24 enero 2025

De beatitudes y santos augurios

Hay por ahí (y les juro “por Dios” que no muy abandonadas) un par de Biblias entreveradas entre los varios estantes que existen en mi casa. La una reza “La Biblia” en su lomo y, a más de su nombre, el título de “Edición Pastoral”; en su carátula, han añadido el membrete de “Latinoamericana”. Es la que utilizó mi hijo Sebastián cuando hizo su Primera Comunión. La otra es algo más voluminosa, es la que usó Felipe con idéntico propósito; lleva el membrete “Dios habla hoy” en grafemas dorados y contiene una familiar dedicatoria. Compruebo, por su estilo de escritura, que ambas son versiones actualizadas para hacer más fácil su lectura.

Ninguna de las dos sirven, por lástima, para la indagación que ha motivado mi intención. He leído el artículo de Javier Cercas que he publicado en mi entrada anterior (Testamento), y he querido averiguar lo que realmente quiere decir aquello de “pobre de espíritu”, que se contiene en el primer versículo de Las Bienaventuranzas, que se recogen en el Capítulo 5 de Mateo (o 6 de Lucas) en el Nuevo Testamento. El texto corresponde al memorable Sermón de la Montaña (hoy lo llaman “Discurso”) que Jesús pronunció en una colina ubicada entre Cafarnaúm y Genezareth (Ginosar, en hebreo), pueblos asentados cerca de la orilla noroccidental del Mar de Galilea o Lago de Tiberíades. A veces llaman a esa colina el Monte de las Beatitudes.

 

El artículo en mención, quizá haya contribuido, de alguna manera, a confundir un poco, mi oscura interpretación del auténtico sentido que tiene la primera de las Bienaventuranzas. Esto porque en el penúltimo párrafo, la madre de Cercas hace referencia a su humildad y ello no coincide con el comentario que, hacia el final, hace el escritor en referencia a la “limpieza de corazón”, locución que no recoge con exactitud lo que parece insinuar su venerada madre.

 

Empecemos por recordar las nueve Bienaventuranzas en la antigua versión de Mateo:

1.- Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el Reino de los cielos.

2.- Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.

3.- Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

4.- Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

5.- Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

6.- Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

7.- Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

8.- Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos será el Reino de los cielos.

9.- Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.

 

No existe mayor diferencia entre los evangelios de Mateo y Lucas. Lucas relata el sermón, cual si el mensaje descrito estuviera dirigido a los pobres o a quienes no eran todavía parte de la nueva Iglesia (los Evangelios fueron escritos en el SS I d.C., y quienes lo hicieron pudieron o no haber conocido a Jesús; a pesar de ello, relataron su vida y su doctrina). Mateo, por su parte, escribe como si se dirigiese a todos, a los pobres y los acomodados, y como que quisiera involucrar en forma espiritual a todos los que ya se habían integrado en esa nueva Iglesia; en este sentido, parece asimilar el concepto de Justicia con el de la Gracia de Dios.

 

Son solo tres las Bienaventuranzas que pudieran crear un ambiguo sentido o cierta confusa interpretación: la primera (que habla de los pobres de espíritu); la segunda (de los mansos); y la sexta (de los limpios de corazón). No cabe duda que los mansos serían los no irascibles, los pacientes y tranquilos; los limpios de corazón serían aquellos que están en gracia, los que no tienen culpa ni pecado. 

 

Pero, ¿quiénes serían los ‘pobres de espíritu’? ¿Acaso los débiles o quienes carecen de espíritu?, ¿quizá los humildes o los menesterosos?, ¿tal vez los ingenuos, o los que tienen ‘espíritu de pobres’, quienes solo esperan milagros y dejan sus penas en manos del Señor? Dicen que “no hay un milagro si no hay primero un problema” y que Dios solo hace milagros para los desvalidos o despreciados: para quienes creen que la solución de sus cuitas solo puede estar en las manos divinas. Las “Bienaventuranzas”, se convierten así en un positivo complemento del Decálogo (los Diez Mandamientos). Hoy la Biblia ya no augura la dicha invocando un “Bienaventurados”; ella promete la buena ventura con un sencillo “Felices los...” o “Dichosos los...”, que quizá suene un poco más sencillo.


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