26 noviembre 2016

El sonido del silencio

La eventual pérdida del oído, como sucede con los demás deterioros fisiológicos, acaece casi siempre en forma gradual, pero su aparecimiento inicial se presenta de un modo tenue y sutil; así, esos síntomas se van presentando casi inadvertidamente. Esto acontece del mismo modo que se presentan otras condiciones y achaques; así se exhiben los síntomas iniciales de las deformaciones de las articulaciones, por ejemplo, o de las deficiencias del músculo óptico, o esto sucede con el deterioro de la visión. Siempre existe un primer día, lo que pasa es que ese primer síntoma casi siempre es subestimado como si fuese algo temporal y pasajero.

Mas, existe un umbral cronológico, cruzado el cual ya existe la presunción, casi el secreto convencimiento, de que cualquier nueva molestia no va a desaparecer en pocos días, sino que ya se constituye en el pregón, en el ominoso heraldo, en el anticipo y vaticinio, de que habría empezado a incordiarnos una nueva molestia, una nueva enfermedad. Aquella incómoda y frecuente sensación de que algún corpúsculo se nos ha introducido en el ojo, o aquella otra molestia bajo el omóplato que insiste en querernos fastidiar... ellas nos hacen saber que ya nos ha visitado un nuevo achaque, que un nuevo inquilino ha aparecido con la insana intención de quererse quedar. Es el carácter inequívoco que suelen tener estos callados mensajes.

¿Será que se trata de un asunto de diseño? Cuando yo aún no cumplía la veintena, los médicos decidieron extirparme las amígdalas, glándula que nunca supieron explicarme cuál mismo era, no sólo su beneficio, sino ante todo su objeto y utilidad. Algo parecido sucede con el apéndice, adminículo que, por lo que he escuchado, es necesario extirparlo a quienes ofician actividades en ultramar -sí, sin importar que el mismo se encuentre o no en buen estado-, por la sola remota posibilidad de que se infecte o inflame y pueda ser imposible el que sea extirpado con la correspondiente oportunidad.

Más preocupante que tener una nueva enfermedad, es el caso de quienes "nos auto-convencemos" que quizá hemos sido afectados por una nueva dolencia. La mente humana, como es sabido, tiene sus caprichos; y la creencia de que "algo pueda estarnos pasando" nos afecta aun en el caso de que la hipocondría no sea nuestra más característica debilidad y estemos preocupados en forma constante por el buen estado de nuestra salud.

Hago todo este largo preámbulo para comentar que de pronto, sin que medie ningún otro antecedente, el otro día empecé a preocuparme con la idea de que -tal vez, quizá, parece que, probablemente- había empezado a quedarme sordo... Sí, todo parecía indicar que el síntoma que se me había presentado era un claro preludio de que había empezado a perder la audición.

Sucede que iba manejando, subiendo por la autopista, y de golpe empecé a percibir un muy leve ruidito; el mismo era similar al que se escucha cuando una estación de radio ha perdido su señal y sólo recibimos aquel leve rumor, metálico e impreciso. Pero, sucede que la radio no estaba encendida... Procuré asegurarme, entonces, de que todas las ventanas estaban debidamente cerradas; mas, el ruido continuaba. El sonido tampoco provenía del sistema de aire acondicionado. Como he indicado, era un sonido metálico, parecido al de un neumático cuando se desinfla o al de una línea expuesta con flujo de agua. Así que, nada...

A pesar de no percibir ninguna reacción anormal, paré el vehículo, inspeccioné los neumáticos y comprobé que no existía fuga de aire en las llantas. A estas alturas el ruido se había hecho más claro y continuo y la fastidiosa bulla continuaba. Por demás está comentar que inclusive opté por apagar el motor, pero igual el ruido no amainaba. Decidí taparme ambos oídos, pero así y todo, el maldito ruido persistía, como si nada!

He ido a consultar al otorrinonaringólogo (creo que es la palabra más larga que se pueda escribir en español, después de súpercalifragilisticoespialidoso) y el médico dice que no se trata de “tinnitus” ni de ninguna de esas enfermedades medio aristocráticas. Que mi audición es buena para mi edad (sólo una leve deficiencia propia de mi condición de "adulto mayor"); que lo que sucede es que tengo la mala costumbre de utilizar palillos con algodón -los llamados "cotonetes"-. Me ha explicado que al hurgarse los oídos con esos artilugios, el cerumen se va depositando en el fondo del pabellón y produce un efecto de caja de resonancia. Nada más. Eso era todo.

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