08 noviembre 2015

"Limpia, fija y da esplendor"

El español, o para ser más exactos, el castellano, es una lengua romance que proviene del latín vulgar y que, actualmente, es hablada por más de quinientos millones de personas, para la mayoría de las cuales, es su lengua nativa o materna. Pero, ¿cuál es el verdadero origen del español?, ¿se formó, en tiempos del Imperio Romano, con la adaptación de palabras latinas para enriquecer una lengua autóctona?, ¿o fue quizá un proceso inverso; es decir, se trató, más bien, de un idioma extranjero que luego se fue transformando con la influencia de otra lengua que ya se hablaba en algún lugar de lo que hoy se llama España?

Esta segunda posibilidad es hoy considerada como la más probable. Ya un tal Antonio Martínez de Cala y Xarana, mejor conocido como Antonio de Nebrija, sugería que el origen de nuestra lengua no era otro que ese latín contaminado que habían llevado los visigodos a la península ibérica. Antonio habría nacido en un municipio de Sevilla conocido como Lebrija (de allí su nombre) y fue nada menos que el insigne autor de la primera gramática castellana, el mismo año del descubrimiento de América. Se le reconoce autoría, además y poco después de esa fecha, de la preparación de los primeros diccionarios bilingües latín-español y español-latín.

Este apelativo, el de Nebrija, no es exactamente la deformación de un nombre. Lebrija fue conocida en tiempos remotos como Nebrissa Veneria, identidad asociada con la caza mayor, porque en sus comarcas parece que fue famosa la cacería de venados. De vuelta a este ilustre gramático y académico, Nebrija había viajado de joven a Italia y ya de regreso a España había adoptado el nombre de Elio para luego dedicar su vida al servicio de la lengua, y en particular de la filología y gramática castellanas. El trabajo precursor de Nebrija habría dado pábulo para los esfuerzos posteriores (1611), realizados por Sebastián de Covarrubias, el autor del famoso Tesoro de la lengua castellana, o Tesoro, que constituye el primer diccionario monolingüe que tuvo la lengua española.

Covarrubias se habría inspirado en un tratado de etimología preparado (en latín) por Isidoro de Sevilla nueve siglos antes; basado en la idea de que el origen de las palabras se relacionaba con su significado original. Hay algo de curioso en los motivos de Covarrubias: quería encontrar la probable relación de ciertas palabras hebreas con el castellano. Eran tiempos en que se creía, en ciertos ámbitos, que el hebreo había sido la lengua original de la humanidad (antes de la Babel mítica). El estilo de Covarrubias fue imitado más tarde por otros investigadores de nuestra lengua: como escritura en primera persona; comentarios de historias o anécdotas; equivalencias en latín; y, sobre todo, el uso de ciertas voces por parte de “autoridades” o personas de prestigio literario.

Ahora bien, el nombre verdadero de Sebastián de Covarrubias y Orozco era realmente Sebastián de Orozco y Covarrubias. Lo que sucede es que su padre había sido un “cristiano nuevo” e hijo de una judeo-conversa. Por lo que se sabe, su madre era considerada “cristiana vieja”; por lo mismo, y para los estándares de la época, basados en prejuicios religiosos (no olvidemos que aquellos eran tiempos del Santo Oficio y de la inolvidable Inquisición española) la doña estaba reconocida como “de mejor linaje”… ¿Estaba don Sebastián influenciado quizá por sus orígenes sefarditas? Quién lo sabe! Lo cierto es que Covarrubias creó un puente entre aquellos trabajos de Nebrija y el que se convertiría en el primer diccionario de la Real Academia Española: el Diccionario de autoridades (1726).

Este indispensable diccionario (con perdón por el adjetivo) se habría inspirado en otros precursores: los pertenecientes al francés y al italiano; su principal inspiración parece haber sido la de crear un instrumento que sirviera para cuidar y promover la pureza del castellano, evitando neologismos, copias y préstamos innecesarios. De allí que su lema era ese justamente: “Limpia, fija y da esplendor”. Se lo llamó "de autoridades", como se indica, porque se respaldaba en el uso que habían dado, a ciertos términos, en el pasado, autores reconocidos y de prestigio, como lo fueron Quevedo, Lope, Calderón, Góngora o Cervantes.

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