualidad, la polémica se renueva cada diez años, especialmente cada vez que está por terminar un año terminado en nueve. Resulta el caso que, como dicha condición refleja el inicio de un decenio (por ejemplo, el de los actuales años veinte), se tiende a confundir esa misma condición con el inicio de una nueva década (y en algunos casos con un nuevo siglo). Sin embargo, una década solo comienza el primero de enero del año que termina en 1 de esa década (2021) y no termina hasta que no haya concluido el 31 de diciembre del siguiente año que termina en cero (2030). De otro modo, la que fue la primera década de nuestra era siempre será una década incompleta, justamente por la inexistencia de aquel disputado año cero.

Preparando esta nota, he observado una serie de comentarios respecto al “grave error histórico” de quienes no tomaron en cuenta el año cero para los cálculos que fueron correspondientes. Esta gente olvida fácilmente que el concepto del cero como número fue desconocido por Europa hasta ya entrado el segundo milenio. Mal pudo entonces haberse considerado un período de 365 días como “año cero”, si todavía no se había registrado el cero ni como concepto ni como número. Por todos es conocido que, incluso ahora, todavía utilizamos los símbolos arábigos para lo relacionado con los números cardinales y persistimos en el uso de los números romanos para la representación de los números ordinales (primero, segundo, etc.). En estos números no existe, nunca existió, un símbolo para representar el cero.

Si bien Dionisio el Exiguo fue el verdadero inventor del Anno Domine o Año del Señor, fue realmente el venerable Bede, un monje benedictino, el que popularizó el uso de la expresión, al haberla utilizado en sus trabajos casi un cuarto de siglo después.

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