05 diciembre 2016

Entre la tragedia y la gloria

Es quizá una herencia misional, pero el Estado se ha quedado con un nombre que parece más bien apropiado para apellidar a un monasterio: Santa Caterina le dicen y es, a excepción de su vecino, Campo Grande do Sul, la entidad política más meridional del país más grande que existe en Sudamérica. El Estado mismo parece una cuña enclavada entre Paraná y el mencionado Campo Grande do Sul. Su capital es una ciudad insular, Florianápolis, que antiguamente se conocía como Nuestra Señora del Destierro y cuyo nombre hace honor al Mariscal Floriano Peixoto, el segundo presidente que tuvo Brasil.

Hacia el lado occidental del Estado, aquel que limita con ese cuerno que dibuja el mapa de Argentina, existe un pequeño municipio cuya capital es la industriosa ciudad de Chapecó. Su población alcanza tal vez a un tercio del de la capital del Departamento; su gente, como sucede con la afición deportiva de todo el Brasil, había ido fortaleciendo el entusiasmo porque su equipo de fútbol, que no hace mucho había escalado a primera división, consiguiera algo sólo reservado para los equipos llamados grandes en su país: obtener un título continental.

Era este el caso típico del conjunto de una ciudad pequeña de provincia que consigue lo inesperado e impensable: representar a su país en un certamen internacional. Esta hazaña había gozado del respaldo y simpatía no sólo de los aficionados de su pequeña ciudad, no se diga de todo el Brasil, sino también de todo el continente. Algo parecido había acontecido en el Ecuador, con un equipo de Sangolquí, el humilde Independiente del Valle. Pero tal parece que a veces la gloria camina en la cornisa misma de la desgracia... Esa es la terrible ironía que esconde la fortuna -la mala fortuna-, esa es la fuerza que suele tener el destino.

Y, como en la mayoría de los tristes y lamentables accidentes aéreos, tuvieron que juntarse una serie de errores y fatídicas circunstancias para que toda la ilusión de un grupo de deportistas, y la expectativa de todo un pueblo, terminara en un insólito accidente, uno que nunca debió ocurrir, uno que era evitable, hasta que se produjo una conjunción de equivocaciones e irregularidades. Así es como ocurren las tragedias; LaMia había sido una diminuta "aerolínea" (nunca, como en el caso, es tan inadecuado que se use este sustantivo) que no había satisfecho los requisitos de certificación en su nativa Venezuela.

No todos los aviones sirven para lo mismo, unos se utilizan para un cierto tipo de ruta, otros para una cierta capacidad de pasajeros. Así surgen conceptos como el de rango o autonomía. Los aviones de LaMia estaban diseñados para ser utilizados en rutas cortas, de reducida autonomía (el BAe-146 era justamente un avión jet cuatrimotor designado como RJ, lo que lo identificaba como un jet regional), es decir diseñado para cumplir rutas de dos o tres horas de duración.

¿Quiere decir que el avión no estaba calificado para volar entre Santa Cruz de la Sierra y Medellín? No, sino que la aeronave no estaba en capacidad de hacerlo directamente. No tenía la autonomía; debía utilizar escalas intermedias para poder abastecerse adecuadamente. Esto, por lástima, tenía una implicación: más tiempo de operación. La empresa conocía que esto hacía al vuelo menos atractivo desde el punto de vista comercial y, además, que un aterrizaje adicional encarecía la operación: hacía al vuelo menos rentable. La solución, por lo mismo, era efectuar el vuelo sin tener que hacer una escala intermedia de re-abastecimiento; salir de todos modos, y si más tarde el combustible lucía exiguo o insuficiente, se aterrizaba en forma no programada.

Parece que el consumo real no se fue acomodando a esta expectativa. Pero, por lástima, el piloto (que también era uno de los propietarios de la compañía) se habría acostumbrado a jugar con fuego. Las vicisitudes económicas de la empresa aérea lo habrían acostumbrado a caminar por el filo de esa cornisa... Su gran error fue no comunicar a tiempo su precaria condición de combustible y, al parecer, se opuso a que su bisoño y poco asertivo copiloto, advirtiese al control de tránsito de su riesgoso predicamento. Nunca comunicó en términos claros su peligrosa situación; no declaró oportunamente su crítica emergencia.

El mundo sabe ya lo que pasó y quizá resulte improductivo analizar el "por qué" de lo que ocurrió. Lo que ahora realmente importa es insistir en cómo evitar que vuelvan a lamentarse estos ridículos accidentes, estas estúpidas tragedias.

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