12 noviembre 2016

Accidentes en el Cayambe

Siento un incómodo escrúpulo (voz latina que pudiera significar "tener piedrecillas en el zapato") a la hora de publicar determinados comentarios que ocasionalmente recibo, en relación con lo que aquí he escrito. Se refieren a solicitudes, respecto a temas acerca de los cuales se quisiera que exprese mi punto de vista. Confieso que a veces no lo hago, para evitar inconvenientes discriminaciones. Esto pudiera tener una lamentable, y nada recíproca, desventaja: que no me permite continuar el intercambio epistolar que pudo haber sido iniciado por uno de mis propios lectores; quienes -por lo general- utilizan seudónimos, lo cual no permite responder debidamente a sus inquietudes o atender a tales solicitudes particulares.

Una de mis lectoras me ha comentado en forma reciente, que yo debería tener conocimiento de lo que sucedió en un accidente aéreo acaecido en el volcán Cayambe y me he visto en la obligación moral de responder a su postergada inquietud, no sólo por tratarse de alguien que me ha dispensado la generosidad de su atención, sino porque con harta probabilidad ella forma también parte de ese confundido y desgraciado colectivo -la verdad que constituye un inaudito y populoso gremio- de los nunca bien informados deudos de todos aquellos pasajeros que han desaparecido, o perecido, en los accidentes de aviación.

Tengo que agradecer a mi lectora por su confianza, pero con probabilidad no soy un experto en relación con la información adecuada, ni con las eventuales causas de ciertos accidentes. Para empezar, cabe la reflexión de que algo de oscuro y misterioso parece caracterizar siempre a lo que sucedió o pudo haber ocurrido con estas fatídicas tragedias. No puedo dejar de mencionar tampoco que por motivos circunstanciales estuve ausente del país por veinte años.

Quisiera comentar, aunque sea brevemente, que a pesar de que acumulé una experiencia que pudiera calificarse de importante, y de que me diplomé como especialista en seguridad aérea, este entrenamiento tuvo como núcleo la organización de entidades de seguridad en las aerolíneas y la prevención de accidentes. El curso que alguna vez efectué en Estocolmo se refirió solo de forma tangencial a la temática de investigación de accidentes aéreos.

Además, habría que consultar: ¿de cuál de los accidentes ocurridos en esa montaña estaríamos hablando? ¿A cuál de los que involucraron a la compañía Ecuavía, uno de los cuales intuyo que jamás apareció? Porque, según recuerdo, por lo menos otros dos accidentes acaecieron al intentar superar el paso norte de la montaña, pero no sucedieron por una colisión contra el cerro; uno de ellos fue el de un mono-motor que perdió estabilidad en una zona de mal tiempo.

Sospecho que la inquietud de mi lectora tienen que ver con uno de los accidentes que afectaron a los pequeños bi-motores conocidos como Piper Navajo. Recuerdo que uno de ellos acaeció en julio del año 1978, mientras yo efectuaba mi transición para comandante del Boeing 707. En esos mismos días Ecuatoriana había contratado a un nuevo grupo -toda una promoción- de diez nuevos primeros oficiales. Uno de esos copilotos, que como recuerdo tenía origen colombiano, había sido requerido por Ecuavía para que se desempeñara ese día como copiloto del avión que terminaría siniestrado en la montaña.

Si conjeturo correctamente, creo que conocí en forma personal al comandante. Había sido designado por la autoridad aeronáutica para que efectuara el chequeo para mi habilitación por instrumentos. En esos días no se hacía hincapié en la navegación con las facilidades aéreas, para orientación y aproximación en mal tiempo, sino más bien en el uso de unas secuencias de ascensos, descensos y virajes coordinados (los patrones A y B) cuya pro-eficiencia determinaba el grado de pericia en vuelo en condiciones no visuales.

Irónicamente, esto de utilizar en forma inadecuada los instrumentos del avión para orientarse pudo haber sido el motivo principal para que sucediera el accidente. La causa más probable es que se hubiera "instrumentado" en forma poco prolija, sin utilizar las referencias correctas para confirmar la ubicación exacta de la aeronave. Esto, sin considerar otra probabilidad: una inesperada falla mecánica que no les permitió a los pilotos mantener una altura mínima de seguridad y quizá, ni siquiera, el control del aparato. En ese accidente perdió la vida, como pasajero, un apreciado amigo. Qué casualidad tan lamentable!

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