25 diciembre 2014

El caso de los maníes

Decir en inglés que algo vale o representa “peanuts” (maníes) quiere decir que ese algo vale poco o que no tiene importancia. Hay inclusive un aforismo popular en ese idioma sajón que enuncia “pague maníes y conseguirá monos”, haciendo referencia a la mano de obra no especializada o poco calificada que se puede obtener si no se hace un esfuerzo por ofrecer salarios más atractivos. Y nuestro propio idioma hace referencia al supuesto valor exiguo de lo que al sur del río Grande se denominan “cacahuates”, cuando decimos de algo “me vale un maní”.

Pero el caso que voy a comentar no tiene un carácter baladí, ni reviste escasa importancia; se refiere a lo que ha sucedido en una aerolínea para la que este humilde marqués solía trabajar hace un par de décadas y todo por un puñado de maníes. Quién no ha comido unos granos de maní. Pocos, sin embargo, conocen que esas pepitas de color dorado, que devoramos en forma casi involuntaria y bastante adictiva, vienen dentro de una cascarita “coriácea”, según el diccionario, que tiene dentro “según la variedad, dos a cuatro semillas blancas y oleaginosas, comestibles después de tostadas”. Esto lo aprendí en el famoso hotel Raffles de Singapur, en cuyo Long Bar proporcionan generosas cantidades de este fruto, cuyas cortezas los visitantes son cordialmente invitados a arrojarlas en el piso.

El asunto es que el episodio de marras sucedió en un avión de la Korean Air que se disponía a despegar desde el aeropuerto Kennedy de Nueva York con destino al de Incheón, vecino a Seúl, en la capital de Corea del Sur. Y como digo, “todo por un maní”. Sucede que el alboroto se armó porque uno de los auxiliares de vuelo, lo que llamamos comisarios de a bordo o azafatas, no sirvió estas controvertidas semillas a una pasajera de primera clase, nada menos que a la vicepresidente de la propia empresa, de la forma tradicional y civilizada; es decir, contenidas en un pozuelo o en un adminículo de loza como demandan los cánones de la etiqueta y del buen servicio. Por el contrario, el insolente encargado osó presentar dichos granos, a la disgustada ejecutiva, encerrados en una vulgar funda plástica.

En efecto, enfurecida por la afrenta, la agraviada funcionaria, solicitó al comandante que suspendiera el carreteo previo al despegue y que retornara a la puerta de embarque, con el ánimo de dejar en tierra al impertinente comisario, con lo que, más tarde, las instancias administrativas de la empresa consideraban su cesación laboral, lo que hoy se conoce con el eufemismo de “desvinculación”. Como se verá, el protocolo que utilizó el auxiliar de cabina era el correcto; lo malo fue que cuando tuvo que explicar el motivo por el que no estaba supuesto a ofrecer el servicio como era demandado, no supo dar una adecuada explicación.

Esto es justamente lo que está sucediendo en el mundo, que la gente aprende los procedimientos y más protocolos, pero no se da la molestia de averiguar o de aprender cuál es su razonamiento o explicación. Idéntica situación nos sucede muchas veces a los pilotos, cuando efectuamos una “lista de chequeo”, que en algunos casos las cumplimos como loros, sin meditar en cada ítem individual en el porqué, en el motivo, en el razonamiento o la correcta disquisición. Lo mismo está ocurriendo con los procesos de capacitación y entrenamiento. Se menciona el qué y el cómo; pero, no se otorga el preámbulo del porqué, de la razón.

Estoy seguro que todo el guirigay que se ha montado, juicios y renuncias aparte, y la exposición que ha tenido el ridículo caso frente a la opinión pública coreana, e inclusive frente al escrutinio internacional, bien pudo haberse ahorrado. Esto si, de la misma forma cortés con que el comisario había atendido el presuroso pedido, hubiera también respondido a la solicitud de la pasajera con una corta explicación: aquella de que “por razones de seguridad” no le estaba permitido ofrecer ningún tipo de alimento en recipientes que, por su naturaleza, pudieran lastimar a los propios pasajeros durante las maniobras de despegue o aterrizaje.

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