09 marzo 2016

El último trabajo

Saliendo del hotel en que me alojaba en Londres, ubicado junto a la estación de Gloucester (se pronuncia Gloster; así como Leicester debe pronunciarse Lester y no Leister, como he escuchado a los comentaristas deportivos), tomé una vez por Cromwell Street hacia levante, en dirección al museo de Victoria y Alberto, o si se prefiere hacia Harrods (para entonces la vía ya cambia de nombre y se la conoce como Knightsbridge). Así llegué a Hyde Park Corner, justo donde la calle se angosta y se convierte en Piccadilly, y decidí continuar hacia el antiguo centro de la urbe siguiendo hacia el nororiente en dirección de Chancery Lane. Así fue como fui a dar con Hatton Garden Road, que es una callejuela donde están ubicadas las joyerías y principales casas de caudales que existen en la ciudad. La rúa es el equivalente a la Calle 47 en Manhattan, hacia poniente de la 5ta. Avenida.

Este último año Hatton Garden se ha convertido inusitadamente en famosa. Una de sus tiendas fue objeto de uno de los atracos más sorprendentes de la historia. En sus bóvedas se produjo un asalto casi cinematográfico durante el fin de semana de la Pascua pasada; cuyos perjuicios han sido evaluados, entre joyas, piedras preciosas, lingotes de oro y otros valores, en la nada despreciable suma de veinte millones de libras esterlinas; algo así como treinta millones de dólares. ¿Los autores?, una media docena de viejitos de mi edad o algo más, caracterizados por su cabello escaso y blanco, y por el impostergable deseo de hacer una postrera travesura, su último e inolvidable “trabajo”. Algunos de los supuestos autores han sido identificados por la policía, cuatro de ellos incluso se han declarado culpables; el más joven ha colaborado en la recuperación de parte del botín, consciente ya de que nunca disfrutará de los potenciales beneficios de “las uvas del mal”…

No asoma por ninguna parte un esquivo personaje, sin embargo. Se trata de quien pudiera ser el autor intelectual del fantástico crimen. Se especula que se trataría de un ex policía o agente de seguridad que supuestamente conocía el lugar y disponía de las llaves y códigos necesarios para facilitar el acceso a la subterránea bóveda. El misterioso personaje nunca ha sido delatado, ha desaparecido cual fantasma y obedece a un apodo de yerba culinaria. Sus cómplices lo llamarían “Basil” en inglés, que quiere decir pesto en italiano y albahaca (palabra de origen árabe) en nuestro idioma.

De los varios acusados, uno -el mayor de ellos- ha tenido un ataque cerebral, se encuentra afectado de cáncer y está ciego de un ojo; las autoridades le han excusado de que asista al juicio, dado su estado de salud. Su nombre es Brian Reader, tiene 77 años y es considerado el probable cabecilla, su apodo parece delatarlo en este sentido, le dicen "Maestro". Reader ya estuvo involucrado en un asalto similar, considerado de un monto aun de más importantes proporciones (26 millones de libras esterlinas), por el que estuvo encarcelado por nueve años.

El juicio ha revelado nuevas conexiones, incluso la participación intelectual u organizativa de otros criminales que, mientras se perpetraba el robo, estuvieron todo el tiempo en prisión. Los ladrones habían tenido que perforar, con un taladro de diamante, un orificio de medio metro de profundidad en una pared de concreto que los renuentes criminales no pudieron vulnerar en su primer día de clandestina acción. Reader habría inclusive cedido a un ataque de nervios luego de la primera jornada y habría preferido no regresar al sitio del atraco.

Lo más sorprendente, sin embargo, no es la edad de los protagonistas, ni los trabajos que tuvieron que realizar para romper con los sistemas de seguridad, a pesar de que la alarma de la bóveda de seguridad sí llegó a activarse. Tampoco sorprende el fabuloso caudal de lo sustraído, que consistía principalmente en joyas de enorme valor comercial. Lo curioso, y si se prefiere extravagante, fue la forma como los ladrones fueron descubiertos; se considera que debido principalmente a su edad, usaron técnicas del siglo pasado para una tarea que requería básicos conocimientos de los métodos tecnológicos que la seguridad emplea hoy en día.

Por ello empezaron a cometer una cadena de errores creyendo que habrían logrado salirse con la suya... Puede decirse que eran criminales "análogos" que no estaban preparados para los adelantos de la era digital. Los malandrines acudieron al lugar de su último trabajo portando sus teléfonos celulares, cuya identidad habría sido detectada más tarde por el mismo sistema de seguridad. Asunto parecido sucedió con las placas de los vehículos que utilizaron... A partir de entonces, la policía pudo hacer un seguimiento de dónde estaban, dónde se reunían e incluso de lo que hablaban y cómo habían acordado repartirse el botín. Se supone que este sería un esfuerzo que financiaría su fondo de jubilación, que este sería su “último trabajo”… Y, claro que lo fue!

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario