20 octubre 2015

Etimología de la vergüenza

Me encuentro estos mismos días en "Down Under", frase coloquial con que los británicos llaman a uno de sus territorios más queridos, una isla continente que forma -por mérito propio- parte del primer mundo: la fascinante Australia. Este es un país enorme,  alejado y recoleto; aunque incorporado a la civilización y al primer mundo; al desarrollo, al bienestar y al progreso. Australia es parte de la Comunidad del Reino Unido, un país que cuida el ambiente y ama la naturaleza; un lugar para respetar y para vivir. Eso es la sorprendente Australia.

Por eso, cuando escucho ese "Down Under" que parece contener un significado peyorativo, ese "allá lejos" que parecería implicar un "allá en el sótano de la geografía", la frase me invita a reflexionar en el desarrollo contradictorio que fueron teniendo las colonias y los territorios a lo largo del mundo y a través de los siglos... Y, en este sentido, países como Australia y su vecino, la impresionante Nueva Zelanda, incitan en mí esta necesaria reflexión y me invitan a averiguar qué se hizo diferente allí, qué pasó, por qué, cómo fue que lo consiguieron?

Cuando vengo anualmente a este rincón maravilloso, comento que hay ocho horas menos de diferencia, aunque deba contarse un día más. Dicen, sin embargo, mis amigos que eso no es correcto, porque son dieciséis horas de real diferencia. Argumento que nunca puede existir una diferencia horaria mayor a doce horas, porque esta no hace sino reflejar la máxima distancia que existe con las antípodas de cualquier lugar en el mundo; y que la fecha no es sino un convencionalismo que se ha definido para propósitos prácticos con una línea de referencia que se ha ubicado en la mitad del Pacífico... Pero debo transigir, puesto que a fin de fines la hora representa también un artificio de medición del tiempo, y este no es sino otro más de nuestros convencionalismos...

Estoy en Australia, como casi todos los años, visitando a mi hijo primogénito, el mismo que me ha dado mis únicos y primeros nietos. Uno de ellos, también el primero, habrá de hacer esta misma semana una breve presentación en ese ícono emblemático de la arquitectura mundial que es el edificio de la Casa de la Ópera, en el puerto de Sidney. Por ello, él práctica estos días previos, con furiosa insistencia, esa maravillosa composición conocida como "Una pequeña historia" de Heinrich Lichner, para su fugaz y precoz mini concierto. Será esta la primera presentación en sociedad de este entusiasta, esforzado y pequeño pianista.

Ayer lo acompañé, cargando su mochila, hasta el patio de su escuela. Conocí así a una miniatura primorosa, de ojos de color indescifrable, que intuyo que se ha robado la mitad de sus infantiles sueños. Obedece su nombre a ese mismo que popularizó, cuando yo era todavía un rapaz, la voz cadenciosa de Harry Belafonte: Matilda. Fue ese el único comentario que se me ocurrió insinuar ante la diminuta beldad; solo para ser reconvenido con la reprensión infantil de mi muy querido nieto: "Abuelo -me dijo-, I think you are embarrassing me!".

Pensé, entonces, en la probable raíz y etimología de una voz que aunque suena en inglés como emparentada, solo tiene el sentido de vergüenza, mortificación o confusión (nuestro "acholo"), y no refleja el doble sentido de esa voz cercana que es la de embarazoso, por ejemplo. Estar en una situación embarazosa implica un sentido idéntico, pero no contiene ese otro significado que en el idioma sajón se utiliza para embarazo (pregnancy). Así y todo, y más allá de una etimología que está afectada en el inglés por las lenguas del romance, existe -conjeturo yo- una connotación de carácter semántico que siempre atrajo mi atención: la cercanía de "embarrassing" con nuestra palabra embarrado o enlodado… Similitud y curiosidad que resultan ciertamente cautivantes.

Medito estos mismos días en el desafío que se acaban de hacer dos personajes de la política del Ecuador, que han optado por retarse al gesto incivilizado y pugnaz de "irse de quiños", para arreglar a trompadas sus recurrentes diferencias. Miro hacia atrás y no puedo sino recordar al "loco de enfrente", un estólido y avieso jovenzuelo, aquel demente que moraba en el barrio de mi infancia, un mozuelo torvo y enajenado a quien jamás inculcaron el elemental sentido de la vergüenza.

Sidney, Australia

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario