22 marzo 2016

Mis “otros” tocayos

Lo había llegado a aborrecer tanto que a la final me terminó gustando. Me refiero a mi primer nombre, desde luego. Un nombre que siendo niño me causó más de un desencanto. Pero, circunstancias que tiene la vida, hay veces que hoy reflexiono y me pregunto si no hubiera sido mejor que dejara las cosas como estaban. A buena cuenta, sus razones habrían tenido mis padres para querer que me identificaran con el nombre de Mariano. Hoy miro en rededor, pienso en los amigos que responden al mismo nombre y todos, sin excepción, me parecen buena gente, tipos agradables, a quienes les sonríe la vida, y que son “hasta” simpáticos.

No tengo muy claro el motivo para que me hubieran chantado, como decían en mi casa, este muy insigne nombre. Comentaban en las tertulias familiares que mi madre, que habría experimentado ciertas dificultades con su primer embarazo, el mismo que más tarde produjo mi alumbramiento, habría hecho una promesa a la santa vernácula Mariana de Jesús; y así, simplemente, se habría signado la suerte de mi particular predicamento. Antes de convertirme en adolescente, encontré mi nombre transformado ya de sustantivo en adjetivo, terminado tanto en masculino como en femenino (como mariano y mariana); se trataba, en este caso, de todo lo relacionado con el culto y la devoción a María, la madre de Jesús.

Lo que nunca me gustó fue la explicación que se daba del origen del nombre; la de que Mariana (escrito en femenino) no solo provenía del nombre de la virgen María, sino que también pudiera ser un nombre compuesto, derivado de Ana y María, o mejor dicho de María y Ana. Así las cosas, se me figuraba preferible que este tan especial Mariano (ahora en masculino) fuera también un derivado de un solo nombre, el de María, y no uno con orígenes no muy santos y derivado de María y del que hacía falta para que se convierta en nombre compuesto…

Tengo un tocayo que lleva por apellido mi nombre, aunque tiene cambiada una letra, parece que vivió allá por el siglo XVI, que era el tiempo de Shakespeare y de Cervantes, tiempo de la Inquisición y de nuevos vientos intelectuales. Lo conocieron como Juan de Mariana, algunos como Juan de Talavera; pero para la mayoría y para la posteridad fue un jesuita mejor conocido como el Padre Mariana. Parece que desde muy joven se dedicó a la vida eclesiástica, estudió a Tomás de Aquino; sus obras fueron proscritas por esa misma todopoderosa Inquisición, sus trabajos fueron incluidos en el famoso e infame Índice y, según me he enterado, sus ideas habrían influenciado e inspirado uno de los mismísimos capítulos del Quijote.

Mariana nada tiene que ver con las islas Marianas, estas se encuentran hacia el noroccidente del inconmensurable Océano Pacífico, el cuerpo de agua más grande e inimaginable que existe en nuestro planeta. Sus orígenes humildes, los del jesuita no los del océano o de las islas, y su condición de hijo ilegítimo deben haberle asignado más que un impedimento para hallar una ubicación en el mundo y desarrollar su vocación religiosa en una institución no exenta de ciertos prejuicios, como ha sido la siempre especial Compañía de Jesús. Mariana habría sido un pensador liberal, uno de esos individuos adelantados a su tiempo que se había anticipado a hacer un diagnóstico de los orígenes y elementos que dan lugar a toda forma de tiranía.

Mariana se llama también una fosa (trench), la más profunda que existe en el planeta, está ubicada justamente al sureste de las islas mencionadas, tiene una forma de medialuna que, curiosamente, guarda paralela relación con las costas orientales de la China. La fosa tiene una profundidad cuyos abismos se calcula que llegan a los trece kilómetros, en contrapartida con la elevación de la montaña más alta que existe en el planeta (el Everest) que “solo” alcanza los nueve kilómetros.

En cuanto a las islas, constituyen un cinturón que rodea a la fosa de marras; ellas consisten en un archipiélago de origen volcánico que va desde Guam hacia el norte, en dirección al Japón. Fueron descubiertas por Fernando de Magallanes en su viaje de circunnavegación al globo en los albores del siglo XVI. El indómito y visionario marinero portugués les habría apellidado como “Islas de los Ladrones”, nombre que fuera cambiado por el de Marianas en honor a la reina consorte de España, Mariana de Austria, ciento cincuenta años después. En el archipiélago hablan un idioma de nombre curioso, emparentado con el Tagalo de Filipinas, el “chamorro”.

Cosas de la vida, uno se va sintiendo pariente de esos, sus distantes tocayos…

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