06 marzo 2016

Acial se escribe sin hache

Con las dispensas del caso, me sustraigo, aunque no íntegramente, el título que Enrique Jardiel Poncela dio a una de sus más tempranas obras, “Amor se escribe sin hache”. Alguna vez leí una explicación con referencia a dicho título, aquella de que la intención que Jardiel tuvo cuando escribió esa novela, fue la de burlarse de las historias de amor, algo similar a lo que Cervantes quiso hacer cuando escribió su inmortal Quijote. Su mensaje -el de Jardiel- habría consistido en que solo los hechos y asuntos importantes se escriben con esa letra (como en el caso de honor, hijo, hermano o heroicidad); no así amor, que -según don Enrique- es algo que parece que los humanos nos tomamos demasiado en serio…

Pero, no tengo por intención hablar de amor, ya que desobedeciendo al español, propondría más bien que se lo escriba con hache y además que se lo haga con mayúscula. Aunque, bien pensado, ¿cómo reaccionaría el lector desprevenido si se encontraría con un término novedoso y nunca reconocido como este extraño “Hamor”? Con ello incluso se destruiría el palíndromo de Roma, ya que tendría que recurrir a un insípido “Romah”, que no dice nada y ni siquiera suena como latino. A propósito de esto, el sustantivo poco escuchado del que recién he echado mano, no significa sino toda palabra o frase que se lee igual, tanto cuando se lo hace de izquierda a derecha como si se lo hace en sentido opuesto, como son todas esas voces y expresiones (como reconocer, Anita lava la tina, se van sus naves, la ruta natural; o, aquella otra más larga: dábale arroz a la zorra el abad) que los tíos nos enseñaban cuando jugábamos de niños.

Respecto al intrigante título de esta entrada, traigo a cuento la ortografía de la palabra acial, no porque así escrita constituya errónea ortografía, ni porque al hacerlo se le reste importancia (así, sin hache), sino porque cuando pregunto a la gente que qué es lo que les sugiere este término, las respuestas que provoco representan, por lo general, dos significados distintos: el uno relacionado con el artilugio que se suele utilizar para aquietar a las bestias; el otro, aquel relacionado con un látigo, férula o cabresto (la Academia prefiere escribir cabestro) que es un instrumento distinto que sirve para arriar a los animales. Pero, he aquí que cabestro tiene dos sentidos, también distintos, y curiosamente similares a los significados del sustantivo acial: el de chicote o látigo para el mencionado propósito y el de “ronzal que se ata a la cabeza o al cuello de la caballería para llevarla o asegurarla”, como lo explica el DRAE.

Esto del doble sentido que tienen ciertas palabras nos confunde muchas veces, en forma especial cuando no sabemos con qué intención las usan nuestros contertulios. Y eso es lo que justamente me ha pasado con el sustantivo acial de esta nueva entrada, cuando un fanfarrón irredento que funge de íntimo entre mis buenos amigos, en el afán de averiguarme si ya había vuelto de viaje mi "cónyuge sobreviviente", me ha consultado si es que yo “ya había recuperado mi acostumbrado acial”… Y no supe, esta vez, a cuál de los dos bártulos se refería dicho amigo, si al improbable azote, o si a aquel oprobioso aditamento que supuestamente alguien habría instalado en alguna parte de mi cuerpo para que me estuviese medio quieto, domeñado y tranquilo...

En relación a lo que para muchos puede ser la característica que desalienta del matrimonio, no creo que ella constituya ni cabestro ni ronzal. Estar casado es, o debería ser, una forma de compartir una ilusión, de hacerse el propósito de ayudar a hacer más fácil la vida de alguien a quien se tiene afecto, y un medio concertado para procurar y procurarse compañía. De otro modo, vivir para solo hurgar en las diferencias, en las razones y motivos para la discrepancia o el conflicto, para mutuamente hacerse la vida imposible o "pintársela a otro a cuadritos", es algo absurdo, que no conduce a nada y que no tiene sentido; sería una forma insulsa e inútil de alimentar nuestro egoísmo y vanidad; jamás una forma civilizada -y menos solidaria- de amor y de compromiso.

Cuando hablo de "compromiso" me gusta pensar en el verbo inglés "to compromise" que no quiere decir -como en español- comprometerse; implica la acción de ceder de lado y lado, de tolerar y transigir; un dar algo a cambio de algo, de perder un poco para juntos crecer y sentir que ganamos... Eso es lo que para los anglosajones quiere decir la locución latina "quid pro quo", que así, en forma equivocada la han traducido al inglés, con el sentido de un "toma y daca". "Comprometerse" es muy importante para la negociación que crea vínculos y que favorece la construcción de puentes, es indispensable para toda gestión transaccional y para conseguir los beneficios a que apunta la diplomacia. Consiste en perder un poco para luego recibir una retribución; sentir que uno cede para luego tener la sensación -junto a otro- que se comparte una ganancia. Visto así, constituye una estrategia y también una filosofía. Ni acial para castigar, ni tampoco para someter.

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