06 enero 2020

Un martes de amigos

Somos alrededor de quince, tal vez uno más o uno menos. Nos reunimos todos los martes a eso de las cinco. Claro, unos tienen que irse más temprano, por aquello del “toque de queda” (su particular Contraloría) y por eso adelantan su convenido registro y han convertido la función en una suerte de matinée algo prolongado... Somos quizá unos ocho los que asistimos con más frecuencia, somos los más asiduos. Nos conocemos “de toda la vida”, aunque no necesariamente desde niños. En mi caso, y para evitar la perífrasis, pudiera confesar que los conozco desde los últimos años de colegio. Desde cuando todavía éramos lo que aún no hemos dejado de ser: unos niños grandes y, ante todo, buenos amigos!

Nos unen valores y afinidades, esa es una identidad cimentada en la aceptación de nuestras debilidades y mutuas falencias; nos reúnen las ganas de embromar y de reír sin reticencia, el deseo obcecado e ingenuo de arreglar el mundo “de una sola” y, desde luego, la ocasional nostalgia… Pudiera decirse que todos pertenecemos a la misma generación, nos  diferencian tal vez un par de años; nos graduamos en distintos colegios, casi siempre particulares y religiosos (lo cual, en nuestros tiempos fue también algo inevitable) pues, como se sabe, “nadie es perfecto”. Hoy, casi todos nos hemos retirado, pero antes habíamos optado por diversas actividades o por disímiles profesiones u oficios en la vida.

Hay en el grupo ingenieros, agricultores, aviadores, industriales, abogados… Nos juntamos para compartir la broma, la anécdota, los rumores y el recuerdo. Tal vez solo nos reúna lo que nos diferencia a los humanos de las demás especies: la razón, la risa, la memoria -los compartidos recuerdos-; ello, a pesar de que hemos ido ya llegando a una edad en que lo que compartimos, más bien, son nuestras desmemorias, los recurrentes olvidos, esos ya difuminados y resbaladizos recuerdos.

Tomábamos vino, y solo vino, en un principio. Ese era el pretexto: “reunirnos a tomar solo un vinito”; pero entonces, algún personaje volátil, pérfido y travieso llegó un buen día con la proscrita novelería de que nos tomáramos más bien un buen frasco de whiskey. Ya se sabe, por aquello de “la acidez y la astringencia de los taninos”… Esto, para no mencionar ese otro argumento, aquel de que “el fruto de la vid” contribuye en forma invariable a que perdamos el sueño. Lo cierto es que desde entonces ya no se toma más vino en el grupo, todos han cambiado la uva por los cereales y han pasado a preferir aquel dorado producto, el añejado “escocés”. No existen registros, sin embargo, de que el fastidioso insomnio haya suspendido su indeseado efecto.

Pero no se crea que solo nos la pasamos bebiendo… Alguna “picadita” también se le solicita a la fémina que, en el apacible lugar donde nos juntamos, han dedicado para nuestro bienestar y tranquilo esparcimiento. Sin perder de vista, eso sí, que cada fin de semestre habremos de compartir nuestro tradicional “almuerzo de aniversario”, ceremonia fraternal en la que nunca hemos traicionado el prometido ofrecimiento de comportarnos como bien llevados y entretenidos compañeros.

Cuando en otros ambientes, a veces alguien me ha pedido que diga algo acerca de los amigos, he optado por referirme a la anécdota que cuenta García Márquez en el prólogo de sus “Doce cuentos peregrinos”… Ahí comenta el Nobel acerca de un extraño sueño que alguna vez le inspiró el cuento que jamás había escrito; relata que asistía a su propio entierro y que sus amigos iban “vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta”. Hacia el final de la ceremonia, cuando estos empezaron a despedirse, él intentó acompañarlos e irse con ellos; entonces, alguien le advirtió “en forma severa y terminante” que él tenía que quedarse, que era el único que no podía irse, pues para él ya se había acabado la fiesta… “Solo entonces comprendí -expresa el Gabo- que morir no era otra cosa que ya no poder estar nunca más con los amigos”...

Ay, la muerte… aquello es algo de lo que nunca hablamos con intención en nuestros martes de amigos; esto, a pesar que estamos convencidos de que -como dicen por ahí- “ya están disparando cerca”. No quiere decir que a ella ni la ignoremos ni la desdeñemos; pero… para qué hablar de algo que sabemos que tarde o temprano nos ha de ocurrir a todos en forma inexorable, persuadidos como estamos que si nos reunimos es para seguir hablando de lo vivido con pasión y alegría, o de lo que han sido nuestras mejor recordadas experiencias, aquellas que hoy más encienden nuestra nostalgia; locuras, ingenuidades y arrebatos que hoy nos hacen apreciar de mejor manera la amistad y la vida; y valorar aquellas únicas y siempre inolvidables vivencias.

La tarde ya va terminando… Hay -alrededor de la desordenada mesa- uno como rumor de promesas y despedidas. Hasta el próximo martes, musitan los amigos. Entonces, una nueva y postergada cita, a lo largo de lo que será la nueva semana, ha de renovar otra vez su espera.

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