12 diciembre 2016

"Pepe's galley" en el recuerdo

El hombre se llamaba José y, claro, todo el mundo lo conocía como Pepe, que resulta ser el hipocorístico de uno de los nombres más populares que existen en el castellano. Era él, este inolvidable Pepe, el ufano y orgulloso propietario de un bien montado café y restaurante que estaba avecinado a un inquieto boliche que habían instalado junto al hotel donde nos alojaban en la estación de Los Ángeles. Este Pepe era un orondo y parlanchín inmigrante mejicano que había bautizado a su negocio como "Pepe's galley" o, si se quiere,"La cocina de Pepe".

Aquí, es importante insertar una breve digresión: Galley es una palabra inglesa que no tiene exacta traducción en nuestro idioma; sí, no la tiene, galley quiere decir galera (igual que esas naves que utilizaban corsarios y piratas), pero también es un término para identificar a la estación de servicio donde se encuentran los hornos y donde se preparan las comidas en los barcos y en los aviones. Allí es donde se almacena y se calienta la comida antes de servirla.

A veces los tripulantes preferimos hablar de "los hornos" cuando nos referimos a aquellos galleys, y así llamamos a la estación donde desempeñan parte de sus tareas y funciones aquellos otros tripulantes que están encargados de atender a los pasajeros. ¿Quién anda en los hornos de adelante?, decimos por ejemplo, es nuestra manera de ubicar en qué zona se encuentra uno de los miembros de la tripulación. Aunque lo decimos en sentido coloquial, únicamente.

De vuelta a lo que queríamos comentar:

Fue así como, cuando volábamos a Los Ángeles y debíamos soportar aquellas prolongadas estadías cuando permanecíamos en California -las mismas que duraban hasta cinco días interminables-, que habíamos establecido la pantagruélica costumbre de ir a tomar nuestros nada frugales desayunos -eran verdaderos almuerzos- por lo general en el lugar del opulento Pepe. Por ello conveníamos, casi siempre, en reunirnos en el café del extrovertido propietario.

Allá íbamos nueve de cada diez ocasiones, esa era nuestra inamovible costumbre: ir a lo de Pepe. Y, claro, muy bien educados, y mejor portados, como éramos nosotros, los aviadores de "la que en vida fue", nuestra querida y nunca olvidada Ecuatoriana de Aviación, con esa suerte de superávit de confianza que cuando salíamos de casa de golpe asumíamos, que entrábamos en aquel lugar y procedíamos a saludar a su dueño. Cuando se iniciaba el breve intercambio, utilizábamos el acostumbrado "¿cómo le va, Pepe?"; a lo que él siempre contestaba en forma inalterable: "Pos aquí, como usted ve. Vendiendo "hamburguers" que es un contento!"

Ayer nomás he recordado al industrioso José y, claro, a esos opíparos desayuno-almuerzos que preparaba en su cocina, culpables aquellos del inicio de mi ya irreversible deformación abdominal. Sobre todo, he recordado su invariable forma de responder a nuestro saludo, y he descubierto, aunque un poco tarde, qué mismo quiere decir aquello de "vender hamburguers que es un contento" (él pronunciaba el sustantivo como "jamberguer", lo hacía con ese acento del latino residente que sabe valorar sus logros y alardear de sus méritos, no faltaba más), y he comprendido que no se refería a la repetición de una tarea hasta llegar al tedio intolerable de hacer lo mismo y lo mismo, me he dado cuenta que expresaba la satisfacción de hacer algo hasta sentir la dicha, hasta sentir esa sensación que produce la compensación del esfuerzo.

Este pasado fin de semana me había propuesto darle una mano a mi segundo hijo, Sebastián, quien se había comprometido con un pequeño y esforzado emprendimiento. Ahora sé, y en forma literal, qué es aquello tan gratificante de vender hamburguesas hasta saciarse, y sentir, como el recordado Pepe, qué mismo es eso de "vender 'jamberguers' que es un contento!"

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario