07 enero 2018

De predios y depredaciones

La palabra “predio” viene del latín “praedium”, cuya etimología puede resultar controvertida o un tanto confusa. Mi traductor digital dice que la voz significa “finca”. Y digo controvertida porque, con la costumbre, que a fin de cuentas es la que convalida el significado de esos términos que conforman el lenguaje, dicho sentido parece que ha ido variando con el tiempo. Si antes quiso decir terreno o solar, hoy parece referirse a cualquier tipo de propiedad que tenga la característica de ser un inmueble (lo que no es mueble o que puede moverse). Así, en la actualidad, un predio puede ser también una casa, una oficina o un apartamento.

Es por ello que cuando hablamos de “predio rústico”, nos referimos normalmente a un terreno rural, que “queda fuera de las poblaciones (sugiere el diccionario), y que se ha dedicado a uso agrícola, pecuario o forestal
. Mal haríamos, por lo mismo, en catalogar -como predio rústico- a una casa o construcción que se encuentre fuera de las poblaciones. De acuerdo con el portal “Etimologías de Chile”, predio sería, más bien, un “término jurídico que se refiere a una propiedad con la suficiente entidad como para ser objeto de garantías económicas o cauciones”. El vocablo sería derivado de “praedis”, que significa “prenda en favor de un deudor”.

Sea lo que sea, el punto que quisiera comentar, es que hemos asistido en estos días a una situación inédita en la ciudad de Quito; se trata de una revisión excesiva y desconsiderada del monto de pago del Impuesto Predial que aportamos los habitantes de la capital. Como decíamos en días pasados, refiriéndonos a otro tema, nos ha parecido arbitrario y abusivo (aunque, en este caso particular, pudiera tener los visos de una decisión que presuma de legal). Según se conoce, el reajuste tendría una subida considerable: alrededor, en promedio, de un doscientos cincuenta por ciento (250%), cifra que excede lo que hubiese sido razonable, y que hubiese cumplido con la expectativa de buena parte de nuestra colectividad.

En el ánimo de tratar de entender las motivaciones y razonamientos de los principales directivos municipales, aunque nunca sería mi intención aquello de ejercer de “abogado del diablo” en asunto tan injusto y desproporcionado, quisiera reconocer que la ciudad vive momentos de difícil gestión edilicia, dados principalmente por la ingente construcción de su obra principal: el sistema subterráneo de transportación que aquí también se ha convenido en llamar con el nombre de Metro. Pero, el aspecto central de mi inquietud, es que este tipo de alzas y reajustes debe someterse a un proceso paulatino, poniendo como eje de consideración la capacidad adquisitiva de la población, la misma que debería tener acceso a un plan de pagos o cumplimiento que pudiera tener la característica de progresivo y gradual.

De otra parte, pudiera decirse que la generalidad de los quiteños ve sus calles mal pavimentadas, repletas de baches (léase cráteres), sus vías están descuidadas y desatendidas. Ellos reconocen que su sistema de transportación es todavía deficiente; sienten angustia y exasperación cuando comprueban la lenta y parsimoniosa movilidad del tránsito vehicular. En estos mismos días, han presenciado como la recolección adecuada de basura no ha funcionado ni con eficiencia ni tampoco con la debida puntualidad. Frente a todo ello, es sumamente difícil que vean estos ajustes con aceptación y sin renuencia.

Por tradición, tanto en Quito como en la mayoría de las principales ciudades del país, la imposición tributaria a la propiedad se ha basado siempre en un cálculo porcentual del verdadero valor comercial. De pronto, el municipio capitalino ha decidido utilizar un criterio que no va ni con esa tradición, en materia impositiva, ni con la capacidad de erogación y, sobre todo, con la posibilidad de una paulatina aceptación de nuevos valores de referencia, más aún si estos no gozan de la justificación y adecuada explicación que era de esperar.

Hay en el idioma inglés una palabra parecida a la de predio. Se trata del término “predator” que quiere decir depredador. Bien es sabido que donde existe un depredador tiene que existir una presa. Claro está que se trata de dos voces con raíces etimológicas y sentidos distintos; sin embargo, eso es lo que sienten ahora los ciudadanos, cuando no se toman las decisiones con moderación y siguiendo un adecuado proceso, que “lo toman o agarran por sorpresa”, en idéntica forma a como lo hace un saqueador, un pillastre o un bandolero…

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