10 enero 2015

Nuevas inquisiciones

"El mundo, desgraciadamente es real;
yo, desgraciadamente, soy Borges"

Mi padre debe haber estado cumpliendo con los cristianos ritos de su Primera Comunión para cuando Jorge Luis Borges publicó sus primeras "Inquisiciones"; y debe haber estado atareado con mi propio bautizo para cuando el ciego escritor argentino público sus segundas, a las cuales dio en llamar "Otras Inquisiciones". Ese fue tal vez el primer texto de Borges que recuerdo haber leído; pero, por esas razones con las que suele confundirnos la memoria, yo siempre lo recordaré con un título distinto, como "Nuevas" Inquisiciones.

Empero, las inquisiciones de Borges sólo tenían que ver con sus meditaciones acerca del tiempo y la eternidad, los laberintos ontológicos, la desmitificación de ciertos valores a través de la ironía; es decir, tenían que ver con la primera acepción con que define el diccionario (acción y efecto de inquirir) la palabra inquisición. Nada tenían que ver con "la otra" Inquisición, aquella que mi ordenador se resiste a escribir sin mayúscula, esa que hiciera infamemente famoso a Tomás de Torquemada y que es parte de un vergonzante capítulo de la Iglesia Católica y, por qué no decirlo, de la civilización occidental. La Inquisición representa un siniestro período que mejor debería esconderse bajo la alfombra del olvido.

O tal vez no. Porque todo lo que ocurre en estos últimos tiempos con el fundamentalismo islámico no es sino una reedición de lo que alguna vez los católicos propiciamos y defendimos. Lo que no queremos es reconocer que esa obsesión con la fe, esa actitud maniquea e intolerante, ajena al más puro sentimiento cristiano y religioso, nos definió como congregación por un lapso importante de tiempo, y se supo manifestar con métodos inhumanos y aberrantes que hoy en día no nos podemos explicar cómo fue posible tanta inquina y, sobre todo, tanta imaginativa crueldad!

Porque el ímpetu y celo musulmán es algo más de medio milenio más joven que el cristianismo (no está por demás recordar que el cristianismo como organización no nace con el episodio del Gólgota, sino un par de siglos más tarde). Lo que quiero insinuar es que lo que le está pasando a un sector importante de aquella otra religión monoteísta es exactamente lo mismo que nos sucedió como religión hace tan pocos siglos. Exactamente lo mismo, una vorágine desenfrenada de odio, fanatismo y perversidad. Y todo, en nombre de Dios y la religión... Vale preguntarse, jugando un poco con las palabras, si esa Inquisición no fue una consecuencia de la estulticia, de la ausencia de reflexión, de la falta de una serena y sana "inquisición"?

Es imposible, cuando recordamos esta postrera palabra, no pensar en artilugios de tortura, en mazmorras y calabozos, en quema de brujas, en procesos amañados, en tribunales especiales conformados por oscuros personajes que nada tenían de verdaderos "eclesiásticos". ¿Cómo fue posible, nos preguntamos pasados los años, que cediéramos a tan absurdo grado de confusión, a tan execrable grado de perfidia y de maldad? Si para Borges las inquisiciones tenían relación con sus cavilaciones y el laberinto de los sueños, las inquisiciones que fueron propiciadas por el falso sentimiento religioso solo caben en el satánico terreno de la pesadilla.

Pero, quién sabe, estas aberraciones quizá sólo forman parte de un necesario proceso. Es probable que estas cotas que, de tiempo en tiempo, van alcanzando la intolerancia y el fanatismo no sean sino parte de un trámite de depuración para que, poco a poco, los humanos -de cualquier creencia, religión o secta que hayamos escogido (o nos hicieran escoger)- nos vayamos dando cuenta de en qué mismo consiste, o debe consistir, el auténtico sentido de la religión; en cuales mismo son los limites y condiciones que exige la libertad de "creer". Si esas han sido las ideas y creencias en el pasado y nos siguen haciendo "inquirir" en sus métodos y validez, es quizá hora de preguntarnos: y todo eso, para qué?

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