16 enero 2015

Por mor de aquello

“Existen límites, más allá de los cuales debería refrenarse la estupidez”. Heinrich Böll: “Opiniones de un payaso.”

Sólo hay una cosa que me molesta más que una mala redacción: la indolencia de los que lo hacen mal frente a los reparos que, respecto a su trabajo, les hace la gente. Es como si un tipo descachalandrado, fachoso y desaliñado se jactara frente a los demás de la mala imagen que proyecta su descuidada estampa. Esto es lo que hace poco sentí cuando fui a cuestionar a un funcionario respecto a lo confusa y contradictoria que resultaba la redacción que había hecho de un determinado documento. En él las reglas de la concordancia habían desaparecido, la sintaxis destacaba por su penosa ausencia. "Es mejor bueno que perfecto", me replicó...

"Me formé en un oficio en el que hay que tratar de hacer las cosas en forma perfecta, porque si no, uno se mata", le respondí. "Puede que tenga razón -continuó-, pero las palabras son sólo asuntos de forma, no de fondo, y una mala redacción por sí misma no invalida un documento"…

Pensé entonces en mis clases de primaria, en las múltiples tareas que me enseñaron a ser más prolijo con las palabras y con las frases; recordé a mis esforzados profesores y los comparé con ese viejecito que de tarde en tarde viene a casa a cuidar nuestro jardín, y que pone todo su empeño en arreglar las flores y atender el pasto. Pensé en aquellos lustrabotas de las calles de Corea, en todas esas personas que procuran hacer un trabajo perfecto, como buscando la excelencia. "Mejor bueno que perfecto", pensé... ¡Como para excusa de los imbéciles! Quizá esa y no otra sea la verdadera razón del subdesarrollo, la torpe mediocridad, y no aquella otra manida proclama de la desigualdad de oportunidades entre los hombres (y las mujeres, como se estila hoy en día, con esa absurda e innecesaria costumbre, saturada de fea cacofonía).

Pero, bien pensado, quien no quiere hacer las cosas bien, tiene excusas para todo; o, como dicen por ahí: "para todo hay excusa". Hoy mismo, feroz es el debate frente a lo que sin pensar, o meditar con profundidad, se denomina "libertad de expresión", concepto que no siempre refleja el correcto sentido que frente a esta forma de facultad o prerrogativa tenemos los seres humanos. La libertad, como tal, no es un privilegio sin limites; su ejercicio siempre está limitado por la libertad de los demás. Uno puede decir o expresar su pensamiento de la manera más libre que sea posible, pero teniendo en cuenta que al hacerlo no puede insultar a las demás personas. La libertad, en este sentido, debe atender a unas normas y a las buenas costumbres.

Aquí, desgraciadamente, podemos caer en un punto subjetivo: aquél de que lo que constituye un insulto para unos, para otros puede ser considerado como algo normal… Ese es el problema con el humor justamente, que siendo por naturaleza irreverente, cae con frecuencia en la actitud burlona que puede ofender a quienes pretende criticar. Esta es la parte difícil: tener la sabiduría de fastidiar sin ofender, de burlarse sin insultar. De nuevo, esto es por lástima algo muy difícil de satisfacer y de administrar, en especial cuando se trata de credos y de creencias religiosas.

La idea central, en este punto, es la de que el respeto a la opinión ajena no nos debe eximir de manifestar nuestras ideas y nuestra forma de pensar; mas, al mismo tiempo, debemos estar conscientes que cuando expresamos con vehemencia nuestras ideas, no estamos autorizados a caer en el insulto que espolea la reacción desproporcionada de los otros. Pero, esa reacción jamás puede justificarse cuando involucra el crimen; y en especial, la falta de respeto a la vida de los demás.

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