03 enero 2018

Inquietudes aeroportuarias

No quisiera caer en la pretensión de llamar a esta entrada en forma similar a la que, en su columna de los días sábados, escribe en un rotativo local un distinguido economista a quien guardo particular estima. En ella él analiza, con objetiva lucidez y desde una perspectiva económico-política, la controvertida situación del país; la titula "Inquietudes nacionales". Nada, más alejado de dicha intención. Sin embargo, de cuando en vez, he de procurar hacer un breve análisis de algunos asuntos que pueden revisarse; o, he de proponer alternativas a diferentes situaciones del aeropuerto capitalino que merecen atención. Eh aquí unas pocas:

No voy a mencionar el nombre de la institución, en este caso se trata de un prestigioso banco capitalino que no está dando, en el terminal aéreo, el servicio y tratamiento al que nos ha acostumbrado. Se da, en su agencia, la incómoda y negativa situación de que únicamente se ofrece una sola ventanilla de atención para los fastidiados clientes que concurren a realizar sus retiros y depósitos. Para colmo, el servicio es interrumpido a la hora del mediodía, evidentemente por la necesidad de satisfacer el almuerzo de su única dependiente. En apariencia existe espacio suficiente para re-diseñar aquella agencia bancaria. Solo hace falta un poquitín de consideración a los mal atendidos usuarios.

Pero, habiendo mencionado la falta del sentido de atención de la institución financiera a que hago referencia, hace falta reconocer una lamentable realidad, la misma que, a más de agravar la situación comentada, no hace sino reflejar la escasa consideración que los ciudadanos en general otorgan a sus congéneres. Resulta evidente, especialmente en días de pago salarial, que quienes hacen los depósitos, han recibido el encargo de sus propios colegas de trabajo de hacer por ellos los depósitos que no están en condición de efectuar por su cuenta, con lo que la congestión se incrementa en forma desconsiderada y lamentable.

Sin embargo, la mayor limitación que hoy enfrenta el terminal aéreo capitalino -desde el punto de vista de la comodidad del usuario- es la carencia de puestos de estacionamiento cubiertos; y, más que eso, de accesos también cubiertos hacia y desde las zonas de aparcamiento, que estén en condición de proteger a los visitantes del aeropuerto de las inclemencias del clima. Si el viento y el sol ya representan incomodidades suficientes, la presencia de la lluvia torna, la visita al aeropuerto, en una experiencia desagradable. Para empezar, no se entiende cómo se planificó y diseñó un aeropuerto, que pretende tener el membrete de moderno, con una falencia de este tipo, que se ha convertido en su mayor y más desatendida inconveniencia.

Efectivamente, no solo que los administradores del aeropuerto no parecen contar con un plan para solventar este inconveniente y proporcionar tal esencial servicio, sino que no han exigido al actual concesionario las provisiones en este sentido. Son de tal naturaleza las molestias que esto causa, sobre todo a los pasajeros y acompañantes que utilizan el terminal por corto tiempo, que resulta inadmisible que no se haya exigido que el concesionario no tenga un plan para aminorar y mitigar estas potenciales molestias. Es ya evidente que la principal carencia del terminal es la de un edificio de estacionamientos de varias plantas que sea cubierto y que se conecte fácilmente con el edificio terminal.

Esta situación ha ido creando un adicional inconveniente: los sitios de parqueo quedan cada vez más lejos del edificio terminal. Esta circunstancia, a su vez, obliga a los conductores, especialmente a los que lo utilizan por tiempo reducido, a buscar pequeños rincones que, pudiendo ser adecuados o aparentes, no están oficialmente reconocidos por el concesionario como sitios de estacionamiento. Y aquí viene lo inaceptable: en lugar de que se haya instalado rótulos disuasivos o señales en este sentido, se ha implementado un sistema de multas (?) que francamente nos parece arbitrario, abusivo e ilegal. Aquello de que se impregne, en forma antojadiza, un adhesivo de pésima calidad en la mitad del parabrisas, se convierte no sólo en un castigo desmesurado, sino en un potencial e irresponsable peligro.

Con referencia a la multa mencionada, habría que ver si un concesionario, es decir un explotador privado, está realmente en condición (o si tiene la atribución) de establecer multas pecuniarias que parecen haberse convertido en una estrategia comercial manejada como si se tratase de un adicional objetivo. Pienso que en lugar de estar patrullando el aeropuerto para aplicar una calcomanía de pésima calidad, bien haría la empresa contratista en instalar una caseta para pago en efectivo, que mucha falta hace en la zona de egreso de aquel mal protegido estacionamiento.

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