05 diciembre 2015

Remilgado y, encima, petimetre

Que soy un quisquilloso, dijo una vez el inefable Cuchi. O, que era “un poco fulero”, comentó en otra ocasión uno de mis queridos hermanos… Lo cierto es que alguien, a quien guardo una enorme estima personal, me ha hecho llegar un interesante comentario en el sentido de que hay veces que utilizo palabras que no son de uso frecuente, que utilizo un lenguaje innecesario en mis entradas; tanto que, según mi interlocutor, para leerme “tiene que hacerlo con diccionario”… He comentado, en mi respuesta, que cuando se escribe un pequeño artículo, como yo esporádicamente lo hago, no siempre se puede usar el mismo lenguaje coloquial que se aplica en las conversaciones del día a día. Ya me veo iniciando mis reflexiones con un “¿qué fue ve?, ¿qué más loco?”…

Pero… no le culpo. Quien lee, y quiere aprender, tiene que saltar a veces esa valla inevitable. Imposible leer a Bolaño y no consultar el sentido de voces como tesitura, singladura o escarceo. Palabras que cuando uno asimila y aprehende su significado, luego las saborea y las utiliza con novelera intención, como cuando se va a una fiesta y quiere lucir aquellos zapatos nuevos. Imposible leer a Max Weber y no consultar el sentido de fenomenología o antinomia; a Bioy Casares y no inquirir el alcance de usina o deletéreo; o, a ese ciego genial que fuera Jorge Luis Borges y no averiguar qué intenta expresar con aquellos exornado, prefiguración o epigrama, y concordar con él que “para gustar de Quevedo, hay que ser un hombre de letras”.

Es probable que escribir sea a veces como pintar y dar ciertas pinceladas adicionales a un cuadro, para así mejorar su presentación; o, tener el gusto por la cocina y utilizar ingredientes adicionales cuya añadidura, sin ser indispensable, proporciona un cierto carácter al sabor. En fin, no lo sé; solo sé que no lo hago ni para confundir ni para alardear que conozco el significado de ciertas voces que para otros puedan tener un sentido insospechado o impreciso. Uso ciertas palabras porque me gustan y punto, porque he descubierto que hay voces en nuestra lengua que tienen una fuerza musical inigualable; que poseen una personalidad que va mucho más allá de su sentido e intención; cuya cautivante melodía, nos provoca y sugiere con su sonido.

Escribir en un blog, que es una “especie” de periódico mural de carácter personal, nos abre a un sinnúmero de posibilidades y alternativas. Uno corre el riesgo de desnudarse ante un público que está atento a sus confesiones, opiniones, temores y confidencias. Probablemente no tengamos la pretensión de que lo nuestro sea considerado como “literatura”, pero creo que tenemos la secreta esperanza de que se nos tome en serio, de que no se nos reconozca (¿desconozca?) con el desdén o, quizá, con el desprecio que pueden merecer esos garabatos de colores con que algunos manchan las paredes y que llaman “grafitis”. Uno se da el cuidado de no cometer errores ortográficos, de editar y reeditar frases y párrafos, de dar una presentación que impulse a ser visitado, a que sus lectores se interesen por lo que uno escribe.

Desde este punto de vista, ¿es malo aquello de emplear términos que son poco utilizados en el habla cotidiana? ¿Implica acaso, esa opción de quien escribe, un gesto de fatuidad o un recurso reñido con la autenticidad? No necesariamente. Muchas veces, cuando usamos voces que no son de uso corriente, solo lo hacemos para proponer un estilo distinto, quizá un tanto especial (que, claro, corre el riesgo de que se interprete, si no como afectado, como innecesariamente ornamentado); pero es un estilo que estamos persuadidos que colabora con lo que expresamos para mejorar la construcción de la frase; que creemos que aporta a su musicalidad, al ritmo y cadencia que intentamos lograr con lo que escribimos o comentamos.

Nada tiene de malo, por otra parte, invitar a quien nos lee a conjeturar un giro o un significado, a barruntar el sentido de una voz o de una frase; y, por último, a efectuar una breve consulta a los ineludibles diccionarios. Visto así, todo término extraño deja de ser un obstáculo o un impedimento y pasa a ser una invitación, un desafío, una oportunidad para la reflexión y el aprendizaje.

Con esto del estilo al escribir, suele ocurrirnos parecida reacción que cuando vemos a alguien que viste en forma un tanto diferente, que aunque a veces nos daría la impresión de que alguien ha optado por un atuendo en exceso elegante para una determinada ocasión, sin embargo terminamos por apreciar el gusto con que ha atendido su personal acicalamiento, y luego nos hacemos la íntima y postergada promesa de que, la próxima vez que tengamos que utilizar una cierta vestimenta, lo vamos a hacer con esmero, buen gusto, altivez y dignidad. Esto, muy a pesar de que se nos juzgue de extravagantes o rebuscados; de no vestir con naturalidad; o, quién sabe, de presumidos, presuntuosos o petimetres…


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario