10 junio 2018

Cabina estéril

Hay un concepto, más bien una norma de conducta, que se utiliza en aviación desde que se aplican, en su ejercicio, criterios relacionados con lo que se ha dado en llamar “factores humanos”; lo cual no es otra cosa que el análisis del efecto que tienen, en incidentes como accidentes, tanto el comportamiento de las personas como la cultura organizacional. Me refiero a la “cabina estéril”.

Por este motivo, se ha ido aplicando, cada vez con mayor insistencia, un protocolo que procura evitar interrupciones en la cabina de mando, relacionadas con las comunicaciones y, sobre todo, con las conversaciones y otras formas de distracción. En base a ese protocolo, se exige a las tripulaciones aéreas abstenerse de toda forma de comunicación, o distracción, que no esté relacionada con el vuelo, y particularmente con la seguridad aérea, durante las fases críticas de la operación. Esto es: desde que se inicia el carreteo o remolque, antes del despegue, hasta que la aeronave ha alcanzado 10.000 pies sobre la pista (en el ascenso), por una parte; y desde que el avión desciende a través de 10.000 pies sobre la pista, hasta que deja de moverse por sus propios medios, en las maniobras de aproximación y aterrizaje, por otro lado.

Es probable que no exista un procedimiento similar en ninguna otra actividad humana o en ninguna otra profesión u oficio. Hace algo más de un año fui huésped del quirófano y, debido al tipo de anestesia que fui aplicado, estuve consciente del desarrollo y desenlace de la cirugía durante casi todo el tiempo (el tipo de procedimiento que se aplica con el método epidural insensibiliza únicamente desde la cadera hacia abajo, es decir la parte inferior del cuerpo). En esa ocasión pude apreciar que, aunque se habían “esterilizado” los implementos médicos, los profesionales de la medicina, particularmente los encargados de la administración de la anestesia, no practicaban el antes referido concepto. Se pasaron conversando de lo humano y de lo divino; estuvieron de cotorra y “chit-chat” (cháchara), distendidos y distraídos, todo el tiempo…

Ahora que medito en ello, esto de la cabina estéril puede propiciar la idea de que los aviadores nos involucramos en ocasiones en asuntos o actividades de tipo “improductivo”. Estéril, de acuerdo con el diccionario, quiere decir justamente eso: que no da fruto o que no produce nada; que es incapaz de reproducirse; o que produce una cosecha escasa o miserable… Nada más alejado de nuestra intención; y, aunque la quinta acepción menciona “libre de gérmenes patógenos”, la idea es justamente esa: buscar (producir) un marco de atención que garantice la seguridad aérea, que esté exento, o libre de extraños elementos, que pudieran afectar la debida atención profesional en los dos momentos más importantes y críticos de las operaciones aéreas: despegue y aterrizaje.

De esto precisamente se encargan las regulaciones aeronáuticas, que muchas veces no hacen sino responder a las persistentes causas de los accidentes y tragedias aéreas. Desde los albores de la aviación en el mundo, y especialmente desde que se regula la actividad aérea, los organismos encargados del control de la aeronavegación, y que propenden hacia la seguridad aérea, no cesan de buscar mecanismos y métodos que hagan del transporte aéreo una actividad cada vez más ordenada, segura y confiable. Propósito nada estéril; tarea encomiable y profundamente productiva. Resulta muy triste la historia de los accidentes aeronáuticos y, por ello, las normas y regulaciones están allí para evitar, a futuro, que se repitan los mismos acontecimientos.

Lamentablemente, hay algo de “muy humano” en el comentario fácil, la charla y el chismorreo: sencillamente sucede, pasa, no es algo intrínsecamente intencional. Por ello que lo importante es imponerse, en ciertos delicados momentos, la disciplina del silencio. Esto exige no interrumpir con -ni dejarse interrumpir por- asuntos que no tienen una importancia relevante, impostergable y primordial. Puede no ser asunto fácil, el evitar las distracciones; exige un cierto modelo de comportamiento que se inicia con uno mismo; luego, involucra al otro piloto, a los demás miembros de la tripulación, a las personas ajenas a la cabina de mando (si, por algún especial motivo, las hay), al control de tránsito aéreo o a las demandas de la propia aerolínea.

El criterio central es que si esas interrupciones no se relacionan con la seguridad aérea, es muy probable que constituyan una violación a la normativa. Hay cotorreos y bromas ingenuas que no tienen nada de malo en sí, pero que se producen y propician en el momento equivocado. Como todo en la vida, hay un momento para todo, hay un sitio y un lugar para cada caso. Por lo mismo, la lección a aprender es sencilla: la referencia debe estar relacionada con la seguridad aérea; y, si la interrupción no está relacionada con ella, en las fases antes anotadas, es mejor no atender, procesar o comentar.

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