02 febrero 2016

De cachivaches y chucherías

De eso mismo, o de lo uno y de lo otro, es que quiero conversarles desde hace ya algunos días. Realmente, desde el día mismo que leí una pequeña crónica en la que se hablaba de aquella vieja costumbre (que nadie sabe si es de verdad tan vieja), aquella de utilizar unos artilugios en forma de bragas o protectores genitales que en algún tiempo, este quizá emparentado con las cruzadas, se dio en llamar con el muy púdico y sugestivo nombre de “cinturón de castidad”. El citado adminículo algo tiene de cachivache, porque quizá esté almacenado ya en el ático de la historia; y, claro, también de chuchería, mas no por lo que se imaginan (siempre la insidiosa semántica) sino, más bien, por aquello de que a lo mejor ya no sirve para nada…

Pero… ¿Quién no destina un pequeño lugar o rinconcito, un cajoncito especial, quizá, para guardar, cuidar y hasta coleccionar todos esos aparatos por los que se tiene una particular preferencia? Creo que todos tenemos un lugar para nuestras no muy secretas colecciones, sea que se trate de navajas, lapiceros, gorras deportivas o de cualquier otro género de debilidad que denuncie dichas preferencias. Yo mismo tuve una curiosa predilección por los soldaditos de plástico en mis días de escuela (no sé aún por qué los llamábamos de plomo, si no estaban hechos de esa materia); hasta que un buen día descubrí, en los recreos, una curiosa capacidad de negociación que por lástima se me fue convirtiendo en preocupante tendencia!

Estoy persuadido que en el fondo (y más bien, que bastante en la superficie) nadie escapa a la seducción de conservar objetos inservibles en apariencia; tanto que, cuando pudiera decirse que se presenta la oportunidad para utilizarlos, terminamos usando otro objeto, y solo cuando ya había pasado el tiempo volvemos a reconocer el lugar en el que los habíamos dejado y redescubrimos su existencia. Tengo por ahí artefactos y cachivaches que muy bien pudieran catapultarme para el título mundial del “taita pendejadas”. Colecciono brújulas y sextantes, relojes, aparatos para alardear con la cocina y, ante todo, un inconfesable número de tirabuzones o descorchadores de vino en cantidades que nadie imagina, ni tampoco sospecha.

Estos utensilios o trebejos parecen haber sido ideados por alguien con una cuota de imaginación y un algo de perversidad para engañar a los panolis, quienes ceden a la tentación de su embrujo, aunque sean conscientes de que han pasado a formar parte de esa novedosa y flamante clasificación. Yo no sé si este tipo de novelerías, como lo son los cachivaches y chucherías, hemos heredado de nuestros mayores; pero apuesto a que fue a ejemplo de ellos que debimos haber descubierto nuestros coleccionadores dislates, o que se convirtieron en una sugestiva provocación para lo que se terminó convirtiendo más tarde en nuestro inesperado entretenimiento.

Hablar de chucherías nos remite a hablar de chochos, pues el término chocho es la raíz de la voz chuchería, según la autoridad de la Academia. El diccionario define chuchería como “cosa de poca importancia, pero pulida y delicada”; menciona también que es un “producto comestible menudo que los chicos consumen como golosina” (?). El chocho (o lupinus) es una leguminosa que se da en Ecuador en forma casi o semi-silvestre, la he descubierto avecinada a pequeños arroyos y a estrechos riachuelos en las tierras altas de nuestra serranía. En España lo conocen como altramuz, aunque el que yo he visto es una variedad un poco más grande.

Cuando consulto en una página de curiosidades etimológicas, descubro que la voz chocho pudiera tener raíces en el romance andalusí “sos”, que a su vez vendría del latín “salsus”, salado. Pero lo inesperado viene aquí: la página sugiere que como el altramuz se abre en dos cotiledones, “la voz ha pasado también a designar la vulva o sexo de la mujer”, “constituyendo una denominación bastante vulgar y tosca del mismo” (del órgano sexual femenino). En la parte final se habla de otro tipo de chocho, que provendría del quichua “chuchu”, semilla del “tarhui”, también una leguminosa comestible. Convenimos en preguntar si se trata de otro tipo de leguminosa u otro tipo de chocho; si se trata solo de un grano parecido, o de una mera coincidencia.

Cuando hago similar ejercicio y juego con las etimologías, descubro que cachivache estaría emparentado con cacho (cazo) y con cacharro. Pero lo que sí encuentro sugestivo y realmente interesante es la insinuación de que cachivache pudo haber tenido -si no una fuente- por lo menos un tránsito relacionado con la influencia árabe. Así se comenta que la palabra que nos ocupa y que se refiere a trastos o utensilios viejos, bien pudiera provenir del persa (llamado también farsi); pues, según el comentarista, existiría en el idioma de Irán una palabra con parecido sentido, que se pronuncia algo así como “cashih basheh”. Quizá, otra coincidencia!

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