18 julio 2016

Un esquema fraudulento

Cuando minutos antes del crepúsculo escocés, el pasado jueves, Phil Mickelson igualó la marca de menor número de golpes en una jornada de uno de los cuatro torneos de golf más importantes en el mundo, el Open británico, pocos dudaban que había iniciado el camino para conquistar su sexto título en los reputados Majors, sino que anticipaban que la fortuna estaría haciendo justicia a este genial jugador, cuyo palmarés incluye la rara situación de haber quedado segundo en casi una docena de oportunidades. Además, estuvo a punto de convertir un tiro que se paseó por el borde mismo del hoyo. Hubiese sido el primer 62 de la historia de estas competencias!

Mickelson es una inspiración para muchos golfistas alrededor del mundo. No solo que su habilidad natural incita la emulación de seguidores y contrincantes, sino que su juego corto, el que se practica en el área cercana a la bandera en los dieciocho hoyos, es no solo muy imaginativo sino simplemente inigualable. Hay algo en la actitud natural del zurdo, no sé si es su tímida sonrisa, su parsimonioso caminar o aquella delicada sencillez que él mismo exuda, que le otorga a su apostura una espontánea simpatía en favor de su persona. En suma, y a pesar de sus cuarenta y tantos años, muchos quieren verlo siempre como único ganador.

Pero sucedió que tan temprano como en la jornada del día sábado, poco a poco se fue perfilando un insospechado contendor: el sueco Henrik Stenson. La competencia entre los dos, a partir de ahí, se puso no solo reñida y dramática sino que despertó la atención y el inusitado interés de los aficionados a este deporte. Al final de la contienda, Stenson había hecho un juego tan excepcional que Mickelson no pudo superar la formidable puntería del sueco, que nunca había tenido el privilegio de levantar el trofeo de uno de los llamados Grandes.

Stenson también, aunque transitando un diferente tipo de encrucijadas y otra suerte distinta de caminos, tampoco había sentido la protección de ciertos dioses tutelares: buena parte de sus previas y millonarias ganancias la había “invertido” en un tipo de iniciativa financiera que prometía duplicar esas ganancias en muy corto tiempo. Este tipo de inversión que desde hace casi cien años se conoce como “esquema Ponzi” no es sino una clase de promoción fraudulenta, en la que se invita a los ingenuos a apostar su dinero en base a una promesa similar a la de las llamadas pirámides o cadenas financieras (estafar a Pedro para pagar a Juan).

La victoria, por lo tanto, para el espigado y enjuto jugador sueco, fue, si se quiere, una forma de remisión, pues su ganancia pasó a representar la nada despreciable suma de un millón y medio de libras esterlinas, algo cercano a dos millones de dólares. Por lo mismo, y especialmente para quienes estuvieron enterados de su triste como lamentable predicamento, la victoria de Stenson ayudó a sobrellevar la decepción de no haber visto al zurdo levantar el ansiado trofeo, que constituye el premio más antiguo del golf profesional, tanto que en sus inicios solo se lo conocía como “el Abierto”, antes de que se instauraran otros torneos mayores.

En cuanto al esquema Ponzi, mermelada para quienes engatusan a los incautos, fue promovido en los Estados Unidos por un financista embaucador italiano de nombre Carlo Pietro Giovanni Guglielmo Tebaldo Ponzi (¿por qué será que ciertos personajes, que reciben nombres ampulosos, rimbombantes e interminables, y que dan la impresión de deambular más tarde en persecución de la fama, parecen ya desde la cuna predestinados a enfrentar este tipo de estrambóticos emprendimientos?...).

Ponzi vivió más de treinta años en los Estados Unidos, mitad de cuyo tiempo lo gastó detrás de las rejas penitenciarias. Tiempo este de un “asueto especial” que lo aprovechó para planificar nuevas y más sofisticadas formas de enriquecerse en forma fácil gracias a sus embelecos y desvergonzadas artimañas. No está claro en qué utilizó o derrochó su mal habido dinero, pero es evidente que dejó a muchos una cuestionable y horrible herencia: la de imaginar cómo hacerse millonario en base a abusar de la confianza ajena; y en respaldarse en la astuta treta, la viciosa argucia y la infame trampa.

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