07 noviembre 2016

Oficialmente, de amarillas

Creo haber comentado que estuve leyendo a Haruki Murakami. Me ha pasado lo que había previsto: no he podido ceder a la tentación de buscar otro libro del mismo autor y he iniciado su lectura. Antes fue "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo" y hoy estoy embebido en la lectura de "La caza del carnero salvaje". Muchas veces se me convierte en una obsesión aquello de descubrir la razón o motivo que tiene un escritor para dar un título a sus obras, aunque no siempre consigo ese elusivo objetivo.

Todavía no estoy seguro que Murakami ha satisfecho mi expectativa. He leído por ahí que su manera de escribir es una forma de realismo mágico a la japonesa. Me había encantado el primer tercio de la "Crónica”; pero siento que luego la trama como que perdió su enfoque, o es posible que el ritmo de la narración haya cambiado. Tuve esa rara sensación de que en alguna parte me salté alguna página o, quién sabe, quizá sucedió que en algún episodio me venció la duermevela y no me percaté de que estaba pasando por alto algo esencial y sobremanera importante. A veces nos sucede...

En cuanto a "La cacería del carnero", también voy ya por la tercera parte. Admito que me he dejado influenciar por una advertencia contenida en el prólogo. Este culmina con un equívoco comentario relacionado con un mítico animal: “Un carnero que —dice la leyenda— se apoderó de Gengis Khan y que tal vez no sea más que la encarnación del poder absoluto". Así transijo ante la curiosidad e inicio una búsqueda en la enciclopedia de la relación entre aquel poder absoluto y dicho carnero; no obstante, esa investigación no tuvo éxito ni me llevó a ninguna parte.

Mi búsqueda coincidió, sin embargo, con mi primera semana como flamante portador del poco estimulante membretillo de "adulto mayor" o "ciudadano de la tercera edad", solo para caer en cuenta que el caudillo tártaro tenía conmigo algo en común, tal vez más importante que haber merodeado en forma renuente las áridas planicies de Mongolia. Gengis había suspendido sus incesantes correrías a la misma edad que hoy me identifica: 65 años, la edad que, según cuenta la Historia, el Gran Khan habría fallecido. Lo que sigue obtuve de mi inexperta y poco sistemática indagación:

Su nombre era Temujín, pero le decían Gengis Khan. Debería pronunciarse sin hacer sonar la K; así, como quien absorbe la jota: Han. Tenía cuarenta y cuatro años cuando asumió el trono de los mongoles. Khan querría decir rey o, mejor todavía y más propiamente, rey de reyes. Nació en la segunda mitad del siglo XII. Supo mantenerse en el poder por largos veintiún años, hasta la interesante edad de sesenta y cinco, cuando por fin dejaron de aplicarle el pico y placa, no debía pagar tarifa en los estacionamientos municipales, pasó a hacer uso de la fila especial en los bancos reservada para gente conocida con ese feo eufemismo que distingue a los "adultos mayores" y pudo incluso hacerse acreedor a un descuento especial en los pasajes aéreos...

Habría nacido cerca de Ulaan Bataar, la actual capital de Mongolia, aunque es probable que la ciudad más importante de su imperio haya sido la mítica Samarkanda, ubicada a su vez en las cercanías de un lugar famoso por la fabricación de “kilims” y de alfombras multicolores, una ciudad intensa y misteriosa, fascinante e inescrutable, la industriosa Bukhara. Gengis Khan había creado un régimen caracterizado por la masacre indiscriminada de los pueblos sojuzgados, el saqueo violento y el genocidio, aunque la historia de la civilización le debe haber comunicado al Asia con el mundo árabe y conectado a Oriente con Europa a través del impulso de la ruta de la seda.

Esto es lo que pude averiguar de este guerrero formidable. Sus sanguinarias e impredecibles correrías habrían impulsado a los chinos a reanudar la construcción de la Gran Muralla. Gran aparte de lo que sabemos de Gengis Khan lo debemos a un viajero veneciano: el enigmático Marco Polo. No puedo olvidar que uno de mis amigos tuvo alguna vez la poco frecuente oportunidad de recorrer la ruta de la seda. Él cuenta en la relación de su viajera experiencia que en un lugar muy apartado, en la mitad de ninguna parte, pudo observar una extraña competencia: tratábase de algo similar al polo moderno, pero que en lugar de utilizar una pelota como herramienta para esa contienda, usaba la cabeza de una oveja...

En cuanto al caprichoso guarismo que hoy me ocupa (65), y en lo que a mí corresponde, solo quisiera comentar que este ha pasado a otorgarme un caprichoso privilegio: puedo, a partir de esta semana, jugar al golf realizando mis lanzamientos utilizando bochas doradas o amarillas. Sí, soy desde ahora un golfista "senior". Se me hace inevitable recordar que en nuestro deporte no nos referimos a las bolas usadas como que fueran viejas. Nos referimos a ellas como "bolas con experiencia". Bienvenido a la edad de los eufemismos!

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