28 diciembre 2014

Una postal de Cambodia

Había nacido en Kampuchea como Saloth Sar, aunque nadie afuera de su país de origen habría de recordarlo nunca por ese nombre. Tenía, el líder, una dentadura regular que dominaba su sonrisa; algo en la inquietud de sus ojos, sumado a sus pómulos pronunciados, le daban a su apostura un carácter enigmático. De joven,  había ganado una beca para ir a estudiar electrónica en Francia; allí se habría contagiado del comunismo europeo y habría gastado sus noches como bohemio en la Ciudad de las Luces. Sus amigos le recordarían más tarde como un inquieto joven a quien le gustaba discutir de política en su apartamento del Latin Quarter.

Hijo de un cultivador arrocero, el futuro revolucionario habría fallado varios intentos para aprobar sus estudios, obligado así a retornar a Cambodia -en ese entonces una colonia francesa- el mismo año de su independencia. Más tarde, cuando llegó al poder formando parte del “Khmer Rouge”, adoptaría el nombre de guerra de Pol Pot, probablemente una contracción de la expresión francesa “Politique Potencielle”, y se empeñaría en instaurar una forma de socialismo agrario que cobraría la vida de cerca de dos millones de sus conciudadanos.

A Saloth Sar le tomó algo más de veinte años llegar a la cima del poder y desde los inicios de su gobierno totalitario procuró desarraigar a las clases pudientes de su condición urbana y les movilizó con toda suerte de estratagemas al campo con la intención de triplicar la producción de arroz, con el propósito de lograr una economía agraria autosuficiente. En ese empeño, trató de prescindir de todo tipo de asistencia comercial foránea y emprendió en una política exterior caracterizada por la xenofobia. Odiaba todo lo que pudiera parecer extranjero.

Fruto de esa enfermiza actitud, fue la expulsión de los restauradores franceses de uno de los monumentos más importantes que existen en el mundo, el templo de Angkor Wat, cerca de Siem Reap. Angkor es realmente una gran ciudadela, un conjunto de edificaciones construidas hace casi un milenio para rendir homenaje a Vishnu, el dios hindú ordenador del universo. Siglos más tarde Angkor pasaría a convertirse en un templo budista; y luego, el descuido iría propiciando un raro paisaje fantasmal, pues la naturaleza se iría montando a horcajadas sobre las paredes y esos interminables bajo relieves que abundan en temas mitológicos.

Angkor es reputado como el templo más grande que existe en el mundo. Hace algo más de cuatro siglos esta extraordinaria estructura fue abandonada en manos de la negligencia. El daño no ha sido tan grave, no obstante, pues la selva no ha devorado su entorno, gracias a la existencia de un foso que lo circunda. Otra ventaja que habría permitido su formidable conservación es la ausencia de viviendas y otros tipos de estructuras; esto en parte se debe al concepto que caracteriza a los templos de Oriente, que son un lugar donde se puede ir “a estar” y sentir, en un espacio abierto, la presencia tutelar y benefactora de los dioses.

Existen teorías de que Angkor Wat habría sido construido inicialmente como un mausoleo, es decir con un propósito funerario, como es el caso de esa otra joya de la arquitectura que es el Taj Mahal, cerca de Agra en la India. De ser cierto, este ingente esfuerzo estaría considerado como el mayor derroche de energía del que el hombre ha sido capaz con la sola intención de enterrar un cadáver.

Angkor destaca por su proporción y magnífica armonía; es la primera expresión arquitectónica de este tipo donde se utilizaron piedras que probablemente fueron transportadas por más de treinta kilómetros, las mismas  que se acoplaron usando una variedad de cal y resinas naturales. De todos modos, la mano de obra involucrada en extraer, transportar desde las canteras, tallar y colocar aquellas rocas constituye uno de los arrestos más significativos que se han dado en la historia de las construcciones en que se ha empeñado el hombre.

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