09 noviembre 2016

Se nos adelantó el invierno...

El triunfo electoral de Donald Trump en los Estados Unidos no solo es una victoria política sin precedentes en la historia americana, sino que muy pocos se lo esperaban. Es más, creo que muy pocos atinan a dar una satisfactoria lectura para una situación tan inexplicable como contundente. Para muchos ha constituido un balde de agua fría, realmente una tormenta de invierno ocurrida fuera de estación, una tormenta que se adelantó a la temporada.

A primera vista, la ganancia de Trump se explica como una respuesta poco meditada y visceral, es la respuesta del prejuicio y del resentimiento. Esto no tiene nada de extraño; al fin y al cabo a eso apuntaba la campaña del líder republicano. Su mérito, hay que reconocerlo, fue que supo canalizar la ira y frustración de quienes no se sintieron sintonizados -y menos identificados- con las élites políticas, con el llamado "establishment". Trump supo identificar a Washington con la hipocresía y la corrupción; mucha gente creyó en su mensaje y -esto es lo importante- votó por él muy a pesar de que estaba convencida de que el magnate pudiera no estar debidamente calificado para desempeñarse como presidente. Inclusive, muy a pesar de creer que no terminaría haciendo lo que había amenazado que se proponía cumplir.

Lo que los "expertos" no tomaron en cuenta fue la reacción de lo que podría reconocerse como la América "profunda", los estratos subyacentes, los sectores rurales y más conservadores de la sociedad americana. Desde este punto de vista, resulta significativo que justamente hayan sido los Estados del centro, del interior de los Estados Unidos, los que se hayan pronunciado mayoritariamente en favor del candidato republicano. Particularmente ha sido importante el apoyo que ha recibido en los estados del llamado Midwest, preocupados por las políticas proteccionistas que pudieron haber debilitado la supremacía americana a lo largo de los últimos veinte años. Reflejan, además, la respuesta de la gente a la decadencia industrial americana.

El impensado resultado hace meditar en un tipo de rechazo concentrado principalmente en las áreas suburbanas; es la respuesta de toda esa gente que quiso rechazar el orden establecido, que veía a los Clinton como una suerte de pareja real; que no había encontrado una explicación a la pérdida de liderazgo comercial y económico que percibía que había venido afectando en forma paulatina a los Estados Unidos. Este es el núcleo del voto conservador y rural que ya se había expresado en las primarias demócratas en apoyo a Sanders, asunto que no fue debidamente interpretado y atendido por los directores de la campaña de Hillary Clinton.

Todo esto debe llevarnos a reflexionar en si las huestes de la candidata demócrata no se dejaron confundir por un exceso de confianza. Si esto sucedió, no sería ocioso averiguar qué fue lo que pasó. ¿Por qué los blancos que votaron por un afro-americano no quisieron hacerlo ahora por una mujer?

Para empezar, el apoyo racial que obtuvo Obama, en su momento, parece no haberse hecho presente. Tampoco el respaldo latino hacia Clinton tuvo la fuerza esperada; al contrario, existe la sospecha de que hubo un sector entre los hispano-hablantes que disimularon su preferencia electoral, y esto tuvo el efecto de un voto vergonzante. Da la impresión que los estrategas de Clinton no cayeron en cuenta de la formidable columna vertebral que reforzaba la campaña republicana: el respaldo para los aspirantes al Senado y al Congreso que iba a acarrear consigo un inusitado apoyo para su candidato.

Parte del motivo para la derrota tuvo que ver con haber subestimado el sistema electoral pues no bastaba con conseguir el voto popular; los estrategas de la campaña de Clinton no dieron suficiente importancia a reforzar el respaldo de ciertos Estados que, al final del día, habrían de convertirse en cuotas de respaldo en el Colegio Electoral. A estas alturas pudiera hablarse de un "empate técnico" en el voto popular (consuelo de tontos) lo cual denuncia el error estratégico de los demócratas basado en su exceso de confianza. Claramente, una vez más, no se dio la debida importancia al sistema electoral, en particular en aquellos Estados clave.

La impresión final es la de que los demócratas no refrescaron ni supieron vender su producto, se contentaron con decir que Trump no era suficientemente bueno, que no estaba preparado. No reconocieron a tiempo que Trump era un buen candidato. Ahora falta ver si el empresario será y se comportará como un buen Presidente.

Mientras tanto, nos ha quedado la fría sensación de que el invierno se había adelantado...

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