14 noviembre 2016

Resiliencia y adversidad

No digo que antes no existían, pero creo que hay términos que antes no se usaban o que, si se lo hacía, antes se utilizaban con menor intensidad. Es el caso de voces como empatía, sinergia, resiliencia o ralentizar. El caso de las dos últimas puede resultar paradigmático pues inclusive ciertos correctores ortográficos parecería que algunas veces no los quieren aceptar...

Con palabras como resiliencia resulta curioso que no nos habrían llegado directamente del latín sino a través de una lengua diferente, un idioma sustituto, en forma indirecta. En efecto, si se consulta el diccionario, se colige que su etimología es latina y que el significado implicaría saltar hacia atrás, rebotar y replegarse. Cuando escucho resiliencia pienso enseguida en una reacción humana que implica perseverancia, resistencia, recuperación, valor, empecinamiento, fe. En suma, valores con los que algunos individuos reaccionan ante la adversidad. Es que eso es la resiliencia, la capacidad para reaccionar ante a un elemento perturbador o adverso.

Porque no puede haber resiliencia, o manera de medirla, si no existe adversidad. Un individuo no se prueba, no puede hacerlo, si el infortunio no lo enfrenta al fracaso comercial, la quiebra financiera, el ostracismo político, las tragedias familiares o esos inesperados vericuetos y meandros con que a veces suelen obstinarse la enfermedad o las desgracias naturales. Ni se diga de los acontecimientos súbitos e inesperados que por algo llamamos accidentes.

Chapeau! Me saco el sombrero frente a la resiliencia de los que sufren, de los que enfrentan la mala fortuna financiera, los quebrantos de salud o la persecución política. En ellos, todos los valores que apreciamos y admiramos se hacen presentes. Ellos luchan contra la incomprensión y el rechazo social, enfrentan con paciencia la maledicencia y la interpretación antojadiza de su situación; saben que su vida es muchas veces, tiene que ser, un heroico acto de renovación de propósitos y de constancia, una forma de renovar su fe, de insistir en su colosal esfuerzo.

Me inspira en lo personal, y me incita a la emulación, el caso de amigos que han enfrentado el infortunio, que han enfrentado fracasos financieros suficientes para sumirlos en el desánimo y la depresión, pero que han sabido dar la cara a su precaria situación, manejar con resistencia las secuelas de su fracaso y empeñarse nuevamente en insistir con un una nueva iniciativa o un revisado esfuerzo. Ellos han sufrido el reclamo y la desconfianza ajenas, han sentido el recelo y el abandono de sus amigos y conocidos, pero han sabido respaldarse en su familias y en su capacidad y han sabido salir adelante con imaginación, perseverancia y sacrificado empeño.

¿Qué hace a estos individuos "rebotar" de sus predicamentos? ¿Qué los hace resilientes, a más de poseer un especial temple y temperamento? Es probable que sea el convencimiento del futuro éxito de su insistente obsesión, la firme persuasión de que su intención será favorecida por la fuerza de su verdad, la confianza de que si mantienen el esfuerzo para procurar su ansiada recuperación han de conseguir el resultado que recompensará su empecinamiento.

La vida es para muchos, quizá para la mayoría, el desarrollo previsto de una repetida rutina; pero hay unos pocos individuos metódicos, disciplinados y valientes que deciden hacerse del timón o de las riendas y se proponen ser los conductores de su propio destino. No les arredra el fracaso, la enfermedad o la fortuna adversa, creen en su propia capacidad, confían en su formidable imaginación, saben que la vida es una empresa en la que no siempre debe esperarse dicha y felicidad, están convencidos de que hay mayor satisfacción en saberse levantar, en intentar una vez más y en hallar realización en la renuente insistencia de su porfiado intento.

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