28 enero 2025

Y el tiempo pasa…

Artículo publicado en el periódico La Nación de Guayaquil. Sábado 4 de enero de 2025

Sí, el tiempo pasa; ya estamos en 2025 (guarismo que, como saben los que aman las cifras, resulta ser el cuadrado de 45, curioso número este que resulta de sumar todos los dígitos). Y digo que pasa y no que “vuela” porque este es un concepto subjetivo. Mas, el tiempo es real y “pasa”, lo que quiere decir que lo que sucede en este instante ya es pasado y que transcurre para todos: es inexorable. El tiempo no es ficción, es pura realidad; por eso todos los relojes marcan la misma hora. No hay manera de detener el tiempo. Bien visto, el reloj es un artilugio fascinante, una maravillosa forma de medir y comprobar el paso del tiempo.

 

Quizá habrían sido los sumerios los que habrían buscado formas de medir el tiempo. Y habría sido en la Media Luna Fértil, esa franja en que se asentaron las primeras civilizaciones, donde se inventó una forma de escritura y el concepto de la semana, donde se prefiguró el sistema sexagesimal que tendría tantas aplicaciones –hoy indispensables para la navegación y la medición del tiempo–. El ser humano por siempre se sintió seducido, no solo por el tiempo sino por la esquiva posibilidad de medirlo con exactitud. Los antiguos ya jugaban con clepsidras y relojes solares, y buscaron una manera uniforme de regular el trabajo o el sueño.

 

Los griegos tampoco se quedaron atrás y tuvieron un dios, hijo de Urano y padre de Zeus, al que llamaron Cronos, este estaba encargado de “la efectiva y completa ejecución de todo”, lo que quiere decir “del cumplimiento final del tiempo”. Los romanos lo identificaron con uno de sus dioses autóctonos, Saturno, en honor del cual bautizaron el día sábado (‘saturday’ en inglés) y honraron las fiestas saturnales, unas carnestolendas parecidas a nuestro carnaval; lo cual, más tarde sirvió para que la Iglesia las suplantara con la fiesta de la Natividad.

 

Si subyugante es pensar en el paso del tiempo, quizá existan pocos artificios que nos cautiven más que los relojes, esos formidables mecanismos que, sin que nos demos cuenta, tienen el atributo de la ubicuidad (uno se topa con ellos por donde va). Yo mismo los encuentro en el estudio y el comedor, en el vestidor y la cocina; en el celular y el ordenador; dispongo incluso de un “reloj de abuelo” (un portentoso Howard Miller): un prodigio de relojería que no solo marca el tiempo, sino que advierte cada cuarto de hora con música preseleccionada, registra las fases de la luna y celebra el paso de las horas con idéntico número de campanadas.

 

Habría sido, hacia el ecuador del Medioevo, que un monje benedictino nacido en Auvernia, llamado Gerberto y que llegaría muy joven a papa con el nombre de Silvestre II, que, siendo estudiante, habría viajado a Cataluña y se habría puesto en contacto con el saber de los árabes. Gerberto fue un erudito, un verdadero sabio; había nacido al mediar el SS X y se había interesado por el conocimiento musulmán; a su regreso, trató de compartir su aprendizaje del cero (algo todavía desconocido en Europa) y del sistema decimal. Era un tiempo en que nadie sabía dividir, se utilizaban unas tablas para realizar las operaciones y se desconfiaba de la gente que sabía hacerlo porque se intuía que podía estar “en tratos con el demonio”…

 

Gerberto fue nombrado papa en el año anterior al ominoso primer milenio (gobernó desde 999 hasta 1003), cuando la gente conjeturó que se avecinaba el “final de los tiempos”, y que ocurrirían guerras, catástrofes y otros cataclismos. Es a Silvestre II, un pontífice al que se lo rechazó porque quizá “sabía demasiado”, que el mundo debe la iniciativa de medir el tiempo utilizando ruedas y pesas, un concepto precursor al reloj de péndulo que vendría siete siglos más tarde. Sería un neerlandés, Christiaan Huygens, hacia mediados del SS XVII, quien se encargaría de perfeccionar el péndulo (invento de Galileo) en los relojes de torre y de pared…

 

Sí… ¡Cómo pasa el tiempo…! 


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24 enero 2025

De beatitudes y santos augurios

Hay por ahí (y les juro “por Dios” que no muy abandonadas) un par de Biblias entreveradas entre los varios estantes que existen en mi casa. La una reza “La Biblia” en su lomo y, a más de su nombre, el título de “Edición Pastoral”; en su carátula, han añadido el membrete de “Latinoamericana”. Es la que utilizó mi hijo Sebastián cuando hizo su Primera Comunión. La otra es algo más voluminosa, es la que usó Felipe con idéntico propósito; lleva el membrete “Dios habla hoy” en grafemas dorados y contiene una familiar dedicatoria. Compruebo, por su estilo de escritura, que ambas son versiones actualizadas para hacer más fácil su lectura.

Ninguna de las dos sirven, por lástima, para la indagación que ha motivado mi intención. He leído el artículo de Javier Cercas que he publicado en mi entrada anterior (Testamento), y he querido averiguar lo que realmente quiere decir aquello de “pobre de espíritu”, que se contiene en el primer versículo de Las Bienaventuranzas, que se recogen en el Capítulo 5 de Mateo (o 6 de Lucas) en el Nuevo Testamento. El texto corresponde al memorable Sermón de la Montaña (hoy lo llaman “Discurso”) que Jesús pronunció en una colina ubicada entre Cafarnaúm y Genezareth (Ginosar, en hebreo), pueblos asentados cerca de la orilla noroccidental del Mar de Galilea o Lago de Tiberíades. A veces llaman a esa colina el Monte de las Beatitudes.

 

El artículo en mención, quizá haya contribuido, de alguna manera, a confundir un poco, mi oscura interpretación del auténtico sentido que tiene la primera de las Bienaventuranzas. Esto porque en el penúltimo párrafo, la madre de Cercas hace referencia a su humildad y ello no coincide con el comentario que, hacia el final, hace el escritor en referencia a la “limpieza de corazón”, locución que no recoge con exactitud lo que parece insinuar su venerada madre.

 

Empecemos por recordar las nueve Bienaventuranzas en la antigua versión de Mateo:

1.- Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el Reino de los cielos.

2.- Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.

3.- Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

4.- Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

5.- Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

6.- Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

7.- Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

8.- Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos será el Reino de los cielos.

9.- Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.

 

No existe mayor diferencia entre los evangelios de Mateo y Lucas. Lucas relata el sermón, cual si el mensaje descrito estuviera dirigido a los pobres o a quienes no eran todavía parte de la nueva Iglesia (los Evangelios fueron escritos en el SS I d.C., y quienes lo hicieron pudieron o no haber conocido a Jesús; a pesar de ello, relataron su vida y su doctrina). Mateo, por su parte, escribe como si se dirigiese a todos, a los pobres y los acomodados, y como que quisiera involucrar en forma espiritual a todos los que ya se habían integrado en esa nueva Iglesia; en este sentido, parece asimilar el concepto de Justicia con el de la Gracia de Dios.

 

Son solo tres las Bienaventuranzas que pudieran crear un ambiguo sentido o cierta confusa interpretación: la primera (que habla de los pobres de espíritu); la segunda (de los mansos); y la sexta (de los limpios de corazón). No cabe duda que los mansos serían los no irascibles, los pacientes y tranquilos; los limpios de corazón serían aquellos que están en gracia, los que no tienen culpa ni pecado. 

 

Pero, ¿quiénes serían los ‘pobres de espíritu’? ¿Acaso los débiles o quienes carecen de espíritu?, ¿quizá los humildes o los menesterosos?, ¿tal vez los ingenuos, o los que tienen ‘espíritu de pobres’, quienes solo esperan milagros y dejan sus penas en manos del Señor? Dicen que “no hay un milagro si no hay primero un problema” y que Dios solo hace milagros para los desvalidos o despreciados: para quienes creen que la solución de sus cuitas solo puede estar en las manos divinas. Las “Bienaventuranzas”, se convierten así en un positivo complemento del Decálogo (los Diez Mandamientos). Hoy la Biblia ya no augura la dicha invocando un “Bienaventurados”; ella promete la buena ventura con un sencillo “Felices los...” o “Dichosos los...”, que quizá suene un poco más sencillo.


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21 enero 2025

Testamento *

 * Escrito por Javier Cercas, para la revista El País Semanal

Me han contado que una vez el cantautor Víctor Manuel andaba por una calle de Madrid cuando un extraño lo señaló. “Ahivá”, dijo. “Víctor Manuel y Ana Belén”. No me extraña: primero, porque para la gente de mi edad Víctor Manuel y Ana Belén siempre han estado ahí, igual que, no sé, Bob Dylan, Vargas Llosa o Woody Allen; y, segundo —y sobre todo—, porque para nosotros son dos personas distintas y un solo ser verdadero, igual que nuestros padres. Por eso los padres no se nos mueren de verdad hasta que los dos han muerto; yo, al menos, solo he sentido que ha muerto del todo mi padre, que en teoría murió hace 17 años, cuando mi madre ha muerto, hace apenas unas semanas. Esto tampoco debería extrañar.

 

Cuando mueren tus padres muere un mundo. Con mi madre, por ejemplo, muere una vida campesina que parecía conservarse intacta desde el Neolítico, en la que ella nació y creció; muere la Guerra Civil, que padeció de niña, y el franquismo, bajo el que vivió durante cuatro décadas sin tregua; mueren mi infancia, mi adolescencia y mi juventud, que yo creía que seguían vivas, y muere un universo firme, coherente y ordenado por el cristianismo: solo diré que mi madre estaba totalmente segura de que, después de su muerte, volvería a ver a mi padre, y que, comparada con la fe de mi madre, la del papa Francisco parece más bien dubitativa. Mi madre quería a mi padre con una pasión bestial, excluyente: lo conocía desde niña, y conquistarlo fue la gran aventura de su vida, una aventura que no se cansaba de contar, como si fuera una heroína de Jane Austen, a quien nunca leyó.

 

Es curioso: cuando mueren tus padres empiezas a enterarte de cosas raras o que te parecen raras, igual que si la muerte quisiera demostrarte que no estuviste lo bastante atento a su vida. Al morir mi padre —un veterinario rural extremeño trasplantado a Cataluña, un pluriempleado que trabajaba de sol a sol para mantener a su familia—, yo me enteré de que lo primero que hizo tras su jubilación fue inscribirse en un curso de catalán para adultos; al morir mi madre —un ama de casa aficionada a leer que no paraba de lamentarse de su incultura (“Qué pena, hijo mío: yo lo único que aprendí en el colegio fue la lista de los reyes godos”)—, me enteré por una necrológica de que era capaz de determinar, examinando la lengua de un cerdo al microscopio, si el animal había contraído la triquinosis.

 

Contaba 34 años cuando emigró de su pueblo, Ibahernando (Cáceres), en busca de un futuro mejor para su marido y sus cinco hijos, pero nunca acabó de salir de él, a 1.000 kilómetros de distancia de donde en realidad vivía. Hace tiempo le diagnosticaron alzhéimer. Sus últimos meses los pasó en una residencia, junto a su casa, en el barrio gerundense de La Devesa; siempre fue una mujer muy sociable, y estaba feliz allí, porque todo el mundo a su alrededor era de Ibahernando (o, como mínimo, de Trujillo). En esa época hablaba mucho, aunque no se entendía lo que decía, o solo se entendía la música, no la letra; pero una tarde articuló unas palabras inteligibles, las últimas que le escuché: por eso (pero no solo por eso) sentí que eran su testamento.

 

Aquella tarde llevábamos un rato solos, cogidos de la mano y en silencio; hacía meses que mi madre no sabía quién era yo (aunque sabía que era alguien muy próximo, y que la quería), pero de golpe pareció reconocerme. “Mira, Javi”, me dijo como si se disculpara, mirándome con sus ojos vidriosos. “Yo siempre fui una persona humilde. Siempre pensé que los demás eran mejores que yo. Desde niña. No sé por qué, pero siempre lo pensé. ¿Y sabes lo que he comprendido, ahora que ya soy mayor?”. “¿Qué?”, le pregunté. “Que ser humilde sale a cuenta”, contestó.

 

Todo esto lo recordé el 2 de diciembre de 2024, mientras caminaba al amanecer por las calles de Girona, horas después de que mi madre muriese. Al día siguiente, durante su funeral, que se celebró en su parroquia de siempre, atestada de vecinos del barrio, entregamos un recordatorio con un versículo del Sermón de la Montaña que Jesucristo debió de pronunciar pensando en ella: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque verán a Dios”.


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17 enero 2025

El futuro de la aviación, reflexiones

Luego de la crisis ocasionada por la pandemia, el futuro de la aviación comercial ha vuelto a parecer auspicioso. Subsiste, sin embargo, una callada incertidumbre –si no una disimulada certeza–: la de que no se estén dando los preparativos necesarios para atender el crecimiento del mercado (casi un 4% anual hasta mediados del siglo), tanto con el equipo de vuelo como con la disponibilidad del personal técnico correspondiente. Dice Airbus que se requerirán casi 40.000 aviones adicionales y más de 500.000 nuevos pilotos en los próximos veinte años.

El aumento de los costos operativos, va dejando muy poco margen para el desarrollo de las iniciativas comerciales. Mientras tanto, todavía hay demasiados accidentes; y la formación de los pilotos tampoco parece adaptarse al ritmo que ha impuesto la tecnología, tanto que se empiezan a planificar operaciones con menos pilotos y hasta con la presencia de uno solo…

 

Flight Standards, un concepto que fue sinónimo de la búsqueda por la excelencia, ha quedado relegado a la procura, no siempre esforzada, por estandarizar procedimientos; muy lejos del propósito sustantivo que tuvo en el pasado, que no fue otro que elevar los niveles de desempeño de quienes tenían en sus manos tan delicada misión. En un oficio que no puede transigir ante la mediocridad, se hace cada vez más urgente elevar los estándares de pro-eficiencia hasta donde no se tenga ninguna duda de quienes esperan por una promoción.

 

Sí, hoy no hay cabida para “copilotos profesionales”; para mantener a pilotos cuyas limitaciones no solo no aportan a la eficiencia, sino que pueden convertirse en una rémora para conseguir los objetivos que se persiguen en un momento crítico en el vuelo. Si en momentos de crisis financiera, profesionales competentes y debidamente entrenados, pueden ser considerados ‘redundantes’, no hay razón para sostener aviadores que lejos de contribuir a la seguridad, son un lastre que requiere de un permanente monitoreo y supervisión, por no ser confiables.

 

En aviación existen muy pocos ejemplos de gente que parece que no llegará a capitán y, que, sin embargo, lo consigue. Pues aunque a veces sucede, ella deja la incómoda sensación de que su cambio solo será temporal y no se concretará en forma definitiva; la impresión que ellos dejan, una vez superada la fase de supervisión, es que, más temprano que tarde, volverán a sus antiguos resabios. Los psicólogos están convencidos de que es imposible cambiar la personalidad de las personas, más allá de que algunos aprenden más lento pero mejor.

 

Ese es el gran desafío de la aviación moderna. ¿Qué hacer, por lo mismo, con quienes no se destacan en la actividad? En otras palabras, ¿cuál es el beneficio de tolerar su ineficiencia y mediocridad? La responsabilidad con los pasajeros no solo exige “cero intransigencia” frente a una cultura de complacencia, sino que demanda un “nuevo juramento hipocrático”, con el objeto de cuidar la eficiencia operacional y afianzar las metas de la seguridad aérea. No, no se puede apostar a la incierta y poco razonable posibilidad de que ellos mejoren con el tiempo.

 

Un mal copiloto siempre será un mal copiloto; y, aunque lo disimule por un tiempo, siempre será un comandante con limitaciones: un capitán en quien no se puede confiar. Siempre será un “caballo chúcaro”, alguien que tarde o temprano reaccionará y actuará de acuerdo con su temperamento original. Por ello es importante diseñar procesos de selección y progreso para que se establezca una criba oportuna y solo continúen los que merecen una promoción. Por lástima, esa es la absurda paradoja de la tecnología, que procura compensar las deficiencias del ser humano; con ello está propiciando la tolerancia frente a un ausente profesionalismo.

 

Programar para que vuelen juntos dos pilotos, sin la competencia debida, no solo es una mala idea; es una ineludible fórmula para el desastre. Hace falta entonces que se ponga énfasis en la formación aeronáutica y en la interpretación de la arquitectura de los nuevos sistemas de automatización. Las empresas deben estar conscientes de que no es suficiente con desarrollar programas de Factores Humanos; el CRM solo sirve a los disciplinados, no a los renuentes. La pregunta es, por lo mismo, ¿cómo estimular a los buenos, cómo contentar a los mejores? La respuesta es mantener un escalafón móvil y susceptible de modificaciones, donde se premie el esfuerzo individual, se privilegie la capacidad y se reconozca la experiencia. La promoción profesional no puede depender únicamente del cumplimiento de unos “requisitos mínimos”.


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14 enero 2025

Estupidez inclusiva

En la oscuridad todos los gatos son pardos (y las gatas también…). Proverbio castellano.

Caveat emptor (advertencia al comprador): la presente entrada solo pretende convertirse en un collage –una combinación de elementos de variada procedencia– de notas, impresiones y comentarios relacionados con un artículo de Alex Grijelmo, el mismo que hace referencia a un viejo tema: la insulsa e innecesaria duplicación de sexo que hoy existe por considerársela “políticamente correcta”. Estuve tentado a titular esta entrada “Apostillas a un artículo”.

 

Dice Grijelmo que: “quienes defienden la duplicación (que parecen pertenecer a una misma tendencia), solo lo hacen con sustantivos “positivos” (médicos y médicas; sanitarios y sanitarias), pero nunca con los “negativos” (contagiados y contagiadas; fallecidos y fallecidas; ni claro, tampoco, corruptos y corruptas, o banqueros y banqueras, o, (desde luego) jamás,  criminales o crimínalas”.  Esta curiosa e insustancial costumbre, en el criterio del lingüista español, “resulta ajena a las necesidades de la lengua, pues sabemos que la ausencia en el significante no implica la usencia en el significado, que es lo que importa. ¿Cómo podremos entender, por ejemplo, que se diga que “ningún menor deba tener acceso a la pornografía? ¿Eso significa que las menores no importan? ¿Y cómo entender que hemos de hacer algo ‘juntos y juntas’?: ¿estamos hablando de dos grupos separados?”. ¿O, qué mismo? (digo yo).

 

Los que así proceden estarían incurriendo exactamente en lo mismo, sostiene Grijelmo, pues “estamos discriminando con las asimetrías sexistas o duplicando unas palabras sí y otras no” Esto termina constituyendo –digo yo– una lamentable consecuencia del nefasto influjo del falso feminismo y de la mojigata ideología, en especial en la política y el periodismo, pero hay el peligro de que se vaya colando en los documentos jurídicos y textos oficiales y termine contaminando a la propia literatura. Ya lo había advertido Javier Marías: "algún día oiremos que los perros y las perras son los mejores amigos y amigas de los hombres y de las mujeres".

 

Decía un comentarista de ese mismo artículo que hoy analizamos: “En castellano, el plural masculino funciona como termino inclusivo en los sustantivos referidos a los humanos (mis padres, incluye a mi padre y a mi madre) y, por lo tanto, las duplicaciones son innecesarias. En las referencias a animales, el género no marcado varía dependiendo de las especies. Nadie en su sano juicio pensaría que entre las jirafas no hubiera machos; ni entre los chimpancés, hembras, ni que se discrimine o invisibilice a los unos o a las otras al utilizar esos términos”.

 

‘Sería bueno –decía un tercero– que la RAE especificara los sustantivos invariables para el género, como los terminados en -ente/-ante: el/la cantante, el/la ayudante... así como los terminados en -z: el/la juez, el/la capataz, en -l: el/la concejal, el/la fiscal, y los terminados en -er: el/la sumiller, el/la canciller. Ya sé que hay unos pocos términos ya consolidados que no se ajustan, pero esta norma está en "el genio de nuestra lengua" como diría el mismo maestro Grijelmo”. “Es muy simple –apostillaba otro–, si decimos ‘la maldad es inherente al hombre’… ¿estamos refiriéndonos únicamente a los hombres o, también, a las mujeres?”

 

Al respecto, Grijelmo sugiere “un principio de acuerdo”: “Creo que los hablantes –expresa–, sin que nadie nos obligue, en un sentido o en otro, debemos ser libres de duplicar o no. Al menos, podemos ponernos de acuerdo en eso”.

 

Yo no soy tan generoso, sin embargo. Como Grijelmo, creo que cada cual puede hablar como le dé la gana; mas, para el caso de documentos oficiales o de textos legales debe evitarse aquella anodina duplicación, que no visibiliza a nadie, sino que solo crea una tediosa y, muchas veces, confusa repetición. El apoyo al sexo femenino debe darse con claras políticas públicas, nunca con volteretas ni malabares gramaticales que, más bien, resultan contradictorios y contraproducentes, a más –desde luego– de vacuos e improductivos.

 

En cuanto al epígrafe, eso de los gatos que en la oscuridad siempre parecen pardos, creo que es, de alguna manera, fascinante aquello de que los gatos estén en alrededor de, al menos, una docena de refranes y aforismos en nuestro idioma… Sí, ¡algo de enigmático hay en ellos! Ya habrá tiempo para adentrarnos en el tema y tratar de desentrañar aquello. Por hoy, solo nos interesa el significado del adagio que –en mi opinión– solo expresa la advertencia de que cuando algo está oscuro, es fácil confundirse si no se tiene una visión adecuada.


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10 enero 2025

Una ciudad y su nombre

Los chicos (mis hijos) eran todavía muy chicos (pequeños) pero ya se habían acostumbrado a que salir de vacaciones significaba ir al exterior (y ello casi siempre implicaba ir a los Estados Unidos). No, no es que fuéramos ricos; era que teníamos la suerte, por un par de veces en el año y dada mi profesión, de gozar de pasajes con descuento –o sin costo– a los destinos a los que volaba “nuestra” aerolínea. Incluso, algunas veces, nos animábamos a pedir descuentos en otras aerolíneas, aprovechando de un convenio de reciprocidad que para eso existía (el inter-line); lo malo de lo último, era que esos pasajes estaban sujetos a espacio y el viaje no siempre podía realizarse…

En nuestra aerolínea, sin embargo, los pasajes estaban confirmados –aquello era parte de los beneficios–, de modo que se hacía más fácil programar un presupuesto de vacaciones. Cuando los hijos empezaron a viajar, casi siempre preferían ir era a Disney (en sus dos versiones). Pero… ir, con el calor de agosto, hacer colas para cada una de las diversiones, cuando todo el mundo también había ido de vacaciones, era algo que, poco a poco, ya no nos fue gustando... Además, siendo seis, ya no salía tan conveniente. No había presupuesto que alcanzara; en los parques habían establecido un “pasaporte” que era todo, menos económico.

 

Años más tarde, fuimos buscando destinos más cercanos; nos gustaba disfrutar de pequeños departamentos ubicados junto a la playa donde pudiéramos estar más tranquilos y aprovecharlo en familia, gozando de otras entretenciones. Un día, alguien proclamó que había encontrado “la fórmula perfecta” para que todos disfrutáramos por igual: “ya está –dijo–, lo ideal sería ir a una playa, con comodidades, pero que quede cerca de un centro comercial”… “Aprobada la moción”, respondí, y así decidimos ir –por esa vez– a una pequeña playa, avecinada al golfo de México, algo al sur de Tampa, conocida como Naples (se pronuncia Neipels, en inglés).

 

Naples era entonces un lugar tranquilo; sus residentes le encontraban cierta semejanza con el lugar que había sido cuna de sus padres. De a poco fue convirtiéndose en un lugar de retiro. Estaba ubicado en el SO de la Florida, estado al que llaman Panhandle (literalmente “mango del sartén”, yo prefiero decir “cacerola”, que suena menos prosaico). No tardaría en descubrir que su nombre era solo una transliteración de Napoli (en italiano) o Nápoles. Lo que tardé algo más en conocer fue que ese nombre tenía historia:  no siempre Nápoles se había llamado así…

 

El cuento tiene que ver con una hermosa doncella oriunda de Frigia (occidente de Anatolia), llamada Pisínoe o Parténope, que se enamoró locamente de un joven pero se resistió a romper sus votos de castidad; ella se cortó el cabello y huyó a la Magna Grecia donde Afrodita, envidiosa de su belleza, la convirtió en sirena. Pero… las sirenas no siempre fueron como hoy las imaginamos: en la antigüedad se creía que también tenían rostro de mujer y cuerpo de ave; pero, desde el Renacimiento, han mantenido la forma con que hoy se las conoce: un torso femenino y una cola escamada, como de pez. Por eso, a veces suelen tener dos nombres (ej: siren y mermaid, en inglés).

 

En la Odisea, cuando Ulises regresaba de Troya, había evitado ser hechizado por las sirenas de la orilla (una de ellas era Parténope). Siguiendo el consejo de Circe, Ulises ordenó a los marineros que se taparan los oídos con cera y que lo amarraran al mástil del barco, así podría él disfrutar de su canto. Parténope, sintiéndose rechazada, prefirió morir ahogada y fue arrastrada por las olas hasta la orilla. Los marinos la enterraron con honores y su sepulcro se convirtió en un templo; este se convirtió en un pueblo, al que llamaron Parténope. En ese mismo lugar los griegos, en el SS VIII a.C., establecieron un asentamiento al que bautizaron de Palaeopolis o Ciudad Vieja. Dos siglos más tarde, los romanos tomaron posesión y lo apellidaron de Nea-polis, o Napoli, que significa Ciudad Nueva. Fue, en su tiempo, la urbe más importante que tuvo la Magna Grecia.

 

Nápoles fue incorporada en el Reino de Dos Sicilias en 1140, y fue su capital (1282-1503). Junto con Sicilia fueron dos reinos independientes gobernados por un mismo príncipe. Desde 1282 (las Vísperas Sicilianas) hasta 1861 (la Expedición de los 1.000), Sicilia fue gobernada por Aragón (y más tarde por España) en distintas formas, con excepción de cuando fue gobernada por Saboya y los Habsburgo (1713-1735). Sicilia fue capturada por Saboya durante la Guerra de Sucesión Española (1713). El apelativo Dos Sicilias data de 1282, cuando dos reyes: Carlos de Anjou (hermano de san Luis), en Nápoles; y Pedro de Aragón, en Sicilia, reclamaron el trono. En 1816 (durante el Congreso de Viena), Fernando I ya utilizó el nombre Dos Sicilias para identificar al nuevo reino.


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07 enero 2025

Historia de un aeropuerto

 * Por Ian Molyneaux, para la revista AeroTime. Condensado, con mi traducción.

El barrio de Croydon es conocido como el área más poblada de la capital del Reino Unido; en el pasado esa área jugó un rol prominente en la historia de la aviación. El pueblo original fue absorbido por la expansión de Londres en 1965; pero antes, su proximidad con la capital le permitió albergar el primer gran aeropuerto internacional de Gran Bretaña. Pero, ¿cómo, un pueblo insignificante logró convertirse en eslabón con el mundo; y, luego, ya en la cima, cayó en desgracia y fue superado por lo que es ahora el aeropuerto London-Heathrow (LHR)?

 

Su vida empezó en 1915 como el aeródromo Beddington. Este fue un “campo de aviación” de la I Guerra que, al igual que Hounslow, fue diseñado para atender aterrizajes militares de emergencia; pero más tarde fue adaptado para contrarrestar los ataques de los dirigibles alemanes. Al continuar la guerra Beddington jugó un papel prominente acogiendo al escuadrón del Royal Flying Corp, parte de la defensa del Reino. Cuando terminó el conflicto, el aeródromo se convirtió en un centro de entrenamiento para la Royal Air Force (RAF).

 

Croydon pudo convertirse en el primer aeropuerto internacional británico, pero ese honor le correspondió a Hounslow. Este estuvo operativo entre 1914 y 1920; aunque, gracias a su larga herencia militar, ya se aterrizaba allí desde 1909. Durante la guerra, Hounslow tuvo una importante participación alojando el entrenamiento de los pilotos. Al finalizar la disputa, fue utilizado para los primeros vuelos domésticos. No obstante, cualquier esperanza suya fue frustrada cuando se escogió a Croydon para efectuar los futuros vuelos internacionales.

 

Croydon empezó como terminal en 1920: era un centro para el transporte de pasajeros, correo y carga. Allí operaron nuevas aerolíneas como AT&T. Instone se mudó al ser inaugurado; y, enseguida, Handley Page. La francesa CMA inició sus servicios con Paris desde el primer día. Otras rutas fueron añadidas más tarde. Croydon introdujo el primer control de tránsito aéreo y la primera torre de control. La naciente industria británica había buscado un remedio para poder organizar las llegadas y salidas, y halló la solución con una torre de cinco metros con ventanas a su alrededor. Desde su atalaya los controladores daban información del clima; organizaban el tránsito aéreo; y utilizaban mapas, alfileres y banderitas para identificar los movimientos.

 

A principios de los años 20, los destinos aumentaron y se establecieron nuevos servicios. La creación de Imperial Airways por integración de previas líneas inglesas fue beneficiosa para el crecimiento de Croydon; en 1923 el Comité Hambling recomendó la fusión de otras tres empresas para desarrollar la industria y competir en Europa. La nueva aerolínea llegó a disponer de 15 aviones. Sin competencia interna, Imperial se expandió permitiendo conectar Croydon con destinos alejados. Por lástima, un accidente resultó en una investigación que concluyó con la necesidad de expandir, rediseñar y modernizar el aeropuerto. El desarrollo empezó en 1926 para lo que sería el primer terminal aéreo construido a propósito.

 

Este se inauguró en enero de 1928; incluía pistas más largas, una torre de control de 17 m. (la más alta del mundo), mostradores para chequeo, letreros informativos, filtros de migración y seguridad. Una novedad fue la segregación de pasajeros de entrada y de salida para reducir la congestión y aumentar la eficiencia. El número de pasajeros se disparó en los años 30; en 1937 una pequeña aerolínea llamada British Airways empezó a operar a Europa desde Croydon. En 1938 el gobierno decidió fusionar British Airways e Imperial para formar la BOAC. Por lástima, todo se estancó en 1939. La II Guerra Mundial había comenzado. Lo que había sido un modelo de aeropuerto que admiró al mundo, se transformó en una base de defensa contra la Luftwaffe.

 

Terminada la guerra, Croydon no pudo mantener sus años de gloria y otros aeropuertos empezaron a surgir. Un pequeño campo establecido en 1929, cerca de una pequeña villa fuera de Londres llamado Heathrow, había sido mejorado en 1944 para los vuelos de larga distancia. El gobierno decidió impulsar su desarrollo; así, el nuevo aeropuerto internacional de Londres inició sus operaciones. Croydon continuó con el servicio regional, aunque era evidente que ya no podía competir debido a la longitud de sus pistas. Esto favoreció a Heathrow que continuó con su expansión cuando aparecieron nuevos “hubs” y su crecimiento ya no se detuvo; solo en el mes de julio pasado superó los ocho millones de pasajeros. Croydon fue cerrado en 1959; fue una vez el primer aeropuerto internacional inglés y el pionero de cómo viajamos en nuestros días.


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03 enero 2025

Escudriñando los cielos

No existe mayor privilegio para el aviador, que poder observar el Universo desde la cabina de mando. No solo que incrédulo disfruta contemplando tan vasta inmensidad, sino que aquella se convierte en oportunidad para indagar la posición de los planetas o reconocer las constelaciones. Disfrutar de la tarea indagatoria de identificar a Orión, o ubicar en ella a Rigel o Betelgeuse, reconocer el cinturón del Cazador (las tres Marías), es sorprenderse ante la aparente quietud, esplendor y armonía del cielo, aquel tan enigmático espacio cósmico…

“Cielo” es palabra de controvertida etimología: para unos significa vacío o concavidad (vendría de la voz latina caelum); para otros provendría del verbo caedere (cortar, cincelar, seccionar) en alusión al corte de las esferas celestiales en las que creían los augures. La voz significa un doble concepto en idiomas del romance: bóveda celeste y morada de los dioses –esa asombrosa entelequia en la que creen los hombres–. Es curioso, pero en los idiomas germanos se utilizan vocablos distintos para las dos nociones (un ejemplo: sky y heaven).

 

En la antigüedad los hombres estaban convencidos no solo de que el Sol, la Luna y los planetas giraban alrededor de la Tierra, sino eventualmente de que esta era el centro del Universo. Los hombres veían a las estrellas como fijas en el espacio y era su persuasión la de que los cuerpos móviles giraban alrededor de la Tierra, esto se llamó sistema geocéntrico. Aristóteles, el mayor de los sabios (384 a.C. - 322 a.C.), que había sido maestro de Alejandro Magno, era defensor de esa creencia, y estaba persuadido de que el espacio estaba constituido por círculos perfectos. Pero… algo parecía no calzar con tal opinión y era que Venus y Marte tenían un desplazamiento errático y errante; a veces iban para adelante y otras para atrás…

 

Fue Heráclides de Ponto (385 a.C. - 322 a.C.) un discípulo de Aristóteles y Demócrito, quien prefiguró un sistema intermedio: Marte y Venus giraban alrededor del Sol, pero este giraba alrededor de la Tierra. Casi un siglo más tarde, haría su aparición Aristarco de Samos (310 a.C. – 230 a.C.) quien, contra toda “obvia” creencia y a riesgo de que se lo acuse de impiedad, sustentó la idea de que era realmente la Tierra la que giraba alrededor del Sol; él fue el primer defensor del sistema heliocéntrico y sostuvo que así debía ser pues “el Sol era mucho más grande”. Calculó que el Sol estaba 20 veces más lejos que la Luna (pero está realmente a unas 400 veces).

 

Los romanos, mientras tanto, conocían que había siete objetos más brillantes y conspicuos  en el cielo: el Sol, la Luna, y los cinco planetas conocidos; les pusieron los nombres de sus dioses principales. Júpiter, el más grande, fue conocido por el nombre del dios más importante. Siglos más tarde, Claudio Ptolomeo (100 d.C. – 170 d.C.); un griego que vivió en Alejandría, escribió un libro llamado Almagesta, con el que trató de explicar la aparente retrogradación de los planetas y se proclamó firme defensor del sistema geocéntrico. El suyo era un forzado modelo geométrico que procuraba explicar el movimiento de los cuerpos celestes.

 

La Iglesia Católica también tuvo algo que decir. En base a unos versículos dispersos en la Biblia, trató de sustentar la creencia de que era el Sol el que giraba alrededor de la Tierra. Ese parecía haber sido el designio divino; lo sustentaban algunos pasajes del sagrado documento (Josué 10:12-13, Salmos 19:5-6 y Eclesiastés 1:4-8). Habrían de pasar algo más de 16 siglos para que la iglesia aceptara el veredicto científico (1822). En el transcurso, sabios como Galileo Galilei y Giordano Bruno respaldaron el sistema heliocéntrico y hasta arriesgaron sus vidas.

 

Sería Nicolás Copérnico, en 1543, quien finalmente postularía que son los planetas los que giran alrededor del Sol; y fue Johannes Kepler (1571-1630), con apoyo en observaciones hechas por Tycho Brahe, quien daría –con sus tres leyes fundamentales– la explicación definitiva. Pero sería William Herschel (1738-1822), quien descubriría Urano por accidente; y que el Sol no es el centro del Universo. Urano fue el primer planeta descubierto desde la antigüedad. Herschel dio también su aporte a la ciencia forense al reconocer la huella digital.

 

Urano (conocido como Uranus en latín), hace referencia al dios de los cielos en la antigua Grecia, Caelus en la mitología romana. Caelus (Cielo) es el padre del Cronos griego (el Saturno romano); abuelo del Zeus griego (el Júpiter romano); y bisabuelo del Ares griego (Marte para los romanos). En cuanto a Neptuno, el octavo y oscuro planeta, fue descubierto en 1846; el suyo es el nombre romano de Poseidón, el dios griego de los mares. Plutón, hoy es solo uno de los cinco planetas enanos reconocidos en nuestro sistema, junto a Ceres, Haumea, Makemake y Eris.


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