28 abril 2020

Una pequeña parcela

“...nada se posee totalmente, ni la verdad ni el error ni el conocimiento ni el recuerdo", "...no podemos heredar sino lo mismo que nuestros antepasados nos legaron, la comunidad del pasado y la voluntad del porvenir, unidos en el presente por la memoria, por el deseo y la sabiduría…” Carlos Fuentes. “Los años con Laura Díaz”.

He vuelto a leer a Carlos Fuentes aprovechando del confinamiento. Hoy he hecho auditoría y me he encontrado con al menos seis o siete obras suyas en mi librero (transijo por una vez a la tentación de llamarle “biblioteca”). Advierto que, a excepción de “En eso creo”, habría dejado de leer al autor mejicano por algo más de treinta años. Noto también que un par de esos libros ni siquiera los he hojeado, son los más extensos; “Cambio de piel” es uno de ellos. Me pregunto cuál fue el motivo para ello, si se trató de un simple olvido o quizá de un inconsciente acto de “procrastinación” o aplazamiento. Así y todo, reviso lo subrayado en los que sí los he leído y me sobrevive la incómoda impresión de que parecería que jamás siquiera los hubiera abierto...

He empezado con “Los años con Laura Díaz”, una novela de carácter histórico; en ella se destacan el desarrollo de la frase extensa y el buen manejo del idioma. No está allí el Carlos Fuentes identificado con el Boom y lo “real maravilloso”. La trama está bien urdida y la ambientación con los diferentes gobiernos de México la hacen muy interesante. Solo cuando se termina su lectura, se puede advertir, a través de la revisión de los “Reconocimientos”, que lo que ha tenido entretenido al lector es, en realidad, la historia de varias generaciones de la familia de este autor galardonado con el Cervantes y el Príncipe de Asturias. En la novela se aprecia la gran capacidad narrativa de Fuentes y, sobre todo, su portentosa cultura y formidable erudición.

Al principio del capítulo final del libro, encuentro una palabra de la que alguna vez hice fisga, y descubro que ella es parte, nada menos, que del nombre original de la ciudad de Los Ángeles, en California: “Puebla de Nuestra Señora de Los Ángeles de Porciúncula, fundada en 1769 por una expedición de españoles en busca de sitios donde establecer misiones cristianas”. Una vez investigado el sentido de la simpática palabra, descubro que quiere decir “pequeña porción de tierra” y que es voz relacionada con la devoción a San Francisco de Asís. En efecto, encuentro que Porciúncula es una capilla integrada en la Basílica de Santa María degli Angeli, ubicada en el municipio del mismo nombre, en Umbría, Italia. Y yo que me había burlado de quienes habían estudiado en un centro educativo lojano, que fuera bautizado con tan franciscano nombre...

Aquí bien vale una digresión histórica. Cuando Sebastián Moyano (Benalcázar) fundó San Francisco de Quito, tuvo cuidado en mantener como eje longitudinal de la urbe la que entonces se llamara Calle Angosta (sendero conocido como Camino Real antes de la colonia, y como España o Calle del Correo, años más tarde. Hoy calle Benalcázar), no solo porque unía el templo del sol (Panecillo) con el templo de la luna (San Juan o Huanacauri), sino porque estaba avecinada a la Plaza de San Francisco, lugar que correspondió al centro de la urbe en tiempos prehispánicos. Nótese que este importante enclave no fue a manos de las dos principales comunidades religiosas (dominicos y agustinos), sino a otra más humilde, a la de los seguidores del santo de Asís. Tal era el grado de veneración que por siempre despertó el fraile italiano.

Parece que en Ecuador existe también una suerte de consagración a este curita ejemplar, y es por ello que no podía faltar un lugar bautizado como el sitio mencionado. Así es como en Loja existe un plantel educacional con el nombre de La Porciúncula, en testimonio de la devoción que el santo provoca por todas partes.

Volviendo a mis lecturas de Carlos Fuentes, también me estoy entreteniendo con "Terra Nostra", quizá su libro más emblemático. Terra Nostra es un libro monumental (tiene más de mil páginas); basta leer el primer capítulo para caer en cuenta que Fuentes es parte del realismo mágico, allí una anciana nonagenaria pare un crío que nace con seis dedos en los pies y una cruz de carne dibujada entre las cuchillas de su espalda... La novela nos deja la impresión de que sería una historia contada con un método parecido al utilizado en la "Rayuela" de Cortázar; es decir, no haría falta leer los capítulos en el mismo orden que están presentados, y uno podría escoger cualquier capítulo al azar y luego leer cualquier otro, sin suscribirse a un esquema lineal; y luego hacerlo, a partir de ahí, sin orden ni concierto, como dando saltos y brincos transversales, igual que lo que se nos ha sugerido probar con la travesura caprichosa del enigmático escritor argentino.

No adivino todavía la intención de Fuentes al escribir su obra más ambiciosa, ni siquiera sospecho la razón para su título. No es este un libro en el que él hable de su tierra, ni siquiera de su patria extendida. Quizá sea un intento por explicar lo que somos, a través de interpretar la mentalidad española en los años en que el imperio español dominaba en casi todos los confines la Tierra. Por lástima, una mentalidad influenciada por la intolerancia y el celo religioso, que no siempre estuvo dispuesta a reconocer el aporte de musulmanes y judíos a su cultura. La trama se relaciona con la construcción de El Escorial, en las cercanías de la Sierra de Guadarrama; una edificación que es a la vez palacio y biblioteca, basílica y museo, panteón y monasterio; un monumento construido como mausoleo para los monarcas españoles, particularmente los Borbones y los Austrias.

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