21 febrero 2016

Mermelada de chigualcán

Hablemos de mermeladas, y de chigualcanes…

Frente al sitio donde trabajo existe una estación de servicio (“al lado, justo al lado”, como decía una tonada de los tiempos de mi juventud, que creo que la cantaba un tal Palito Ortega). Junto a esa estación de servicio (bomba de gasolina, nomás la hubiéramos llamado en esos mismos y lejanos tiempos) existe una profunda depresión o quebrada, la misma que constituye el lindero natural de los terrenos que sirven como plataforma para al nuevo aeropuerto de Quito, avecinado a la primorosa aunque desconocida aldehuela de Tababela. A veces temo que, con el pernicioso efecto que tienen los paseos vacacionales y el desaforado como travieso influjo de los vientos estivales, pudiera producirse un incendio forestal de voraces como inimaginables alcances, justo al lado de esa flamante estación de servicio.

La quebrada tiene un nombre extraño: Quebrada de los Chigualcanes; a fe mía que, aunque el nombre suena a quichua, no tiene sino algún motivo de contenido vernáculo. Pero, quién sabe, a lo mejor es una voz poco conocida, pero castiza al fin, estaba pensando yo... Y en esas estaba, tratando de averiguar si dicho término estaba reconocido en el diccionario; cuando lo inesperado sucedió, precisamente en un discreto comedor que suelo visitar en ese pueblecito de Tababela de tarde en tarde… Sucedió así, que en la mesa contigua, alguien mientras almorzaba mencionó los únicos y distintivos atributos de una nunca antes conocida, ni paladeada, mermelada, la de un fruto misterioso y nunca bien explicado: el chigualcán.

“La palabra chigualcán no está en el Diccionario”, responde a mi consulta el texto en referencia. Así que trato con chihualcán… ¡pero tampoco! Mi único recurso es la Wikipedia, en dónde se me explica que la fruta que me dijeron que abunda en el valle de Yunguilla, un lugar cercano a Calacalí, en la provincia de Pichincha, no es otra que el papayuelo o chamburo; es esa misma fruta de sabor un tanto astringente, aunque de olor muy fragante, que se utiliza especialmente para preparar unas deliciosas mermeladas. Además, y por lo que he escuchado, este papayuelo tiene un enorme valor farmacológico y medicinal.

La conocen los botánicos como “Vasconcellea pubescens” (vascocelea juvenil), se identifica como una planta nativa de Sudamérica, que posee una sabrosa fruta (ya lo dijimos); explica la enciclopedia que al igual que nuestro babaco, tiene una apariencia muy similar a la papaya. La conocen también como jigacho, toronche, chilacuán o chiluacán, y también como siglalón; siendo esta una fruta que se cultiva en los valles bajos de la serranía. Cuando vuelvo a la Wikipedia encuentro que el texto omite, por probable error, la tilde en la última “a” de chigualcán, pero esta es la forma correcta cómo pronuncia la gente de las comarcas rurales del Ecuador.

Hablar de mermeladas no me remite a los frascos o envases (jars) de las conservas de fruta tradicionales. Por un motivo que solo la psicología pudiera explicar, la memoria me retrotrae a unos recipientes metálicos y circulares, de aproximadamente quince centímetros de diámetro y cuatro de espesor, que inexorablemente siempre encontré en las confiterías del Gran Buenos Aires; allí era inevitable hacerse de algunas unidades de esas irrepetibles y nunca bien imitadas mermeladas de membrillo o de guayaba. Es probable, y lo digo en el afán de ser justo, que las mentadas conservas ni siquiera eran argentinas, quizá estaban fabricadas en el Brasil, pero lo cierto es que las recuerdo por su sabor y fragancia, inimitables e inolvidables. Fueron el postre predilecto de las reuniones de familia o de aquellas en que participaron los amigos. ¡Literalmente volaban!

Cuando busco por la traducción al inglés de babaco o chamburo, solo encuentro la palabra inglesa “quince” (que se pronuncia cuinz o qüinz), pero no se trata del mismo tipo de fruta; este “quince” anglosajón se refiere al membrillo, del que también hemos estado hablando, una fruta más parecida a la pera (y emparentada con ella) y no a la papaya, aunque sirve también para la preparación y elaboración de deliciosas mermeladas y conservas. Como las del, desde ahora muy famoso, chigualcán.

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