13 abril 2020

Tiempo de barbijos

Hay quienes piensan que a veces utilizo palabras que no son de uso muy frecuente (“rebuscadas”, las llama uno de mis amigos). Creo yo, sin embargo, y a riesgo de que se me acuse de pedantería, que aquello, de ser así, sería preferible a que se abuse del uso repetitivo de ciertos términos (principalmente adjetivos y sustantivos), cuando existen tantas y tantas palabras, o modos adverbiales, tanto en el nuestro como en cualquier otro idioma, que hacen “increíble” (esta es una de aquellas) que personas que tienen un respetable nivel de cultura y que están expuestas a una ocasional exposición mediática no caigan en cuenta de esta carencia de prolijidad. Entre nosotros, “tenaz” es una de esas palabras, quiere decir bueno y malo, fácil y difícil, frío y caliente; cualquier cosa pero en grado exagerado (“o sea”, ¡tenaz!).

Sí, es increíble cómo se abusa, verbigracia, de la palabra “increíble”. Acabo de leer, para muestra de ejemplo, una noticia perteneciente a un rotativo digital español relacionada con el primer ministro británico, Boris Johnson, quien se encuentra afectado por la pandemia de moda, el insidioso coronavirus. Ha afirmado, quien se ha hecho cargo de sus funciones, que “el primer ministro está en manos seguras” y que “nos mantenemos detrás de él con un increíble espíritu de equipo”. Resulta obvio que lo que ha querido expresar el funcionario, es que el mencionado espíritu es muy fuerte, cohesionado o vigoroso; y no lo que la palabra por su cuenta significa: que ese espíritu es de tal naturaleza, que los ciudadanos no lo iban a poder creer.

No le resto tampoco una probable carga de intencionalidad a la descuidada frase, o incluso un doble sentido, porque es de todos conocido que las relaciones entre los miembros del gabinete británico son, justamente, todo menos armónicas; y, como lo expresa aun mejor el medio referido: tal reafirmación de unidad ha servido más bien “para alimentar sospechas que para transmitir alguna certidumbre”. Esta situación, ya que no existe una regla clara y definida respecto a quién debe reemplazar -por imprevista necesidad o caso fortuito- al primer ministro, resulta un tanto insólita, en una nación que se ha caracterizado por estar a la vanguardia, con respecto a la forma previsible y ordenada con que se manejan sus asuntos administrativos.

Pero esto resulta comprensible para los tiempos que corren. Nadie imaginó que pudiera acontecer en el mundo una situación de las características sanitarias y, sobre todo, de tan general paralización de actividades y confinamiento, como la que estamos viviendo. Por lo mismo, y frente a la ausencia de normativas específicas para situaciones imprevistas, abundan por doquier interpretaciones arbitrarias nunca exentas de subjetivismo.

De vuelta al propósito de este escrito, conjeturo que todos estamos aquejados, de alguna manera, por esta innecesaria repetición de palabras de significado indefinido. Sé de un colega a quien alguna vez endilgaron el mote de “El impresionante”, pues desde un buen día adquirió la inveterada costumbre de utilizar en forma cadenciosa el referido calificativo (“im-pre-sio-nan-te”); así fue como, casi sin proponérselo, este pasó a convertirse en su nombre intermedio o, quizá, en su segundo apellido. De igual modo, tuve también una pareja de buenos amigos, a quienes los chuscos endilgaron el remoquete de “Los espectaculares”, por su abuso indiscriminado del pegajoso adjetivo. Quizá nadie esté exento; yo mismo creo que abuso de ciertos adjetivos.

Al respecto, revisaba en días pasados, una brillante exposición relacionada con la frágil unidad española (el tema de las autonomías), que había hecho hace un par de años, ese genial periodista e intelectual español conocido como Alfonso Ussía (España, ¿mito o realidad? Letras en Sevilla III - “Las reaparecidas esquinas del odio”); quien explicaba  porqué se resistía, y siempre se resistió, a usar la palabra maravilloso.

Todo esto sucede y nos pasa en tiempos que son diferentes. Y lo son porque, como yo ya escuchaba de muchacho, “hay un tiempo para todo, hasta para que los tiempos se junten”; y vaya que se han juntado, dando paso al tiempo de este enemigo mortal e invisible, pertinaz y silencioso. Son tiempos de guantes quirúrgicos y barbijos, de lenguaje gestual y distancias impuestas, de teletrabajo y confinamiento obligado. ¿Quién lo hubiera anticipado?; y, aun si lo hubiera, ¿quién le hubiera creído? Esto me recuerda las “temporadas” que se creaban con los pasatiempos en la escuela. Hubo tiempos de trompos, de cromos y de bodoqueras; los hubo de carreras de bolas, de horquetas y de “zumbambicos”; los hubo “de monas” y hasta de cometas.

Estos son tiempos de cuarentena y aislamiento, llevados con un rigor que hoy se nos antoja inejecutable para la arrogancia de nuestros días. Hay quienes comparan estas medidas con otras formas de “reclusión”, como el arraigo domiciliario, el exilio o el destierro. Proponemos que la palabra más adecuada para definir lo que nos ha tocado en suerte, es la voz confinamiento. Pero es imposible no advertir con ella el parentesco etimológico que existe entre el vocablo confín (con el sentido de límite, alejado, lejano o recoleto) y esa otra palabra que define nuestros actuales contratiempos; con todas sus restrictivas circunstancias, sus protectores plásticos para las manos y sus mascarillas; y, claro, con nuestro impredecible e inopinado predicamento...

Este es el inesperado y sorprendente tiempo que nos ha tocado vivir… Sí, ¡qué tiempo!

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario